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viernes, 1 de mayo de 2020

Otro mayo para María: Pedro Miguel Lamet

Arratiako Ama
“La primavera ha venido / nadie sabe cómo ha sido”, escribía Juan Ramón. Y así es, puntualmente, por encima de nuestras vicisitudes, guerras y hasta la omnipresente pandemia, las mañanas relucen al sol, las tardes se van haciendo tibias y el anual milagro de la naturaleza estalla nuestros campos de flores y de vida.

Con mayo regresan también alegres recuerdos de infancia y juventud. Entre ellos, la evocación de María, la madre de Jesús que ocupaba ese sitio hogareño y soñador de nuestras ilusiones intactas.

Era un instante eterno, con el cordón azul de su medalla al cuello, contemplar a la Virgen adolescente de la congregación mariana en aquellas velas de oración ante su imagen niña.

Y el mes de las flores. En casa montábamos también nuestro altarcito con flores, que eran regalos de nuestra adolescencia, sumidos en el amor al eterno femenino, a la joven madre, que sabía nuestros secretos.

Después de tantos años, hoy, en este mayo confinado en que no podemos ni ver ni oler las flores que cantan nuestro sabor a fragilidad y eternidad feliz, deposito este soneto a sus pies, con el alma siempre joven, gracias a ella:

CON FLORES A MARÍA

Porque estabas allí, joven y pura,

desde el altar con luz de primavera

y despertaste la piedad primera

a un niño que buscaba tu hermosura,

porque plantaste el verso que apresura

el imposible sueño en la frontera

de ese tu amor sin nombre que rindiera

mi ser al don total y su locura,

por permitir que fuera adolescente

el resto mi vida entre tus brazos;

de nuevo, con más años de camino,

vuelvo a llevar con gozo y a porfía

este oloroso ramo vespertino

de alegres flores para ti, María.

        Pedro Miguel Lamet

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