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domingo, 11 de julio de 2021

La Iglesia, ¿arde con Francisco?

 Jesús Martínez Gordo

Esto es lo que se pregunta el historiador Andrea Riccardi en su último libro. ¿Atinan -me pregunto yo- quienes sostienen que las iglesias en la Europa occidental y en EE.UU, están implosionando, tal y como también se puede leer estas últimas semanas en la prensa especializada? Y ¿qué decir del “punto muerto” en el que, supuestamente, se encontraría la alemana por su incapacidad para luchar contra los abusos, tanto sexuales como de autoridad, del clero según ha sostenido el cardenal R. Marx en su carta de dimisión, finalmente no aceptada por Francisco?

 

Como es sabido, esta Iglesia experimenta una caída espectacular de católicos que pagan el llamado “impuesto religioso”, así como de asistentes a misa (en torno a la mitad de la población en 1950 y el 9 % en 2019) y de sacerdotes (17.129 el año 2000 y 12.893 en 2019). Es también sabido que los obispos y un grupo representativo del laicado alemán se vienen adentrando, desde 2019, en lo que llaman el “camino sinodal” con el fin de diagnosticar y aprobar propuestas que permitan atajar la crisis de abusos por parte del clero, la hemorragia -al parecer imparable- de quienes dejan de pagar el impuesto religioso y la falta de vocaciones. Y que están proponiendo revisar el celibato sacerdotal, la doctrina sexual, el papel de las mujeres en la Iglesia, la elección de obispos, el ejercicio de la autoridad y un largo etcétera. Pero igualmente que el nerviosismo se ha apoderado de una buena parte de la curia vaticana, así como de otros episcopados europeos y de no pocos colectivos católicos que añoran volver al siglo XVI, a los tiempos del concilio de Trento o que -en el caso de una parte de la Iglesia española, y también de la vasca- sueñan con reinstaurar el nacionalcatolicismo.

 

Sorprende, sobre todo, el diagnóstico del cardenal W. Kasper cuando denuncia que el “camino sinodal” no está “examinando las cuestiones críticas a la luz del Evangelio” o, con otras palabras, no teniendo “a Cristo como norma”. Es una manera fina de decir que la Iglesia alemana -desentendiéndose de su fundamento- se ha adentrado en una vía cismática. ¿Por qué -se le ha replicado contundentemente y con desparpajo- los católicos alemanes tendrían que olvidarse de una relación con el mundo presidida por la empatía crítica? ¿Por qué tendrían que volver a las autoritarias y estúpidas condenas del “mundo”, tan comunes en las décadas anteriores al Vaticano II? ¿Cómo es posible que W. Kasper se haya olvidado de que el “mundo”, con sus conocimientos y con sus formas de vida, no es lugar de “perdición” sino de “encuentro con Cristo”? Esta denuncia -y otras del estilo- muestran la tentación que, al parecer, no pueden eludir quienes acaban “contaminados” por el autoritarismo y el patriarcalismo institucional que casi siempre apodera de los que viven demasiado tiempo en la gestión y no a pie de obra; por muy lúcidas que puedan ser sus aportaciones en otros ámbitos.

 

En el fondo, se ha abundado en la réplica, son críticas por parte de nostálgicos de un tiempo que ya no volverá y a quienes ya no queda otra manera de llamar la atención que mentar “la bicha” del cisma o de la ruptura de la comunión y que, por ello, no quieren saber nada de Asambleas o Sínodos de bautizados, a pesar de que Francisco los haya hecho preceptivos antes de cada Sínodo de obispos. Habrá que ver cómo se implementa esta directriz papal entre nosotros. Mucho me temo que, vistas las consultas habidas con ocasión de los sínodos anteriores, no pasará de ser una faena de aliño.

 

Sucede, afortunadamente, que Francisco “ha animado” a la Iglesia alemana a seguir discutiendo “abierta y honestamente las cuestiones planteadas” y formulando las “recomendaciones que permitan una renovación”. Lo ha hecho en la audiencia que ha tenido con G. Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el pasado 24 de junio. Más aún. Ha invitado a que las aportaciones del “camino sinodal” alemán contribuyan a la preparación del Sínodo de obispos de 2023, convocada por él mismo.

 

¿Arde la Iglesia con el papa Bergoglio? Nada de eso. Más bien da la impresión de contar con demasiados “bomberos” tratando de disolver el impulso sinodal implementado por él y ocupados en aguar la deconstrucción de una estructura anacrónica, autoritaria y patriarcal. Quizá, por ello, no hay que hablar tanto de incendio, implosión o “punto muerto” cuanto de saludable desmoronamiento de una estructura de gobierno y organización más propias del Imperio Romano que del modelo organizativo que se experimentó en los dos primeros siglos de la Iglesia cristiana y de lo que la razón en libertad viene pidiendo desde hace varios siglos. Vista así la situación, es evidente que en la Iglesia católica sobran “bomberos” de esta clase y son necesarios más “pirómanos” por estos motivos y con este perfil.

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