Joseba Segura (izq.) de visita en Palenque, Ecuador |
Joseba Segura, sacerdote experto en
pacificación, cree que ETA no retomará la violencia. Joseba Segura (Zeanuri,
Vizcaya, 1958) es un sacerdote dependiente del Obispado de Bilbao, experto en
pacificación. Como número dos de los obispos Juan María Uriarte y Ricardo
Blázquez fue el encargado de la
Iglesia vasca de las relaciones con los partidos,
especialmente de la izquierda abertzale.
Participó como mediador en el diálogo entre el
Gobierno y ETA en la tregua de 1998-99. Es, además, delegado episcopal de
pastoral social; máster en Economía por la Universidad de Boston
y profesor en la de Deusto. Ahora está en Quito (Ecuador) en labor pastoral.
Respuesta. Existe un amplio consenso de que así es. ETA no puede retomar la violencia sin destruirse completamente.
P. ¿A qué lo atribuye?
R. En la última década, ETA ha estado bien controlada por los servicios de información. Su funcionamiento era cada vez más complicado; las detenciones de sus líderes, más frecuentes. Finalmente ha reconocido lo inevitable: era necesario desistir porque no podía forzar al Estado a ninguna concesión política. Lo extraño ha sido que necesitara tanto tiempo para aceptar lo evidente: muchos sectores del Estado estaban muy cómodos con una ETA controlada y descabezada a voluntad y una opción nacionalista radical impotente.
P. ¿Qué papel otorga en ese final al proceso de diálogo de 2006 y a su ruptura?
R. Fue un esfuerzo serio de terminar con la violencia. Su fracaso reveló que ETA no estaba madura para un acuerdo sin un claro rédito político. El problema de ETA en todos los procesos de negociación ha sido la inestabilidad de su liderazgo. En contraste con el IRA, cuyos líderes llevaban canas, los de ETA han sido con frecuencia jóvenes, detenidos cada vez en ciclos más cortos. En todo caso, la izquierda abertzale aprendió la lección y decidió, tras el fracaso de 2006, liberarse del yugo de ETA. Solo por eso, el proceso de 2006 fue muy importante.
P. ¿No hay riesgo de escisión? El IRA la tuvo.
R. La escisión del IRA no tuvo mucho recorrido. En el caso de ETA, no se puede descartar que alguien cometa algún acto violento enarbolando esa bandera. Pero sería un fenómeno marginal que la izquierda abertzale deslegitimaría contundentemente. Ese grupo no tendría nada que ver con la ETA conocida.
P. Tras el cese definitivo de ETA, ¿por dónde empezar para consolidar su final?
R. Lo más importante ya ha sucedido, el compromiso de no recurrir nunca más a la lucha armada. Y el argumento esencial para consolidar ese escenario ya está: el éxito de la marca electoral de la nueva izquierda abertzale coligada. La primera interesada en que ETA mantenga su decisión es la izquierda abertzale. Ahora bien, si lo que quiere es que ETA entregue las armas pronto y se disuelva en un plazo relativamente corto, hay cosas razonables que se pueden hacer y que confiemos en que se hagan poco a poco.
P. Pues el Gobierno dice que no habrá medidas, como un acercamiento de presos, mientras ETA no se disuelva.
R. La lógica del Gobierno parece clara: ETA no puede volverse atrás de su decisión, y si lo hace será con altísimos costos; nuestra ala dura va a combatir el mínimo gesto de flexibilización en política penitenciaria; en este panorama, lo más conveniente es afirmar en nuestro discurso público algo aceptable para una mayoría de los españoles: no vamos a hacer nada hasta que ETA se disuelva. El problema es que esta estrategia puede retrasar considerablemente justo lo que se pretende conseguir: la disolución de ETA.
P. ETA dice que no se disolverá hasta que el Gobierno dé garantías sobre sus presos.
R. Confío en que, más allá de las posiciones públicas, exista margen para el diálogo y el consenso. ETA no va a disolverse sin aclarar el futuro de sus presos. Podrían explorarse fórmulas que permitan avanzar, empezando por lo más fácil —los presos enfermos—, a lo más complejo, cambios legislativos.
P. ¿Cree que se va a intentar?
R. Seguro que en este mismo momento personas con responsabilidad directa en alguna parte implicada están pensando en este tema, intentando definir propuesta factibles. No hay razón para pensar que el Gobierno se cierre a explorar este campo. Merece un voto de confianza.
P. ¿No teme que el Gobierno se pliegue a presiones de algunas víctimas y sectores mediáticos?
R. Es posible que, al final, el Gobierno decida que no va a modificar nada su política penitenciaria, dejando la responsabilidad a ETA. Esta es la posición pública. La cuestión es si ese va a ser también el guión rígido que marque las interlocuciones que se puedan producir en los próximos meses. Lo que hemos visto en el arranque de la legislatura no permite sacar esa conclusión.
