Las respuestas de Francisco en el diálogo con los trabajadores de la 
Ilva: citó el primer artículo de la Constitución italiana: «Podemos 
decir que quitarle el trabajo a la gente o explotar a la gente con 
trabajo indigno o mal pagado es anticonstitucional», leemos en Vatican Insider.
Quien despide y deslocaliza para tener más ganancias no es un buen 
empresario, es más no es un empresario sino un especulador. Lo dijo 
Francisco durante su primer discurso en Génova, en un padellón de la 
acerería italiana Ilva. Los empleados en la actualidad son 1550 (hasta 
hace algunos años eran más de 3000), y cuatrocientos de ellos reciben 
salarios recortados. El desafío que el sector de la siderurgia debe 
afrontar es el de mantener y conquistar nuevas cuotas de mercado, pero 
tratando de que la producción de acero sea compatible con el medio 
ambiente. En este ámbito se están obteniendo algunos resultados. La 
clausura de uno de los mayores hornos ha permitido que la producción sea
 sostenible desde el punto de vista ambiental. Pero se necesitan más 
inversiones para completar la fase de limpieza de la estructura.
El empresario Ferdinando Garrè, del Distrito 
Reparaciones Navales, le pidió al Papa una palabra «que nos consuele y 
nos anime frente a los obstáculos con los que nos topamos nosotros los 
empresarios todos los días». 
 
Es la primera vez que vengo a Génova, y estar tan cerca del puerto me
 recuerda de dónde salió mi papá, y esto me emociona, una gran emoción. 
Gracias por su acogida. Yo conocía las preguntas y he escrito algunas 
ideas para responder y también, con la pluma en la mano, para tomar 
alguna cosa que se me ocurra en el momento para responder. Pero estas 
preguntas sobre el mundo del trabajo, quise pensarlas bien, para 
responder bien, porque hoy el trabajo está en peligro. Es un mundo en el
 que el trabajo no se considera con la dignidad que tiene y que da. Por 
esto, responderé con las cosas en las que he pensado, algunas que voy a 
decir en un momento. Hago una premisa una premisa. La premisa es: ¡el 
mundo del trabajo es una prioridad humana! Y, por lo tanto, es una 
prioridad cristiana, una prioridad nuestra, y también una prioridad del 
Papa, porque está en ese primer mandamiento que Dios dio a Adán («Ve, 
haz que crezca la tierra, trabaja la tierra, domínala»). Siempre ha 
existido una amistad entre la Iglesia y el trabajo, a partir de Jesús, 
trabajador, en donde hay un trabajador ahí está el interés y el amor del
 Señor y de la Iglesia. Creo que es claro. Es muy bella esta pregunta 
que viene de un empresario, de un ingeniero; en su manera de hablar de 
la empresa surgen las típicas virtudes del empresario. Como esta 
pregunta la hace un empresario, hablaremos de ellos. La creatividad, el 
amor por la propia empresa la pasión y el orgullo por la obra de las 
manos suyas y de los trabajadores, el empresario es una figura 
fundamental de una buena economía. No hay buena economía sin buenos 
empresarios. Sin su capacidad de crear, crear trabajo, crear productos, 
en sus palabras se siente también el afecto por la ciudad. Y se entiende
 esto. Por su economía, por la calidad de las personas, de los 
trabajadores y también por el ambiente, el mar. Es importante reconocer 
la virtud de los trabajadores y de las trabajadoras . Su necesidad de 
trabajadores y trabajadoras de hacer el trabajo bien, porque hay que 
hacerlo bien. A veces se piensa que uno trabaja bien solo porque se le 
paga. Esta es una grave desestimación del trabajo y del trabajador. 
Porque niega la dignidad del trabajo, que comienza justamente con 
trabajar bien, por dignidad, por honor. El verdadero empresario, trataré
 de trazar el perfil del buen empresario: conoce a sus trabajadores, 
porque trabaja a su lado, con ellos, no nos olvidemos de que el 
empresario debe ser antes que nada un trabajador. Si él no tiene esta 
experiencia de la dignidad del trabajo, ¡no será un buen empresario! 
Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte las alegrías del 
trabajo,de resolver juntos problemas, de crear algo juntos. Cuando debe 
despedir a alguien es siempre una decisión dolorosa y no lo haría si 
pudiera. Ningún buen empresario ama despedir a su gente. No. Quien 
piense resolver el problema de su empresa despidiendo gente, no es un 
buen empresario, es un comerciante. Hoy vende a su gente, mañana vende 
la dignidad propia. Sufre siempre y a veces de este sufrimiento nacen 
nuevas ideas para evitar el despido. Este es el buen empresario. Yo me 
acuerdo... hace un año, un poco menos, en la Misa de Santa Marta, a las 7
 de la mañana (a la salida yo saludo a la gente que está ahí), y se 
acercó un hombre que lloraba: «Vine a pedirle una gracia, yo estoy al 
límite y tengo que hacer una declaración de bancarrota y esto 
significaría despedir a unos 60 trabajadores, y no quiero, porque siento
 que me despido a mí mismo». Y ese hombre lloraba, ese es un buen 
empresario. Luchaba y rezaba por su gente, porque era suya, “mi 
familia”, ¿no? Se unieron. Una enfermedad de la economía es la 
progresiva transformación de los empresarios en especuladores. El 
empresario no debe ser confundido con el especulador, son dos tipos 
diferentes. El especulador es una figura semejante a la que Jesús en el 
evangelio llama mercenario para contraponerlo al buen pastor. No ama su 
empresa, a sus trabajadores, sino que los ve solo como medios para 
obtener ganancias usa la empresa y a los trabajadores para obtener 
ganancias. Despedir, cerrar, mover la empresa no les crean ningún 
problema, porque el especulador usa intrumentaliza, come personas y 
medios por sus objetivos de ganancia. Cuando la economía está habitada, 
en cambio, por buenos empresarios, las empresas son amigas de la gente y
 también de los pobres. Cuando pasa a las manos de los especuladores, 
todo se arruina, con él pierde rostro y pierde los rostros, es una 
economía sin rostros. Una economía abstracta. Detrás de las decisiones 
del especulador no hay personas, y entonces no se ven las personas que 
hay que despedir, que recortar, cuando la economía pierde el contacto 
con los rostros de las personas concretas se convierte en una economía 
sin rostro y por lo tanto en una economía despiadada. 
Hay que temer a los epspeculadores no a los empresarios. Hay muchos 
buenos. Hay que temer a los especuladores, pero, paradójicamente, el 
sistema político parece animar a los que especulan sopre el trabajo y no
 a quienes invierten en el trabajo ¿Por qué? Porque crea burocracia y 
controles partiendo de la hipótesis de que los creadores de la economía 
son espelculadores y los que no lo son no tienen ventajas. Se sabe que 
reglamentos y leyes pensados para los deshonestos acaban penalizando a 
los honestos. Y hoy hay muchos verdaderos empresarios, honestos que aman
 a sus trabajadores, a la empresa que trabajan a su lado para sacar 
adelante la empresa, y estos son los más golpeados por estas políticas 
que favorecen a los especuladores. Pero los empresarios honestos y 
virtuosos salen adelante a pesar de todo. Me gusta citar una bella frase
 de Luidi Einaudi, economista y Presidente de la República Italiana. 
Escribió: «Miles, millones de individuos producen y trabajan y ahorran, a
 pesar de todo lo que nosotros podamos inventar para molestarlos, 
obstaculizarlos, desanimarlos. Es la vocación natural que los impulsa; 
no solo la sed de dinero. El gusto, el orgullo de ver a la propia 
empresa prosperar, adquirir crédito, constituyen un resorte de progreso 
tan potente como las ganancias. Si no fuera así, no se explicaría cómo 
existen empresarios que en la propia empresa prodigan todas sus energías
 e invierten todos sus capitales para tener utilidades a menudo mucho 
más modestas de las que podrían segura y cómodamente tener con otros 
usos». Le agradezco por lo que usted dijo, porque usted es un 
representante de estos empresarios, y estén atentos, ustedes 
empresarios, y también los trabajadores, cuidado con los especuladores, y
 también con las reglas y con las leyes que al final favorecen a los 
especuladores y no a los verdaderos empresarios y al final dejan a la 
gente sin trabajo. 
