El otro día dos jóvenes discutían sobre comulgar de pie o de rodillas. Y yo en medio escuchando. La cosa se ponía fea, pues había más ideología en cada uno que caridad fraterna. “¿Y si tenéis razón los dos?”, les dije. “Mirad, ponerse de rodillas para orar es una actitud de humildad ante la grandeza de Dios, como hicieron los sabios de Oriente, o Jairo para conseguir la curación de su hija, o Juan ante la visión en el Apocalipsis… También fue un acto de vasallaje”.
Al principio, no era así. En la Iglesia naciente, en las
catacumbas representaban a una persona orante de pie alzando las manos. En la
Edad Media, santo Domingo nos
enseñaba a orar en diversas posturas para permanecer vigilantes: inclinación
profunda, tendido en el suelo, de rodillas, de pie, con las manos abiertas o
cruzadas sobre el pecho, los brazos en cruz o extendidos hacia el cielo. Podemos
rezar en todas las posturas sin restricción, cada uno según le dicte su
espíritu. Pero no en la oración comunitaria.
Y la Eucaristía es comunitaria y requiere unidad en la
celebración. En el año 325, el Concilio de Nicea (canon 20) prohibió la
oración de rodillas los domingos y durante el tiempo de Pascua hasta
Pentecostés. Como algunos rezan de rodillas el domingo y los días hasta
Pentecostés, el santo concilio ha decidido que, para observar una regla
uniforme en todas las iglesias, presenten sus oraciones a Dios de pie.
Dicen
algunos, no la mayoría, y para observar la uniformidad, se entiende que en la
Eucaristía (a solas, cada uno elija aquella postura que crea necesaria). La
razón era porque arrodillarse se consideraba un gesto penitencial, y la
Iglesia quería que los domingos y el tiempo pascual reflejaran la alegría de la
Resurrección, porque el Señor se puso de pie sobre la muerte.
Comulgatorios
Durante
más de 60 años llevo participando en misa y antes no había estos problemas. Es
algo de ahora, y deberíamos preguntarnos por qué esta fractura de algunos que
exigen comulgatorios, creando una barrera más entre el
altar y el pueblo santo de Dios. Otras
personas están de rodillas desde la consagración. Incluso, una joven se
arrodilló para comulgar y alzó las manos para recibir el Cuerpo de Cristo. No
pude por menos de sonreírme.
Volvamos
a la más pura tradición originaria, que es lo que pretende el Vaticano II. Pero,
sobre todo, lo que le decía Pablo a Timoteo en
su primera carta: “Es mi deseo que todos y en cualquier circunstancia hagan
oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, elevando las manos
santamente, sin ira ni discusiones” (1 Tim 2, 1.8).
Pues eso, todos por todos.
¡Animo y adelante!
Antonio Gómez Cantero
Obispo
de Almería
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