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sábado, 21 de febrero de 2015

Inteligencia espiritual

Decía Gadner, hace ya treinta años, que en el ser humano hay múltiples modalidades de inteligencia. Por tanto, atender integralmente a una persona significa no ignorar ninguna de esas capacidades. La idea de que disponemos de una inteligencia musical, espacial, lingüístico-verbal, lógico-matemática, naturalista, corporal cinestésica, intrapersonal e interpersonal tuvo una gran relevancia en su tiempo, se cuestionaron los denominados test de inteligencia y se abrieron nuevos cauces en la educación, escribe José Serna Andrés en DEIA:


A mediados de los años 90, Goleman divulgó una idea que ya existía: la inteligencia emocional. Hoy lo han asumido diversas instituciones y se trata de no canalizar en un sentido destructivo emociones que se experimentan en la vida y que a veces son tóxicas. No es casual que en los sistemas educativos de los países en los que los informes PISA son más favorables esté incluida la educación de la inteligencia emocional.

Posteriormente, al empezar el año 2002, diversos científicos anglosajones se preguntaron por otra modalidad: la inteligencia espiritual. Se preguntaban qué beneficios tiene su cultivo en el plano personal, profesional y social y también qué sucede cuando no se desarrolla como las otras modalidades de inteligencia. Me consta que el profesor F. Torralba, autor del libro Inteligencia espiritual, y en quien están basadas estas reflexiones, le ha preguntado personalmente a Gadner por qué no habló en su libro de esta modalidad y le ha respondido recientemente que no lo vio en aquel momento pero que no la rechaza. Y es que ningún esquema agota la realidad. Reconoce F. Torralba que este concepto de inteligencia espiritual genera suspicacias en algunos ambientes. Hay también quien habla, en este contexto, de educación integral de la persona y lo tiene presente en su ideario educativo porque piensa que, de no hacerlo así, plantearía un tipo de educación fragmentaria e incluso sectaria. En escuelas públicas de Australia o Canadá, por ejemplo, hay programas que plantean cómo desarrollar la espiritualidad en la educación. Es un paradigma nuevo, emergente, que intenta dar más valor a las prácticas de atención a la persona.

Hemos hipertrofiado determinadas modalidades de inteligencia, mientras hemos atrofiado otras. ¿Por qué no cultivar la modalidad espiritual también en la escuela? 

El ser humano es capaz de realizar un tipo de actividades, preguntas, vivencias, que no podíamos explicar por las modalidades de inteligencias existentes. Quien puede realizar muchas operaciones mentales mediante la inteligencia lógico-matemática también puede ser capaz de orar, meditar, contemplar, interrogarse por el sentido de la vida y dar una respuesta a las necesidades propias y ajenas. Hemos hipertrofiado determinadas modalidades de inteligencia, mientras otras las hemos atrofiado, como la inteligencia musical, por ejemplo, que en la enseñanza se ha considerado como una maría, con educación física y religión. La modalidad existe, pero si no es cultivada simplemente se mantiene en un estado germinal, latente. ¿Por qué no cultivar la modalidad espiritual también en la escuela? ¿Por qué no valorar relatos, signos, rituales, textos sagrados y responderse si eso es significativo para vivir? ¿Por qué no permitir que se haga desde distintas orientaciones y una de ellas, entre otras, y para quienes lo desean, la cristiana? Si la educación es un proceso, todas las personas tienen la posibilidad de hacer una auditoría en un momento de su vida y seguir en esa línea o rechazarla. Pasa en todos los ámbitos. Hay quien quiere cultivar su inteligencia musical y no hace más que echar agua en la cesta durante toda su vida, pero si Mozart, a pesar de sus capacidades musicales, no hubiera cultivado su inteligencia musical, el mundo habría perdido su talento. ¿Por qué evitar, también en el ámbito educativo, una acogida y una estimulación para aquellas personas que lo deseen? Simplemente se trata de poder desarrollar esa modalidad.

Es necesario reconocer que la confesionalidad despierta alarmas, a veces por razones históricas. Y mucho más cuando se habla de lo espiritual en el ámbito público, porque se asocia a adoctrinamiento religioso, a proceso de colonialismo de las instituciones religiosas en las instituciones públicas educativas y eso es terreno neutro. En el ámbito mediterráneo se considera que espiritualidad está ligada a lo confesional. Dice Torralba que hay tres círculos en esta cuestión. El primero es el de la espiritualidad, que es el común a todo ser humano. Es una potencia latente en la persona, tanto si se desarrolla como si no. Es la antítesis de la frivolidad, de la superficialidad, valora la unión a un todo, con el sentimiento de que lo que nos une es mayor que lo que nos separa, etnias, personas… Es una capacidad que tiene el ser humano, que puede ser desarrollada en un marco exterior a las instituciones religiosas, pero también en ellas, donde hay símbolos, rituales, pertenencia a un pueblo, sentirse fraternalmente unido a otras personas, con las que se participa en un credo. Por supuesto que, dentro de lo que llamamos confesionalidad hay grados de compromiso diferentes, y a veces también distintos criterios éticos respecto a la transformación social.

Hay que reconocer que hay muchas personas a las que les falta aire para vivir su espiritualidad dentro de una confesión, porque desaprueban lo que ven, pero hay otras personas que lo viven desde una confesionalidad. ¿Por qué excluirlo?

Preguntarnos por los fines toca la médula espinal de la existencia. Necesitamos medios para vivir, pero también razones para vivir. Hemos comenzado a desconfiar de lo que vemos inmediatamente, sin saber lo que significa. Y eso también es motor de innovación, de madurez humana. Quien cultiva la inteligencia espiritual sigue asombrándose por todo, aun de lo más simple. También se pasma ante el mal en el mundo y eso puede llevarle a preguntarse y a dar respuestas personales.

¿Por qué no posibilitar que en el ámbito educativo quepan también quienes lo ven de diferente forma? ¿Por qué no consentir que, si lo eligen y para aquellas familias que lo eligen, pueda cultivarse esa concepción integral, incluso con una modalidad confesional?

¿No será así más pluralista la educación y, por añadido, la propia sociedad?

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