4 de nov de 2019
Ya que los obispos de EE. UU. se reúnen para su encuentro anual en
Baltimore la próxima semana, podrían asumir algo del
sínodo recientemente finalizado en el Vaticano sobre la región amazónica.
Hay seis diferencias importantes entre el sínodo, que se reunió en Roma del
6 al 27 de octubre, y la reunión de tres días de la Conferencia de Obispos
Católicos de los Estados Unidos, que comienza el 11 de noviembre.
Primera, los obispos amazónicos y los de los Estados Unidos
son muy diferentes en experiencia, estilo y perspectiva.
Los obispos amazónicos provienen de diócesis grandes pero pobres con pocos
sacerdotes y mucha gente. Ser obispo en la Amazonía no es un trabajo
especialmente importante en la iglesia. Muchos de estos obispos no se molestan
en usar atuendos eclesiásticos y se ensucian los zapatos cuando visitan a su
gente. También son atacados por defender proféticamente la selva tropical
y por su opción preferencial en favor de los pobres. Están firmemente del
lado del papa Francisco.
Los obispos estadounidenses, por su parte, tienen estilos de vida cómodos
de clase media. Muchos se protegen en su atuendo clerical y están más
interesados en las guerras culturales que en ayudar a los pobres. Sospecho que
alrededor de un tercio de ellos son entusiastas partidarios de
Francisco; otra tercera parte, tiene puesta su esperanza en que Francisco
alcance pronto su recompensa eterna para que la iglesia pueda tener un
verdadero papa; y el tercio final se encuentra simplemente confuso,
habiendo sido promovido bajo los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI no sabe cómo
entender a Francisco.
En segundo lugar, el sínodo se reunió durante tres semanas en Roma en
presencia de Francisco. La conferencia de obispos de Estados Unidos se
reunirá en Baltimore durante tres días sin Francisco.
Un sínodo de obispos estadounidenses reunidos en Roma durante tres semanas
sin duda les daría la oportunidad de tratar con mayor profundidad los problemas
a los que se enfrenta la iglesia estadounidense. Una breve reunión en
Baltimore no podrá lograr para Estados Unidos lo que el sínodo logró para el
Amazonas. El sínodo de obispos de los Estados Unidos también se
beneficiaría de la sabiduría y de la experiencia de Francisco.
Tercero, antes de que el sínodo se reuniera en Roma, hubo un
amplio proceso de consulta que permitió a miles de personas en la Amazonía dar
a conocer sus ideas y preocupaciones.
No ha habido una consulta similar a los católicos estadounidenses antes de
la próxima reunión, aunque, en el pasado, los obispos estadounidenses sí que consultaron
con éxito a expertos y laicos antes de escribir sus cartas pastorales sobre la
paz y la economía. Es evidente que saben cómo consultar a los
fieles; simplemente, no quieren hacerlo.
Cuarto, además de a los obispos, Francisco invitó a laicos y
expertos a participar en el sínodo. Aunque estos hombres y mujeres (muchos
indígenas) no podían votar, participaron de otra manera, hablando a la asamblea
y participando igualmente en las discusiones de los grupos pequeños. La
gente en la sala sinodal dijo que los obispos prestaban más atención a los
aportes de estos laicos que a los de los cardenales curiales.
Quinto, el sínodo se centró en tres temas que son críticos
para la Amazonía y su gente: la protección de la selva tropical, los derechos
humanos de los pueblos indígenas y la inculturación del catolicismo en el
contexto amazónico.
La conferencia de los obispos debería centrarse en temas que también fueran
igualmente pertinentes en los Estados Unidos. Por ejemplo, los obispos de
los Estados Unidos todavía no han debatido detenidamente cómo lidiar con el
calentamiento global y otros temas descritos en la encíclica del Papa de
2015, Laudato Si . El cambio climático es el tema moral más importante del siglo
XXI, y es inaceptable la atención superficial que le prestan los obispos estadounidenses. Los
obispos amazónicos dejaron bien claro, sin importarles lo que les pueda pasar,
que, a menos que los países desarrollados, especialmente Estados
Unidos, cambien sus estilos de vida, la selva tropical y el planeta están condenados.
Y habida cuenta del daño que el ganado hace al medio ambiente, ¿podrían los
obispos pasar los viernes sin comer carne y abstenerse de ella durante toda la
Cuaresma? ¿Podríamos en las ceremonias litúrgicas dejar de usar oro y
diamantes, cuya extracción tiene un impacto tan desastroso en el medio ambiente
y en los pueblos indígenas? ¿Están dispuestos a desprenderse de las acciones
en las industrias extractivas como lo recomienda el sínodo? ¿Puede la
iglesia de los Estados Unidos convertirse al “carbono cero”? ¿Se puede
usar el poder de influencia de la iglesia para apoyar políticas que detengan el
calentamiento global?
Todas estas preguntas deberían discutirse en las reuniones de los obispos
de los Estados Unidos.
