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domingo, 9 de abril de 2017

Con Iglesias y con la Iglesia



Jesús Martínez Gordo

Catedrático de teología



Quienes han estado cortando el bacalao en la Iglesia hasta la llegada de Francisco, no ganan para sustos desde que el cardenal Bergoglio fuera elegido obispo de Roma. Últimamente les ha sacado de quicio que iniciara su viaje a la diócesis de Milán visitando, en uno de los barrios más deprimidos de la capital económica de Italia, a varias familias sometidas a los rigores de la crisis económica. 

Tampoco les ha gustado que comiera con los presos y que echara la siesta en la celda del capellán que presta sus servicios en el centro penitenciario. Pero lo que no les ha gustado, de ninguna manera, es que hiciera uso de un urinario público. ¡Como si los papas no tuvieran necesidades fisiológicas que también atender en una visita oficial!



Y por si eso no fuera suficiente, han podido leer, en un texto firmado conjuntamente por Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, y Hector Llueca, que “identificar a toda la Iglesia católica con los sectores ultramontanos bunkerizados en ciertos espacios de poder del episcopado español sería de una torpeza imperdonable por nuestra parte”. “Existieron y existen, han señalado, comunidades de base y experiencias de intervención social católicas que forman parte del mejor patrimonio democrático de nuestra patria”. “Francisco, prosiguen, es la oportunidad para que lo mejor de la Iglesia católica salga a la luz frente a la oscuridad y la decrepitud de ciertas élites eclesiásticas que han ignorado los cambios sociales y que nunca han renunciado a compartir mesa, mantel y proyecto político-económico con lo peor de las oligarquías”. Quizá, finalizaba este inusitado texto, “lo importante no sea tanto que las misas se televisen más o menos en la televisión pública”. “Tal vez lo importante, de verdad, es que los católicos y todos los demás podamos ver y escuchar con más frecuencia a Francisco”. Y si tiene a bien oficiar un día dicha misa televisiva, “quizá también el secretario general de Podemos deba escucharla” y “tomar algunas notas”.



¡Lo que faltaba!, se ha podido leer en algunos blogs, un laicista excluyente, demagogo barato de la Complutense, ateo militante y neo-comunista, dando jabón al papa y a sus palmeros. Y, además, bendiciendo la reducción de la Iglesia a la ONG que está impulsando esta desgracia sobrevenida que se llama Francisco. Es el acabose.



Junto a estas viscerales y crispadas reacciones, no han faltado otras que se han preguntado por la razón de ser de este texto: ¿sincero cambio de perspectiva o activación de una estrategia electoral que se abre a un sector importante y numeroso del catolicismo, sin cuyo voto tiene muy difícil tocar poder? Curioso, han comentado algunos, que un diagnóstico y valoración semejantes no se hayan escuchado, desde hace muchos años, y salvo alguna honrosa excepción, en las filas del PSOE. Y sorprendente, han reconocido otros más, la cercanía de este discurso con el corazón mismo del Evangelio ¡Qué cosas!



Más allá de estas y otras lecturas, me ha llamado la atención, sobre todo, su denuncia del atrincheramiento en formas desmedidamente unipersonales o autoritativas que constatan en una parte del episcopado español. Es cierto que emplean una expresión lo suficientemente ambigua (los “dogmas” impulsados por Juan Pablo II y Benedicto XVI) para no saber si me encuentro ante la denuncia de un modelo de Iglesia, indudablemente involutivo y preconciliar, o frente a un exabrupto muy al uso entre quienes emplean la brocha gorda cuando de diagnósticos eclesiales se trata. Pero, al margen de esta cuestión, manifiesto mi sintonía de fondo con este análisis que, la verdad sea dicha, también veo ratificado por los nombramientos de nuevos obispos (once) que se han producido en la Iglesia española los últimos cuatro años.  



Si, ya sé que la reforma de la Iglesia va a sobrepasar, sin ningún tipo de duda, el pontificado de Francisco. Y también sé que las urgencias son de tal calado que no queda más remedio que establecer prioridades. Pero sé, igualmente, que hay un asunto que podría suponer un auténtico paso de gigante: volver al sistema tradicional en la elección de los obispos; algo que, en la actualidad, pervive en unas treinta iglesias centroeuropeas. Según este procedimiento, las diócesis intervienen en el nombramiento de sus respectivos obispos proponiendo una terna de candidatos al Vaticano para que éste opte por uno de ellos, o bien eligiendo uno a partir de la terna presentada por la Santa Sede. Si se recuperara este procedimiento, acabaría diluyéndose el atrincheramiento que padecen no pocas diócesis. Francisco adoptaría una decisión concreta y cercana al pueblo de Dios con la que se fortalecería un pontificado pleno, hasta el presente, de admirables gestos de cercanía y coraje. Y, muy probablemente, quienes han cortado el bacalao en la Iglesia durante demasiado tiempo podrían ahorrarse la lectura de una parte del texto firmado por P. Iglesias y H. Llueca.

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