Abenduko izarrak

jueves, 8 de diciembre de 2016

El nuevo



                                                    María Dolores Lezama

El último resplandor del ocaso iba apagándose y la noche ya empezaba a cubrir las tiendas de los 6000 refugiados que habían llegado a un pueblo de Grecia. Las voces infantiles que habían llenado el lugar de alegría y juegos iban silenciándose y cada uno entraba en su tienda familiar para rumiar lo vivido en el día, oír las noticias de la radio y compartir la cena antes de dormir.



                ¡Tan pocas novedades! Los mayores daban gracias a Alá por seguir viviendo, por tener para comer, por las personas que les seguían acogiendo y ayudando a sus familias. Tres años fuera de su país les había ido anulando las ganas de luchar por la vida, de rebelarse, de aspirar a ese mundo en libertad y paz con el que habían soñado.

                Los jóvenes se mostraban  silenciosos, con un rictus de amargura y decepción: algunos compañeros habían logrado escapar a Alemania, había quien tenía a sus familiares en otros países europeos y ellos no lograban tener los papeles para unirse a ellos. Sus carreras, su trabajo, sus sueños y sus ansias les aguijoneaban en lo más profundo de su corazón.

                Los niños parecían felices: no les faltaba comida, podían jugar y hasta tenían clases que les impartían profesionales voluntarios, refugiados, como ellos.

                Poco a poco se fue haciendo el silencio mientras se iban apagando las últimas luces en las tiendas.

Pero, súbitamente, notaron que algo grande estaba ocurriendo en algún lugar cercano pues parecía oírse balidos de rebaños y voces de gente que cantaban como si estuvieran de fiesta. Los sonidos se fueron acercando al campamento y una claridad inmensa les iba rodeando y siguiendo.
                                             
                Los jefes de los ancianos salieron de sus tiendas para informarse de lo que pasaba y quizá tomar alguna medida de protección para los suyos.

                No parecían enemigos sino gente de paz, pero ¿qué ocurría?, ¿por qué esa algarabía?    

                Por fin un joven salió de la caravana multicolor y explicó a los ancianos que venían acompañando a una joven que estaba a punto de dar a luz y que querían llevarle a un lugar adecuado pues ellos solo eran pastores y no tenían más que chabolas y pesebres. Aseguraba que se habían sentido atraídos por esa joven pareja pues notaron señales especiales en el cielo y en sus campos.

                No fue necesario dar más explicaciones: como por arte de una fuerza sobrenatural, la vida dormida del campamento se despertó y en un abrir y cerrar de ojos vaciaron una tienda para prepararla para recibir al que iba a nacer.

                Tres jóvenes madres atendieron a la doncella, que dio a luz a un hermoso niño y a quien sus padres le pusieron el nombre de Joshua.
                                             

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