Tampoco es de recibo que guarden silencio cuando la administración Trump
deja de proteger los derechos humanos en su política exterior. Es cierto
que los obispos han criticado las políticas de Trump en los comunicados de prensa , pero también lo es que no han puesto los mismos recursos detrás de
esta denuncia que los dedicados a condenar el aborto, el matrimonio homosexual
y la falta de libertad religiosa.
Sexto. Los obispos de Estados Unidos también necesitan
debatir seriamente cómo inculturar el catolicismo en la América multicultural
de hoy. La liturgia actual no conecta con los jóvenes, quienes consideran
aburridos la mayoría de los servicios dominicales. La obsesión con el
aborto, el matrimonio homosexual y los derechos de la iglesia está enfriando a
los jóvenes, quienes ven a la iglesia alineada con los evangélicos blancos y
apoyando al Partido Republicano. Los obispos deben discutir cómo
implementar la encíclica de 2013 sobre la evangelización de
Francis, Evangelii Gaudium , en el contexto de los Estados Unidos.
Como primer paso, necesitan obtener el permiso correspondiente para recuperar
la traducción de la misa de 1998 , que es mucho mejor que la que se usa actualmente. También
deberían discutir abiertamente sobre los sacerdotes casados y las mujeres diáconos como se hizo en
el sínodo. Sin embargo, y a pesar del apoyo de casi el 70% de los católicos estadounidenses a los sacerdotes casados,
según una encuesta de CBS News, dudo que los obispos de EE. UU. estén dispuestos
a tener esa discusión.
Por último, el proceso sinodal también aporta algunas lecciones
para los obispos de Estados Unidos.
Para Francisco, la sinodalidad implica tener conversaciones en las que escuchar
es más importante que hablar. Implica escuchar al pueblo de Dios y a los
demás. Es un proceso de discernimiento que busca humildemente el camino de
Dios juntos. Es un proceso en el que lo importante son los hechos y en el
que las ideologías deben dejarse de lado. Es un viaje que comienza con cada
obispo en su diócesis, pero que continúa cuando los obispos se encuentran y persiste
una vez finalizada la reunión.
El proceso sinodal es más importante que cualquier documento. Es una
forma de ser iglesia.
He estado cubriendo sínodos de obispos desde el primer sínodo sobre la
familia en 1980, aunque no he estado en cada uno de ellos. El sínodo más
reciente fue el mejor con diferencia en cuanto a la apertura mostrada en los
debates y en la disposición de los obispos para buscar nuevas formas de abordar
los problemas. Los participantes hablaron desde su experiencia personal de
lo que habían visto hacer a la selva y a los pueblos indígenas. No estaban
interesados en debatir cuestiones propias de expertos teólogos, sino en encontrar
soluciones pastorales a problemas reales, como la ausencia de la Eucaristía en
muchas partes de la Amazonía.
Me temo que los obispos de Estados Unidos no están dispuestos a seguir el
camino sinodal. Son demasiado conservadores. Creen que, si volvemos a las
viejas formas de hacer las cosas, todo volverá a estar bien. Se encuentran
atrapados en el pasado y encarcelados por ideologías que no les permitirán
pensar fuera de hacer caja. Son éstos los que esperan que Francisco muera
para que un nuevo papa pueda volver a poner en orden la Iglesia.
Los obispos progresistas parecen haber renunciado a tener voz en la
conferencia episcopal. Los que fueron nominados para postularse para
presidente de USCCB se han negado a ello. Tienen poca confianza en la actual
conferencia episcopal. No cuentan con los votos para un cambio de
dirección, por lo que han elegido ignorarla y centrarse en sus propias diócesis
y en lo que está sucediendo en Roma.
En su reunión en Baltimore, los obispos discutirán un documento sobre la
formación sacerdotal, pero hasta que no cierren sus actuales seminarios y envíen
a sus seminaristas a estudiar en universidades católicas, junto a estudiantes
laicos, continuarán creando una casta clerical, fuera de todo contacto con sus
compañeros generacionales. Los seminarios tienen que contar con personal
docente competente y con directores espirituales en sintonía con la dirección
que Francisco quiere para la iglesia. Hay demasiados jóvenes sacerdotes
estadounidenses que se oponen a Francisco.
Sin embargo, es posible que algo bueno suceda en la próxima reunión en
Baltimore. El arzobispo José H. Gómez, vicepresidente de la conferencia episcopal,
será elegido presidente. Que el presidente de la conferencia episcopal de
EE. UU. sea un inmigrante mexicano, es un mensaje no solo a los hispanos
católicos, sino también a la administración Trump, que los ha demonizado. A
ellos y a los refugiados.
Desearía estar equivocado, pero la reunión de la conferencia de los obispos
de los Estados Unidos no será como el sínodo de los obispos. Es una
lástima, pero refleja el estado de la jerarquía estadounidense.
[P. jesuita Thomas Reese
es columnista de Religion News Service y autor de Inside the
Vatican: The Politics and Organization of the Catholic Church .]
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