La suspensión de la
declaración de independencia por parte del Gobierno catalán ha abierto
una puertecita a la esperanza de diálogo, pero persiste la inquietud.
Nadie sabe lo que puede pasar. Yo no sé ni siquiera lo que está pasando,
y creo bien poco de lo que los grandes medios nos cuentan, para influir
más que para informar, para crear alarma y servir los intereses de sus
amos más que para buscar soluciones a la gente del país, de todos los
países. De pronto han desaparecido de sus páginas principales las cifras
de paro de septiembre y de los inmigrantes muertos, la corrupción y los
recortes (y la obsesión por Venezuela). Perversión del periodismo.
La
situación es sin duda extremadamente compleja desde todos los puntos de
vista, y las soluciones simplistas no pueden sino ser falsas y aumentar
el sufrimiento. Pero hay un criterio último, puramente democrático,
cuya más simple formulación no debiera admitir discusión, por difícil
que sea su aplicación concreta: es Cataluña quien debe decidir, en
última instancia, sobre su marco político y su relación con España. No
es sin más la solución, pero es el criterio y la condición básica de
toda solución
democrática, razonable y duradera. Busquémosla. La
solución es compleja, pero el criterio es simple.
Es la base de la convivencia cívica entre pueblos, regiones,
nacionalidades o naciones… como más nos guste. O polis de ciudadanos
simplemente, si eso parece más ilustrado. En la escala de Maslow, el
sentido de pertenencia es la tercera de las necesidades básicas del ser
humano, detrás de las necesidades biológicas y de la necesidad de
seguridad. Somos ciudadanos de un pueblo, como somos un pueblo o una
polis de ciudadanos. Somos ciudadanos de muchos pueblos que conviven, y
la tierra entera es una comunidad de comunidades, una comunidad de
vivientes. Convivamos.
Convivir es un deber, pero las formas concretas -los marcos
políticos, por ejemplo- pueden ser múltiples, y siempre requieren un
consenso de las partes. Todos los pueblos debemos convivir, pero solo
podemos convivir por decisión libre. Todos los países han de ser
solidarios, pero nada prueba que Cataluña vaya a ser menos solidaria por
ser independiente. Imponer por la ley de la fuerza un marco de
convivencia es negar la condición mínima de la misma. Son los azares de
la historia, muy pocas veces el consenso libre de las partes, más
frecuentemente los caprichos de las bodas monárquicas y casi siempre la
fuerza de las invasiones militares, las que han trazado las fronteras
estatales de hoy. Miremos el mapa y repasemos la historia, el mapa y la
historia de Europa, por ejemplo. Nadie debe ser forzado a formar parte
de un Estado en cuyas fronteras no se pueda entrar sin papeles y de las
que no se pueda salir libremente.
No es Europa, sino España la que debe decidir si quiere seguir
siendo parte de la Unión Europea. Gran Bretaña decidió separarse, y
nadie se lo impidió. Tampoco Gran Bretaña impidió a Escocia ni Canadá al
Quebec decidir si se iban o se quedaban. Es de países demócratas,
civilizados.
Simplemente. No cerraron el camino al diálogo y la
negociación durante siete años, como han hecho con Cataluña el
nacionalismo español y sus sucesivos Gobiernos del PP o del PSOE,
enmascarándose en una Constitución cuya llave poseían (en una noche la
cambiaron para lo que querían). Han impedido por la fuerza un referéndum
legal en Cataluña. Han impuesto la ley de la fuerza más que la ley del
derecho. Eso explica que estemos ahora donde estamos, y solo hay una
salida.
Por muchas vueltas que le demos, en algún momento habrá que hacer
un referéndum legal en Cataluña y, si la mayoría de los catalanes
optara por la independencia, habrá que aceptarla. Y si no sabemos lo que
realmente quiere la mayoría, no hay más que una forma de zanjar la
cuestión: poner urnas y contar votos.
Impedirlo con leyes, cárcel, porras o tanques no llega ni a
salvaje. Y además ya es imposible. Un vídeo es más fuerte que mil
policías. Un tuit, más fuerte que un tanque. Cuantas menos vueltas le
demos, será mejor para todos. Y para la democracia, la política en
general. Que decida, pues, Cataluña lo que quiere ser. Y si luego el
Valle de Arán quiere separarse de Cataluña, que lo decida también,
cívicamente.
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