Micaela, representante sindical, habló sobre la 
nueva frontera tecnológica y sobre el temor de que, en lugar de crear 
nuevos empleos, pueda crear precariedad y malestar social: «Hoy –dijo– 
la verdadera revolución sería precisamente la de transformar la palabra 
“trabajo” en una forma concreta de rescate social».
 
Me viene a la mente un juego de palabras: tú acabaste con “rescate 
social”, y yo diría “chantaje social” (el juego de palabras es con los 
vocablos italianos “riscatto” y “ricatto”, ndr.). Lo que ahora digo es 
una cosa real, que sucedió hace un año en Italia. Había una cola de 
gente desempleada para encontrar trabajo, un trabajo interesante, de 
oficina. La chica que me lo contó, una chica culta, hablaba algunas 
lenguas (que era importante para ese puesto)… Le dijeron: «Sí, pero 
serán entre 10 y 11 horas al día». Ella dijo que sí, inmediatamente, 
porque lo necesitaba: «Empezamos con 800 euros al mes». Y ella dijo: 
«¿Solo 800 euros por 11 horas?». Y el especulador: «Señorita, vea usted 
la cola; si no le gusta, váyase». Este no es un rescate, ¡este es un 
chantaje! El trabajo en negro: otra persona me contó que trabajó se 
septiembre a junio. Y luego lo despidieron en junio y lo volvieron a 
contratar en septiembre. Y así se juega, el trabajo en negro. El diálogo
 en los lugares de trabajo no son menos importantes de los que se hacen 
en las parroquias o en las solemnes salas de congresos, los lugares de 
la Iglesia son los lugares de la vida. Alguno podría decir: «¡Qué viene a
 decirnos este cura, que se vaya a su parroquia!». No, todos somos el 
pueblo de Dios. Muchos de los encuentros entre DIos y los hombres sobre 
los que nos hablan la Biblia y los Evangelios se dieron mientras las 
personas trabajaban. Los primeros discípulos de Jesús eran pescadores y 
fueron llamados justamente mientras estaban trabajando a orillas del 
lago. La falta de trabajo es mucho más que no tener una fuente de 
ingresos para poder vivir. El trabajo también es esto, pero es mucho 
más: trabajando nos volvemos más persona, nuestra humanidad florece, la 
Doctrina social de la Iglesia siempre ha visto el trabajo como 
participación en la creación que continúa gracias a las manos, a la 
mente y al corazón de los trabajadores. Sobre la tierra hay pocas 
alegrías más grandes que las que experimentamos trabajando. Así como hay
 pocos dolores más grandes de cuando el trabajo aplasta, humilla, mata. 
El trabajo es amigo del hombre y el hombre es amigo del trabajo. Con el 
trabajo, los hombres y las mujeres son ungidos de dignidad. 
Alrededor del trabajo se edifica todo el pacto social; cuando no se 
trabaja, se trabaja mal o poco es la democracia la que entra en crisis, 
todo el pacto social entra en crisis. Y también es este el sentido del 
primer artículo de la Constitución italiana: «Italia es una república 
fundada sobre el trabajo». ¡Podemos decir que quitarle el trabajo a la 
gente o explotar a la gente con trabajo indigno o mal pagado es 
anticonstitucional, según este artículo! Si no estuviera fundada sobre 
el trabajo, la República italiana no sería una democracia, porque el 
lugar del trabajo siempre lo han ocupado los privilegios, las castas, 
las ganancias. Hay que ver las transformaciones tecnológicas y no 
resignarse a la ideología que imagina un mundo en el que tal vez la 
mitad o dos terceras partes de los trabajadores trabajen y los demás 
sean mantenidos con un pago social. Debe quedar claro que el objetivo 
social que hay que alcanzar no es el rédito para todos, sino el trabajo 
para todos. Porque sin trabajo para todos no habrá dignidad para todos. 
