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viernes, 19 de agosto de 2022

Nos hace falta tener el espíritu de Chesterton

 

Baltazar Porras, en RD

"El centenario de la conversión al catolicismo (1922-2022) del dramaturgo, poeta, escritor, polemista inglés, agnóstico, anglicano y católico, G.F. Chesterton, me da pie a esta crónica menor"

"Fue un inquieto inquisidor por encontrarle sentido a todo lo que hacía, honbre de confrontación, de búsqueda permanente de la razón de ser de las cosas, y la necesidad de encontrarle respuesta a los interrogantes de la vida"

"Tenía 46 años cuando se convirtió al catolicismo. En el cristianismo encontró la llave que permite abrir la cerradura del misterio de la vida, porque hace encajar las distintas piezas"

"No nos traguemos todo lo que nos ofrecen los modernos medios de comunicación que invitan más al borreguismo que a la conciencia crítica que nos hace seres libres y responsables. Los invito a leer las reflexiones de Chesterton sobre la veracidad"

Uno de los temas más socorridos en la actualidad es el sacar a relucir las defecciones y la disminución del catolicismo en varias partes del mundo, por diversas causas: el secularismo, los escándalos por los abusos de poder, la exigencia de reconocer los errores del pasado y darles solución actual. La mejor respuesta ha sido la presencia del Papa Francisco en Canadá, dando razón a parte de los reclamos, pero, a su vez, indicando que hoy existen, también, nuevos colonialismos y exigencias muy distantes de una ética humanista a la que todo los humanos tenemos derecho. Junto a esta realidad, no dejamos de preguntarnos el porqué se dan también numerosas conversiones al catolicismo, desde trincheras aparentemente lejanas o contrarias.

El centenario de la conversión al catolicismo (1922-2022) del dramaturgo, poeta, escritor, polemista inglés, agnóstico, anglicano y católico, G.F. Chesterton, me da pie a esta crónica menor.

No dejo de dar gracias a la insistencia de mis formadores en el Seminario Menor caraqueño, de familiarizarnos con la lectura, con la obligación de engullir pequeñas novelas, como aquellas de la colección “desde lejanas tierras” que hacían volar la imaginación a la vez que aprender hermosas lecciones de la vida común y corriente de gentes de todas las latitudes, o viajar con Julio Verne por el planeta o por el sistema solar. No fue tiempo perdido, al contrario, almacenó en nuestras alforjas internas, ricas experiencias que en el devenir de la vida, se nos antojan preciosas joyas para la visión del mundo y de la trascendencia.

A la par de las lecturas había que indagar en el diccionario más completo de la época, el “Espasa-Calpe, la biografía del autor y las coordenadas históricas o geográficas de la obra, ponerlas por escrito y entregarlas al padre prefecto para su análisis y corrección. Lo molesto de entonces lo veo hoy a la distancia como una saludable cucharada de salud como, las de emulsión de Scott o las pócimas de purgante que había tomar al inicio de cada año escolar.

Gilbert Keith Chestertonnació en Londres el 29 de mayo de 1874 y murió en Beaconsfield, el 14 de junio de 1936, en plena época victoriana, en medio de las vicisitudes propias de las polémicas filosóficas, científicas y religiosas de su tiempo, con los acontecimientos políticos tanto en Gran Bretaña como en la Europa de comienzos del siglo XX.

Inquieto inquisidor por encontrarle sentido a todo lo que hacía, lo convirtió en honbre de confrontación, de búsqueda permanente de la razón de ser de las cosas, y la necesidad de encontrarle respuesta a los interrogantes de la vida, lo que hizo del inicial agnosticismo, un cultivador de su fe familiar anglicana que lo llevó paso a paso a encontrar en el catolicismo, la razón de ser de su existencia. Tenía, pues, 46 años cuando se convirtió al catolicismo y vivió todavía catorce años más para dar razón de ello en sus escritos. Son muchas las anécdotas simpáticas de su vida y las de sus últimos días. En el cristianismo encontró la llave que permite abrir la cerradura del misterio de la vida, porque hace encajar las distintas piezas. A su muerte el Cardenal Pacelli le envió a su viuda un telegrama de condolencia a nombre del Papa Pío XI.

Precisamente en los años previos a su conversión, creó la figura de un personaje sencillo, sacerdote católico, párroco de una comunidad sencilla, “el Padre Brown”, la mejor manera de convertirlo en un detective que descubría en la maraña de situaciones complejas la respuesta más inesperada y exacta. Todo ello en un lenguaje sencillo y agradable que se leía como toda acción detectivesca con emoción por saber el desenlace final de cada episodio. “La incredulidad del padre Brown” fue la primera obra que tuve en mis manos y que ahora, rebobinando en el baúl de los recuerdos, provoca volver a leerlo, o quizá, seguirlo en las películas que seguramente podremos verlas en Netflix o en algún otro lugar.

Nos hace falta tener el espíritu de Chesterton, para que entre la paradoja de la vida, a través del relato simbólico le encontremos respuesta a los interrogantes de la vida y no nos traguemos todo lo que nos ofrecen los modernos medios de comunicación que invitan más al borreguismo que a la conciencia crítica que nos hace seres libres y responsables. Como todos somos comunicadores aunque no lo seamos de profesión, los invito a leer las reflexiones de Chesterton sobre la veracidad para no presentar a los poderosos e influyentes como personas modestas y honorables, lo que no es incompatible con exagerar alguna de sus cualidades.


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