Jesús Martínez Gordo
No hace mucho me contaba
un amigo que los obispos que vienen presidiendo, durante veinticinco años, la
diócesis de Bilbao (quince mons. Ricardo Blázquez y diez, mons. Mario Iceta) y,
algunos menos, las de S. Sebastián y Vitoria, habían sido enviados para
reconducirlas al “buen camino” de una involución eclesial que, gestada en el
Sínodo de obispos de los Países Bajos (1980), fue aplicada, a partir de
entonces, sin consideraciones de ninguna clase. Y me recordaba cómo, repasando
las “Conclusiones” de este singular encuentro, celebrado en el Vaticano, bajo
la presidencia de Juan Pablo II y los “pesos pesados” de la curia de aquel
tiempo, el entonces obispo de Roma reivindicó -apoyado en una concepción
monárquica del primado de Pedro- la centralidad absoluta del papado hasta en
los asuntos más nimios. Como resultado, se empezaron a promover al episcopado
-tanto en Holanda como en el resto del mundo- a sacerdotes cuya sintonía con
los propuestos modelos de Iglesia y gobierno estaban fuera de toda duda.