Foto: Maika Salguero |
Cientos de vizcaínos cumplen con la tradicional subida al
Gorbea, a pesar de la lluvia y la niebla, escribe OLATZ HERNÁNDEZ , en El Correo Español.
«Va a estar mal para subir». Vestidos con chubasquero y
botas, los montañeros confirmaban los peores augurios: la niebla no dejaba ver
a diez metros de distancia. Pero los mendizales no se dejaron intimidar:
«Aunque haga mal tiempo, llegaremos hasta la cruz», aseguraba rotunda Aurelia
Valdelvira. Ni la niebla, ni la lluvia pudieron frenar el tradicional ascenso
al Gorbea por San Ignacio, que cada 31 de julio atrae a cientos de vizcaínos,
especialmente del valle de Arratia.
Aurelia y su cuadrilla de Areatza llevan más de dos décadas
subiendo para celebrar la festividad. No se conforman con llegar a la ermita:
suben hasta la cruz, allí toman un hamaiketako y bajan para la horade comer.
Este año, como viene siendo habitual, el servicio de transporte `Gorbeibus'
salvaba el trecho de hora y media hasta Pagomakurre Desde allí, los montañeros
enfilan la primera de las muchas cuestas hasta la cima.
Mojados, pero sonrientes por haber logrado su objetivo,
descendían Adoitz e Iker. «Hemos subido a las siete y media». Otros, como José
y Mari Carmen apuraban el paso camino a Eguiriñao. «No queremos perdernos la
misa». Entre la niebla era difícil distinguir la ruta. Había que seguir el paso
de algún montañero veterano. A más de uno lo salvó la inesperada aparición de
Eugenio, natural de Zeanuri y con muchas subidas al Gorbea a sus espaldas.
«Nací aquí al lado», confiesa.
A las doce en punto las campanas llamaban a la oración. «Con
subir hasta aquí ya habéis hecho penitencia», reconocía José Mari Kortazar, el
cura. La conocida como la 'catedral del Gorbea' lleva desde 1929 acogiendo esta
celebración. «Antes se daba misa aquí todos los domingos y festivos (de verano)»,
recuerda el párroco.
«Está muy peligroso»
El alcalde de Zeanuri, Eusebio Larrazabal, también rememora
con nostalgia las celebraciones de hace algunos años: «Había una romería y la
fiesta duraba todo el día. Tocaban txistularis y la gente bajaba a la zona de
Orozko a bailar 'agarraos'».
Karmele Ormaetxea llevaba cinco años sin subir. «Solía venir
con mi marido, ahora vengo con la cuadrilla». Ella y sus amigas iban preparadas
para cualquier inclemencia del tiempo, menos para la niebla. «Es una pena que
no podamos llegar a la cruz, pero está muy peligroso», se lamentaba Mari
Ángeles García. Para ella es algo muy especial la subida el día de San Ignacio.
«No es solo la misa, es el monte, la naturaleza...», explicaba. Para reponer
fuerzas, se repartió el tradicional “barrauskarri”, un almuerzo de vino
y galletas. Un poco más animados por la bebida, los montañeros bajaban las
laderas cantando. Incluso se oyó algún irrintzi.
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