El trabajo de hoy y de mañana serán diferentes, tal vez muy diferentes, 
pensemos en la revolución industrial. Habrá una revolución, ¡pero tendrá
 que ser trabajo, no pensión! ¡No pensionados; trabajo! Uno se jubila a 
la edad justa, es un acto de justicia, pero es contra la dignidad de las
 personas jubilarlas a 35-40 años, con un pago del Estado. ¡Y te las 
arreglas! ¿Tengo qué comer? Sí. ¿Tengo dignidad? No, porque no tengo 
trabajo. Sin el trabajo no se puede sobrevivir, porque para vivir se 
necesita el trabajo y la decisión es entre sobrevivir y vivir. Y se 
necesita trabajo para todos, para los jóvenes. ¿Ustedes saben el 
porcentaje de jóvenes de 25 años para abajo sin empleo en Italia? No lo 
diré, busquen las estadísticas. Pero esta es una hipoteca del futuro, 
porque estos jóvenes crecen sin dignidad, porque no están unidos por el 
trabajo, que da dignidad. Es el núcleo de la cuestión. Un pago estatal, 
mensual, con el que saques adelante a la familia, no resuelve el 
problema. El problema debe ser resuelto con el trabajo para todos.
Al final, Victoria, una desempelada, le explicó al
 Papa que los desempelados sienten que las instituciones «no solo están 
lejos», sino que son «madrastras» más ocupadas «en un asistencialismo 
pasivo que en crear las condiciones que favorecen el trabajo… ¿En dónde 
podemos encontrar la fuerza para no tirar nunca la toalla?».
Precisamente así, quien pierde el trabajo y no logra encontrar otro 
siente que pierde la dignidad. Como los que se ven obligados a aceptar 
trabajos malos y equivocados. Todavía existen trabajos malos y 
equivocados en el tráfico de armas, en la pornografía, en los juegos de 
azar y en todas las empresas que no respetan ni a los trabajadores ni el
 medio ambiente, como los que reciben mucho dinero para que el trabajo 
ocupe toda la vida, sin horarios. Una paradoja de nuestras sociedades es
 la presencia de una cuota de personas que quisieran trabajar pero no 
pueden, o los otros que quisieran trabajar menos, pero no lo logran 
porque han sido comprados por las empresas. El trabajo se convierte en 
un hermano cuando a su lado está la fiesta, el tiempo libre. Sin esto, 
solo se vuelve trabajo esclavizante, aunque esté muy bien pagado. En las
 familias en las que hay desempleados nunca hay un domingo verdadero, 
porque falta el trabajo del lunes. Para celebrar la fiesta es necesario 
poder celebrar el trabajo, van de la mano, uno marca el tiempo del otro.
 El consumo es un ídolo de nuestro tiempo, es el consumo el centro de 
nuestra sociedad y después el placer. Hoy existen los nuevos templos 
abiertos 24 horas, que prometen la salvación, puntos de puro consumo y 
de puro placer. El trabajo es fatiga, es sudor, cuando una sociedad 
hedonista ve y quiere solo el consumo, no comprende el valor de la 
fatiga ni del sudor, no comprende el trabajo. Todas las idolatrías son 
experiencias de puro consumo. Sin volver a encontrar una cultura que 
estima la fatiga y el sudor, no volveremos a encontrar una nueva 
relación con el trabajo y seguiremos soñando el consumo del puro placer.
 El trabajo es el centro de todo pacto social, no un medio para poder 
consumir. Entre el trabajo y el consumo hay muchas cosas, importantes y 
bellas: libertad, honor, dignidad, derechos de todos. Si malbaratamos el
 trabajo al consumo, también malbarataremos estas palabras hermanas. 
Muchas de las oraciones más bellas de nuestros padres y abuelos eran 
oraciones del trabajo, recitadas antes, durante y después del trabajo. 
El trabajo está presente todos los días, en la eucaristía cuyos dones 
son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Los campos, el mar, las
 fábricas, siempre han sido altares desde los que se han elevado 
oraciones bellas y puras, que Dios ha reunido y recibido, recitadas, 
pero también dichas con las manos, con el sudor, con la fatiga del 
trabajo de los que no sabían rezar con la boca. Dios acogió todas estas,
 y sigue acogiéndolas también hoy. Por ello, quisiera concluir con una 
oración: el ven Espíritu Santo: «Mándanos un rayo de luz, ven, Padre de 
los pobres, de los trabajadores y de las trabajadoras».

No hay comentarios:
Publicar un comentario