El Papa entiende la sinodalidad, es decir, el caminar juntos en la Iglesia, “como una amplia recogida de pareceres” para que luego, los obispos, los discutan y formulen propuestas que, al final, presentan a “un hombre en la cima que toma la decisión. No creo que ese sea el tipo de sinodalidad que es sostenible en el siglo XXI”.
Quien así se ha expresado es Georg Bätzing, presidente de la Conferencia episcopal alemana. A diferencia de Francisco, ha proseguido, nosotros, los obispos y laicos alemanes, estamos buscando un camino de “verdadera deliberación conjunta y toma de decisiones”. Y Thomas Söding, vicepresidente del Comité Central de Católicos alemanes, ha preguntado con cierta ironía si es “un derecho divino” que en la Iglesia solo gobiernen los obispos y los ministros ordenados.Como es sabido, la iglesia alemana se encuentra
inmersa -desde que conoció el Informe de las universidades de Mannheim,
Heidelberg y Giessen sobre la
pederastia eclesial (2018)- en una revisión a fondo del clericalismo
que, según se puede leer en dicho Informe, ha sido activado y facilitado por un
“sistema jerárquico-autoritario” que, al situar en una posición de superioridad
a los consagrados sobre los no consagrados, los ha llevado a desarrollar una
actitud sistémica de dominio. El abuso sexual no es sino una consecuencia extrema de ello. Los
católicos alemanes han añadido a esta cuestión del poder en la Iglesia, otras
tres urgencias: la moral sexual, el papel de la mujer y el sacerdocio. Son cuatro
problemas que vienen abordando desde que se iniciara en 2019 lo que denominan
el “Camino Sinodal vinculante”. La decisión que ha provocado las declaraciones
reseñadas de G. Bätzing y T. Söding ha sido la de crear, una vez que se celebre
la última Asamblea Sinodal el próximo mes de marzo, un Consejo Sinodal que, a
diferencia de los Sínodos mundiales de obispos, va a seguir siendo “vinculante”
para las diócesis alemanas que así lo decidan.
Repasando las declaraciones habidas hasta el
presente, se evidencia que a la curia vaticana no le gusta esta manera
“vinculante” de desarrollar la sinodalidad. Y no le gusta -critican los
implicados en el Camino Sinodal- porque entienden que la estructura jerárquica
de la Iglesia es incuestionable y, por tanto, intocable: el gobierno del Papa, recuerdan en el
Vaticano, es personal. Por eso, puede actuar “según su propio criterio”
(“propia discretio”) y “como le parezca” (“ad placitum”). Nada que ver,
recuerdan los alemanes, con lo aprobado en el Vaticano II cuando proclama que
la “potestad
suprema sobre la Iglesia universal” la posee el colegio de los obispos con el
Papa o cuando sostiene que todos los
laicos están habilitados para participar en la dirección y gobierno de la
Iglesia (LG 10).
Como resultado de esta yuxtaposición
ha vuelto a reaparecer un viejo y enquistado conflicto, sobre cuál es la
interpretación correcta de Mateo 16, 18-19: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia (…). A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo
que ates en la tierra quedará atado en los cielos”. En la primera y más
tradicional interpretación, lo que Jesús funda en Pedro es la Iglesia. Por eso,
los poderes conferidos a Pedro pasan de él a la comunidad cristiana. Y en este
marco, claramente sinodal y corresponsable, es en el que se acepta una primacía
jurídica del obispo de Roma, en caso de conflicto. Sin embargo, esta
interpretación empieza a ser alterada -a partir, tal vez, del siglo II- cuando
Roma cree ver en este pasaje su propia institución: los poderes de Cristo no
pasan de Pedro a la Iglesia, sino de Pedro a la sede romana. La consecuencia es
clara: la Iglesia no se forma solo a partir de Cristo, vía Pedro, sino a partir
del Papa, cabeza de la comunidad cristiana y, por esto, sede de la plenitud de
poder.
Una parte notable de la historia de la Iglesia
y de Europa es consecuencia del conflicto que deriva de estas dos concepciones
del papado y del gobierno eclesial. Se trata de un choque que llega hasta
nuestros días y que no ha finalizado, a pesar de los ingentes esfuerzos
desplegados por el Vaticano para extender su punto de vista al resto de la
Iglesia. La última prueba de ello es el Camino Sinodal “vinculante” de la
Iglesia alemana y la reacción del Papa Francisco y de la curia: ni unos ni
otros, ha denunciado G. Bätzing, “quieren ver las causas sistémicas, los
antecedentes y factores” de los abusos en la Iglesia y, además, venden como
“sinodalidad” lo que no pasa de ser sino una mera consulta. Sucede que la mayoría
de los obispos y laicos alemanes se han cansado de esta forma de gobierno y se
han puesto a diagnosticar, pensar y codecidir. ¡Todo un escándalo insoportable
para los partidarios del modelo absolutista y monárquico!
Sospecho que hay una manera de evitar
que el poder de decisión -o, mejor dicho, codecisión- en la Iglesia finalice,
nuevamente, en otro choque de trenes: seguir difundiendo la “enfermedad” de una
sinodalidad vinculante hasta que acabe siendo una “pandemia eclesial”. Y, a la
vez, ser conscientes (aviso para los sprinters) de que ésta es una carrera de
fondo.
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