Agur, es decir, salve y adiós, y más: respeto y honor. Agur, Iñaki, en todos los sentidos, con toda mi alma.
Compartimos mesa, oración y trabajo en las entrañas más profundas
de nuestro querido Arantzazu durante catorce años. Te admiré casi desde
niño, mucho antes de conocerte, al leer un poema en euskera escrito por
ti en la revista del seminario franciscano. Cuando te conocí, te admiré
mucho más.
Eras muy grande. Y no solo por tu 1,88 metros de altura y tu
ancha y fuerte complexión, sino por todo lo demás sobre todo: tu aguda
inteligencia, tu extraordinaria oratoria, tu sensibilidad estética, tu
capacidad de trabajo, tu creatividad inagotable, y tu disponibilidad
para todo lo que se te pidiera, pues nunca decías que no. Y, en medio de
todo eso, tu andar siempre tranquilo. Poseías la difícil facilidad. Y
algo más grande todavía: un alma tierna de niño, que tu firmeza nunca
alcanzó a ocultar y que disimulabas cada vez menos. La lágrima se te
volvió fácil.
A muchos se nos han llenado los ojos de lágrimas cuando te hemos
perdido a tus 70 años, cuando aún te veíamos en plenitud de facultades, y
más pleno y humano que nunca. Te ha perdido en especial Arantzazu,
donde has vivido 54 años, al que te has dado del todo, hasta vaciarte
enteramente y llegar a ser del todo.
Es la ley de la vida, o mejor, su gracia y sabiduría: despojarse
de grandezas, soltar amarras, dejarse llevar a donde haya que ir, y
levantar el vuelo, ligeros de ego. El 12 de septiembre te diagnosticaron
un cáncer invasivo y, cuando tres días más tarde tu hermano guardián te
lo comunicó, tú te dejaste llevar. Difícil facilidad. El día 25
quedaste libre de toda atadura. Ya te habías hecho tan pequeño cuan
grande eras. Ya podías levar el ancla y el vuelo.
Agur, Iñaki. Te lo dijimos el martes pasado como tú te lo
merecías, en la espléndida tarde otoñal soleada de Arantzazu, con sus
bosques aún verdes y sus peñas doradas, y la basílica a rebosar, bañada
de suave luz azulada, como un océano. Cuando, en el ofertorio de la
misa, el coro terminó de cantar el Aleluya de Leonard Cohen con
letra compuesta por ti, en la gran torre sonaron las campanas de menos
cuarto. Todo quedó en silencio y quietud. Tú volabas, libre de ataduras,
como las golondrinas rezagadas de Arantzazu, antes de reemprender el
vuelo a la Vida.
¿Y ahora qué?, se preguntan tus hermanos de Arantzazu, mis
hermanos. La respuesta la diste tú mismo, cuando hace 16 años afirmaste:
“Desaparezcamos los franciscanos o no, nuestro principal reto consiste
en que Arantzazu abra sus puertas al futuro”. El reto sigue en pie,
ahora mucho más difícil, pues faltas tú y es previsible que pronto
falten los franciscanos. Hay que abrir puertas. No hay otro camino.
Iñaki, sueño contigo un Arantzazu que abra de par en par sus
puertas al futuro. Que sea lugar de una espiritualidad para el siglo
XXI. Un lugar de sanación para todos los heridos. Un lugar de silencio y
respiro, como el interior de la basílica lleno de tanta dulzura y paz,
como la diminuta imagen sonriente de la Virgen, de piedra y color, sobre
el espino, con el niño o la vida en brazos. Un lugar donde resuenen el
grito y la denuncia de María en la fachada de Oteiza, con los brazos en
alto y su hijo Jesús a sus pies, muerto por los poderes injustos. Un
lugar para crear otro mundo donde toda la humanidad y todos los seres
vivientes seamos hermanos. Un lugar que acoja y aliente a los cristianos
mientras queden, pero no esté embargado por ninguna confesión ni
institución religiosa. Que no reniegue de ninguna religión, pero que las
trascienda todas. Un Arantzazu laico en manos de laicos, del pueblo que
lo ha construido durante siglos piedra a piedra, teja a teja, a paso de
peregrino. Un Arantzazu abierto al Espíritu, más allá de las creencias
que para la inmensa mayoría dejaron ya de ser creíbles. Un Arantzazu que
exprese en palabras actuales el aliento que late en textos y formas
bellas del pasado, más allá de las formas. Es el Arantzazu que siguen
soñando la arquitectura de Sáenz y Laorga, los apóstoles de Oteiza, las
puertas de Chillida, el ábside de Muñoz, las vidrieras de Eulate, la
cripta de Basterretxea y el camarín de Egaña.
Agur, Iñaki! Acompaña y despierta nuestro sueño desde el corazón de la Vida.
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