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martes, 5 de julio de 2016

Homosexualidad y sodomía


Jesús Martínez Gordo
Catedrático en teología

           
Desde hace unos meses, circula por Roma un comentario sobre la manera de relacionarse con la prensa que tiene Francisco. Admite diferentes lecturas, pero, en su origen, es fruto de una agradecida sorpresa por la libertad de que hace gala y de la que podemos disfrutar muchos otros: “eres más peligroso, se dice, que el papa en una rueda de prensa”.


La verdad es que el comentario no está carente de fundamento. Se ha podido comprobar nuevamente en las declaraciones que ha realizado el pasado 26 de junio, regresando de Armenia a Roma, y respondiendo a una pregunta sobre la posición de la Iglesia en lo referente a la homosexualidad: si “una persona tiene esa condición, tiene buena voluntad y busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgar?”. Y, completando lo ya manifestado en julio de 2013, ha finalizado este punto formulando una invitación: “debemos acompañar bien” a estas personas.

Mira tú, por dónde, ha reabierto el tema, precisamente, cuando parecía que su voluntad de mirar amablemente la homosexualidad había decaído en los dos últimos sínodos de obispos de 2014 y 2015 para sacar adelante, por lo menos, sus propuestas referidas a las parejas de hecho y a los divorciados vueltos a casar civilmente. No me extraña que haya quienes consideren particularmente “peligroso” a este papa que se sale sistemáticamente del guion establecido. Y que lo hace siempre para bien, al menos, de los marginados y más débiles.

Cuando se escuchan estas declaraciones de Francisco, es inevitable traer a la memoria otras -oídas y difundidas-, por estos y otros lugares del mundo, no tan amables sobre el mismo asunto. Pero, sobre todo, los comportamientos homófobos -y hasta homicidas- que hacen dudar no solo de la capacidad para convivir amablemente con lo diferente, sino, particularmente, de la cordura y sensatez humanas.

Quizá, por ello, no esté de más recordar que en la Iglesia católica coexisten, por lo menos, dos maneras de entender y de relacionarse con la homosexualidad. Y, por extensión, con las personas bisexuales y transexuales, dejando, al margen los comportamientos y planteamientos patológicos que, como en todo colectivo humano, también pululan entre sus filas.

Está, en primer lugar, el grupo (sin duda, el más numeroso) formado por quienes diferencian las personas de los actos homosexuales. Si estos últimos, sostienen, “son intrínsecamente desordenados”, no se puede olvidar nunca que las personas “deben ser acogidas “con respeto, compasión y delicadeza”, evitando “todo signo de discriminación injusta”. Es muy probable que algunos de quienes integran este colectivo tengan dificultades para diferenciar los comportamientos, de las personas en cuanto tales, pero esto no anula la existencia de un numeroso grupo de católicos empeñados en establecer dicha diferencia y en ser coherentes con ella.

Hay una segunda sensibilidad que -eclesialmente minoritaria, pero en ascenso- va más lejos y que, además de exigir un trato digno con las personas homosexuales, pide que se reconozca que en ellas hay “dones y cualidades” innegables. Ésta fue la propuesta formulada por la Secretaría General del Sínodo en 2014 que, a pesar de no prosperar en el aula sinodal, retomó la Conferencia Episcopal Alemana en su informe para el Sínodo del año siguiente: para la mayoría de los católicos alemanes, se sostenía en dicho informe, “la orientación sexual es una disposición inmutable y no una elección particular”. Por eso, irrita el discurso que entiende la condición y el comportamiento homosexual como “intrínsecamente desordenados”. Mantener semejante tesis, es desconocer (o negarse a reconocer) la diversidad de orientación sexual que, por “connaturalidad”, se da. Son muchos los católicos alemanes, concluía, que, sin igualarlas con el matrimonio, aceptan cordialmente las uniones homosexuales.

Este informe vino acompañado de diferentes aportaciones desde otros ámbitos. Probablemente, la más interesante (y llamativa) fue la de Adriano Oliva. Para este dominico, un especialista en la obra de Sto. Tomás, la homosexualidad es -en sintonía con lo argumentado por el pensador de Aquino- “según la naturaleza” de esta persona, individualmente considerada. Por eso, cuando se evalúa la aceptabilidad moral o no de sus correspondientes comportamientos, se ha de efectuar a la luz de los tres criterios que han de presidir toda relación, sea homo o heterosexual, en la moral cristiana: su exclusividad, su fidelidad y su gratuidad.

Cuando se procede a dicha evaluación desde tales criterios, hay que reconocer que se dan relaciones homosexuales perfectamente aceptables por la moral católica. Y que, igualmente, existen otras que, al no ajustarse a ellos, van “contra la naturaleza” de la persona homosexual, incurriendo en lo que sería tipificable como sodomía.

La homofobia no se neutraliza disparando al bulto ni con tics cristianofóbicos, sino con razones e información.

Una vez más, ¡gracias Francisco por ser tan “peligroso”!

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