P. ¿Qué le parece la vía Nanclares?
R. Llega a un pequeño numero de presos. El grueso del colectivo, más de 500 en España, tiene fuertes resistencias para acogerse a esa vía. Por eso me parece importante explorar fórmulas que, con este colectivo en mente, puedan facilitar la disolución de ETA.
P. ¿Cambiar la ley penitenciaria o aplicarla flexiblemente?
R. Una aplicación flexible facilitaría avanzar hacia el desarme. En una segunda fase, la derogación de la legislación excepcional contra el terrorismo, una vez entregadas las armas, ayudaría a la disolución de ETA. Este guión ha funcionado en el fin de otras organizaciones armadas. No sé si se aplicará aquí porque está extendida la idea de que el Gobierno no tiene responsabilidad en la disolución de ETA, de modo que si vuelve a la violencia, pues que vuelva. Pero ETA tiene responsabilidad con sus 700 presos.
P. ¿Existe el riesgo de una marcha atrás por parte de ETA si el Gobierno no adopta medidas favorables a los presos?
R. No lo creo. Tras la declaración del 20 de octubre, el margen de ETA para volver a la violencia es cero. Esto es así, haga lo que haga el Gobierno.
P. La izquierda abertzale ha reconocido el daño causado por la violencia. ¿Es suficiente?
R. Hace tan solo seis meses, nadie lo hubiera creído posible. Muchas de las cosas que están pasando van en la buena dirección y con mucha rapidez. Para muchos no es suficiente. Pero necesitamos tiempo para asumir con perspectiva lo que ha pasado y las responsabilidades de cada uno. No solo ETA y Batasuna sino también amplios sectores de la sociedad vasca.
P. ¿Es condición necesaria que ETA reconozca el daño causado “injustamente” para la reinserción de sus presos?
R. No creo que acepte nunca que su existencia ha sido, en sí misma, una grave injusticia sin explicación de ningún tipo. Exigir esto es poner una condición imposible de cumplir y que puede servir para cargar de razones a los que creen que es mejor no hacer nada.
P. ¿No le parece que el daño reconocido por la izquierda abertzale a las víctimas de ETA es de conveniencia política?
R. No lo creo porque se hace cuando la legalización de una marca electoral exitosa no parece reversible y su apoyo electoral no parece depender de ese reconocimiento. Creo que se ha hecho como contribución al nuevo tiempo y en respuesta a una amplia petición social.
P. Se habla mucho del relato. ¿Puede haber uno común?
R. A muchos votantes de la izquierda abertzale no les costaría aceptar que la persistencia de la lucha armada después de la Transición no puede justificarse ética ni políticamente. Pero no será posible el consenso en relación con el origen de ETA en el contexto del franquismo. Ahora es frecuente oír condenas de los “50 años de ETA”. Pero en 1973 muchos españoles celebraron el asesinato de Carrero.
P. ¿Debe de haber vencedores y vencidos?
R. A quienes insisten en ello les animaría a ver la realidad: el éxito electoral de la izquierda abertzale y sus perspectivas.
P. ¿Esperaba el gran resultado de la izquierda abertzale?
R. Sí, y se explica en el efecto rebote de un voto reprimido por las ilegalizaciones; al malestar por el “inmovilismo” del Gobierno; a la capacidad de la izquierda abertzale para captar voto juvenil antisistema, importante en momentos de crisis, y a la ilusión que ha generado la coalición de varios partidos.
P. Mucha gente cree injusto que un partido que apoyó a ETA sea tan reconocido en las urnas.
R. En la vida suceden muchas cosas injustas. Esta puede ser una. Pero quien conozca la complejidad de la sociedad vasca sabía que esto podía suceder cuando ETA cerrara la persiana.
P. ¿Es posible la reconciliación sin un relato compartido?
R. El tiempo y la comunicación directa entre los que hace unos meses ni se hablaban, serenará posturas e irá forjando una convivencia serena y respetuosa. No tengo dudas. No hay más que ver la sorprendente rapidez con la que, a nivel local, se producen acuerdos entre los que hace aún muy poco tiempo se negaban el pan y la sal.
P. ¿Qué papel debe tener la Iglesia en la reconciliación?
R. Debe utilizar su influencia para que la lectura de lo sucedido restaure la dignidad de las víctimas y que superando el deseo de imponer por la fuerza una visión de la identidad vasca, las diferencias se diriman en el respeto de la opinión ajena.
Publicado hoy en El País.