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domingo, 14 de octubre de 2012

"Mi contribución a la paz ha sido modesta": Juan Mari Uriarte

El obispo emérito de Donostia, Juan María Uriarte (Fruiz 1933), es una de las voces más autorizadas de Euskadi en el proceso de pacificación. El prelado anima a actuar con generosidad y se muestra convencido de que la violencia ha alcanzado un punto de no retorno, le entrevista Concha Lago en Deia.
¿El cese de la violencia de ETA hace ahora un año es la mejor noticia para Euskadi? ¿Cómo valora este anuncio?
Es una gran noticia su alto el fuego definitivo. Tengo la certeza moral de que es irreversible. La noticia será más grande cuando ETA proceda a su autodisolución. Entonces desaparecerán del todo los temores comprensibles que aún albergan algunos y las excusas menos comprensibles que otros aducen para no tomar parte activa y positiva en la pacificación plena. Esta requiere pasar de la unilateralidad a la reciprocidad. Este gran paso ha sido posible por el rechazo creciente de la sociedad vasca frente al terrorismo, por el cerco jurídico, político y policial de alcance internacional y por la evolución de la izquierda abertzale.

Conseguir la paz ha sido un objetivo vital para usted. ¿Cómo se siente ahora? ¿Queda mucho camino por recorrer?
Mi contribución ha sido modesta. Hubiera deseado que fuera más eficaz. Pero es verdad que, junto a otros muchos ciudadanos vascos, la he deseado ardientemente. Comparto con ellos un sentimiento básico de liberación, no exento de preocupación por lo que queda por hacer: el desarme real de ETA, el reconocimiento y rehabilitación de las víctimas de distinto signo, las medidas judiciales y políticas ungidas de justicia y humanidad para con los presos, la disolución de ETA... y la reconciliación personal y social.

¿Se atreve a soñar una Euskadi perfecta?
Una Euskadi perfecta no existe sino en la imaginación de los soñadores incurables. La Euskadi real comportará siempre una tasa de tensión y de conflicto múltiple. El conflicto bien gestionado no bloquea, sino que es fuente de avance. Aunque no es el principal motor de la historia, que es el amor solidario. La Euskadi real que deseo es una comunidad social y política incluyente, no excluyente. Una comunidad cuyos miembros sientan que es más básico e importante lo que les une que lo que les diferencia. Una comunidad que no solo tolere la pluralidad, sino que la aprecie como un valor. Una comunidad abierta a otras comunidades, sobre todo a las más necesitadas. Una comunidad regida por la ética y sensible al humanismo del Evangelio.

Para alguien como usted que trabaja tanto en el tema de la paz y dice cosas como que no habrá paz verdadera si hay vencedores y vencidos, ¿cómo se debe abordar el tema de la reconciliación?
Mi pensamiento es diferente del formulado en la pregunta: hablar de vencedores y vencidos no favorece la pacificación. No es una buena pedagogía. Ni la psicología de vencedores ni la psicología de vencidos facilita la reconciliación. La reconciliación, alma y término de una paz auténtica, se construye sobre la verdad de lo ocurrido y sobre la justicia ungida de misericordia. Juan Pablo II escribió un mensaje que se titula No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. Pero el tema delicado y amplio de la reconciliación requiere un tratamiento que no cabe en esta entrevista.

Defiende que el Gobierno español debe actuar con generosidad con los presos de ETA. Sin embargo, en muchos lugares del Estado español no entienden este argumento.
Les diría en primer lugar, que la generosidad no está reñida con la aplicación de la justicia, que es necesaria, sino que pretende humanizarla. En segundo lugar, que favorece a las mismas víctimas, pues, debidamente aplicada, les ayuda a liberarse del resentimiento crónico que las amarga y confina en su condición de solo víctimas. En tercer lugar, que en todos los lugares del mundo en los que se ha dado una auténtica reconciliación social se han dado a la vez el reconocimiento y reparación de las víctimas y la aplicación de algunas medidas de gracia.

Es inevitable preguntarle cómo enfoca la creciente secularización de la sociedad vasca. ¿Hay un alejamiento de los ciudadanos hacia la jerarquía de la Iglesia?
La secularización consiste en una progresiva emancipación de diversas áreas de la vida humana (familia, economía, política, ocio) de la tutela de la Iglesia e incluso, de hecho, de las orientaciones de la moral evangélica. Es un fenómeno sobre todo europeo. Afecta a todas las latitudes del Estado español. También a nosotros. Se manifiesta en la decreciente práctica religiosa, en la penuria de vocaciones y en el descenso drástico de la credibilidad del magisterio eclesiástico. En un pasado no lejano el control de la Iglesia sobre la vida personal y social fue excesivo. La realidad hoy es muy distinta. El riesgo de que el Evangelio mismo quede marginado como fuente de inspiración humanista de nuestros comportamientos personales y colectivos es hoy real y grave. Una sociedad que margina de este modo el Evangelio se depaupera y se deshumaniza.

¿La Iglesia tiene un posicionamiento correcto en la crisis? ¿Es suficientemente firme en la defensa de los más vulnerables?
Caritas, pilotada por las diócesis y sostenida sobre todo por la aportación económica y la colaboración de un voluntariado de cristianos, está haciendo un ingente esfuerzo por aminorar los efectos de la crisis en los más desfavorecidos. En el aspecto de iluminación y valoración moral de la crisis, los obispos vascos suscribieron una admirable Carta Pastoral que tuvo escaso eco mediático.

¿Alguna reflexión sobre las próximas elecciones?
El papel de la Iglesia se reduce a recordar ciertos criterios éticos y a reconocer que cada creyente es suficientemente adulto para discernir cuál de las ofertas entre todas las que se le presentan es, a su juicio, la que mejor recoge las exigencias del bien común y sus legítimas aspiraciones personales.

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