Jesús Martínez Gordo
Catedrático en teología
Hay quienes han podido pensar que lo más relevante del reciente viaje de Iñigo
Urkullu al Vaticano ha sido el malestar de los obispos de la comunidad autónoma
del País Vasco por no haber sido informados del mismo mientras se preparaba. Es
probable que, quizá, por eso, algunas de estas personas han percibido la visita
del lehendakari a la Comunidad de San Egidio y la entrevista con su presidente, Marco
Impagliazzo, como un movimiento de segundo
o tercer nivel. Nada más lejos de la realidad.
Esta organización no gubernamental,
popularmente conocida como “la ONU
del Trastevere” (el barrio romano en la que tiene su sede), presenta una larga
y fructífera trayectoria en el diálogo interreligioso y ecuménico; en la
mediación y resolución de conflictos, tal y como se pudo comprobar el 4 de
octubre de 1992 con el acuerdo de paz que ponía fin a una sangrienta guerra
civil en Mozambique (más de un millón de muertos); en la promoción de campañas
para abolir la pena de muerte o en la lucha contra el sida en África con unas
tasas de observancia del tratamiento prescrito del 95 %, superior a las registradas
en Europa y Estados Unidos.
Recientemente, ha vuelto al primer
plano de la actualidad por impulsar, junto con la Federación de las
Iglesias Evangélicas de Italia (FCEI) y la Mesa Valdense, un “corredor
humanitario” para personas que huyen de la guerra, del hambre, del terrorismo y
de los cambios climáticos en el Líbano, Marruecos y Etiopía. Se trata de una
iniciativa que, pactada con los Ministerios italianos del Interior y de Asuntos
Exteriores, permite que la acogida, acompañamiento e inserción de estos
refugiados y migrantes sea legal y segura, evitando con ello el tráfico de
seres humanos. No solo cuenta con la implicación de diferentes iglesias, sino
también con la inestimable complicidad de una parte nada desdeñable de la sociedad civil italiana. Y, por si eso pareciera
poco, evidencia, en su indudable modestia, el miedo y la insolidaridad que preside
la política migratoria de los gobiernos europeos cuando, como sucede en la
actualidad, se olvidan de los derechos humanos de los que llaman, desde marzo
de 2016, “migrantes irregulares”; pagan a terceros países, de dudosa
credibilidad en lo que se refiere a la defensa de estos derechos -como en el
caso de Turquía-, para que frenen su llegada a nuestras costas e, incluso, prefieren
construir muros o poner, como sucede en España y en Hungría, alambradas de cuchillas
-las llamadas concertinas- en sus fronteras.
El pasado 12 de enero la Comunidad de San Egidio ha
vuelto a intervenir en la firma de un acuerdo entre la Conferencia Episcopal
italiana, Caritas italiana, la fundación Migrantes y el Ministerio italiano de
Asuntos Exteriores para abrir un nuevo “corredor humanitario” que permita sacar
de la precariedad material y existencial en la que están sumidas 500 personas del
sur del Sudan, Eritrea y Somalia. Se hará respetando las mismas condiciones de legalidad,
seguridad e integración del corredor actualmente en funcionamiento. A partir de
ahora, se cuenta, para favorecer la integración de estos migrantes y refugiados,
con la colaboración de todas las diócesis italianas. Los gastos ocasionados correrán
a cargo del “ocho por mil” que los católicos destinan anualmente en su
declaración de Hacienda para los fines de la Iglesia.
Pero esto no es todo. Una
semana después, el pasado 19 de enero, eran la Federación Protestante
de Francia (FPF) con la
Federación de Ayuda Mutua Protestante (FEP), el Socorro Católico
- Caritas de Francia, la Conferencia Episcopal de Francia y la Comunidad San Egidio
las que anunciaban la firma, en breve, de un acuerdo con el Ministerio del Interior
para abrir otro nuevo corredor humanitario. Se estaba a la espera de que el
gobierno galo validara dicho acuerdo. Sus objetivos eran los mismos que los del
corredor en funcionamiento en Italia. El ministro del Interior confirmaba que
esperaba firmar dicho acuerdo las próximas semanas.
Son de agradecer los
esfuerzos por superar los malentendidos entre personas e instituciones. Y, por supuesto,
entre el lehendakari y los obispos del País Vasco. Pero, una vez aclarados e
intercambiada la información que se estime oportuna, sería deseable que uno y
otros se comprometieran a trabajar conjuntamente (ante el gobierno de España y
ante la Conferencia
Episcopal Española) para posibilitar, más pronto que tarde, también
entre nosotros, un acuerdo semejante al que ya está funcionando en Italia y al
que, en breve, lo estará en Francia. Sería una magnífica noticia porque, además
de contribuir a paliar, aunque sea muy limitadamente, un enorme problema
humanitario, reforzaría la convicción de que, a pesar de que las instituciones
europeas bajen la guardia en lo referente a la solidaridad, una buena parte de sus
ciudadanos no está con ellas en semejante dejación e irresponsabilidad.
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El presidente del Gobierno vasco, Iñigo Urkullu, visita la Comunidad de Sant'Egidio de Roma
Entre los temas abordados, están los corredores humanitarios para los refugiados y la cooperación en África y en América Latina
Una delegación del Gobierno vasco,
encabezada por su presidente Iñigo Urkullu, visitó ayer la Comunidad de
Sant'Egidio de Roma. La delegación fue a la Escuela de Lengua y Cultura
Italiana de la Comunidad, donde se reunió con los estudiantes y mantuvo
un encuentro con Daniela Pompei, responsable de Sant'Egidio para los
emigrantes, y algunos de los refugiados sirios que han llegado a Italia
con los corredores humanitarios. El
presidente Urkullu demostró reconocimiento y gran interés por el
proyecto de los corredores humanitarios, por el que el Gobierno vasco
entregó el premio René Cassin 2016 de derechos humanos a la Comunidad de Sant'Egidio el pasado diciembre.
La delegación vasca se reunió luego
con el presidente de Sant'Egidio, Marco Impagliazzo. Entre los temas de
los que hablaron, estuvo el de los corredores humanitarios y los pasos
para reforzar las relaciones entre el País Vasco y la Comunidad de
Sant'Egidio, en particular sobre la cooperación en América Latina y en
África con el programa BRAVO para inscribir a los niños en el registro civil.La visita fue la ocasión de reforzar la amistad entre Sant'Egidio y el País Vasco, y para sentar las bases de una futura colaboración.
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