Julen Rekondo
La sociedad del consumo ha creado paradojas tan crudas como la siguiente: hay una parte de la sociedad que vive con escasos recursos, que es pobre, que apenas puede comer; y hay otra parte a la que le sobra comida y la tira. Las cifras hablan por sí solas.
Mientras cerca de mil millones de personas viven en la pobreza y en riesgo de desnutrición en el mundo (1 de cada 7 habitantes del planeta pasa hambre), 89 millones de toneladas de comida en buen estado se despilfarran cada año en la Unión Europea, lo que supone una media de 179 kilos por persona, es decir, medio kilo de comida diario.
En lo que respecta a Euskadi, no hay datos estadísticos oficiales, pero no diferirán mucho de los de la UE, calculados en un reciente estudio encargado por la CE (Perparatory Study on food waste across EU 27), realizado por BIO Intelligence Service. En este estudio, las pérdidas y desperdicio se distribuyen de la siguiente manera: el 42% se estima proviene de los hogares, del cual el 60% sería evitable; el 39% proviene de los procesos de fabricación (la mayor parte se considera inevitable); el 5%, de la distribución, y el 14%, de los servicios de restauración y catering. A la luz de estos datos, no es extraño que el despilfarro alimentario ya se perciba como un escándalo global y una auténtica vergüenza.
Como se ve, en todos los eslabones de la cadena alimentaria hay despilfarro. Desde la producción hasta la mesa, aunque son los particulares los que más desperdician, un 42% del total.
Falta de conciencia y algo más
Según diversos estudios realizados, “la falta de conciencia, un mal empaquetado y la confusión con las fechas de caducidad” son las causas que hay detrás de este derroche. No obstante, a esto habría que añadir otros aspectos, como es el bombardeo que se lanza desde las grandes superficies (las mayor parte los hogares hacen la compra hoy en día en la gran distribución) dirigido hacia un mayor consumo, la imposibilidad de comprar como antaño en las pequeñas tiendas los artículos a granel y un sinfín de cosas más.
En lo que respecta a los procesos de fabricación, en los que se pierden un 39% de alimentos, puede ser debido a diversas razones, como no superar el canon de belleza exigido por nuestra sociedad actual. Y es que ocurre bastante habitualmente que no nos gusta comer una manzana que tiene mal color o un plátano excesivamente maduro. En la gestión y el almacenamiento, algunos productos pueden estropearse si pasan mucho tiempo fuera de cámaras frigoríficas o en condiciones no aptas para su conservación. En el envasado y el etiquetado, la lógica de la regulación de los productos en ocasiones confunde, y además, si se imprimen incorrectamente los envases, el producto ya no sirve.
En lo que respecta a la distribución, los supermercados y plataformas logísticas tienen excedentes. Acumulan productos cercanos a la fecha de caducidad, reciben alimentos en mal estado o simplemente descartan todo aquello que no cumpla con sus requisitos de producto de “calidad”. No obstante, desde hace unos cuantos años, en Euskadi muchos de estos excedentes ya no acaban en los contenedores sino en bocas de personas muy necesitadas, a través de los Bancos de Alimentos, Cáritas, etc.
Finalmente, están los servicios de restauración y catering, en los que se pierde el 14% de los alimentos. En este sector, se ha comentado en más de una ocasión que con una buena previsión se reduciría este derroche. También los alimentos que se pierden durante las preparaciones se podrían aprovechar -los restos de verduras para hacer purés, los sobrantes de frutas para mermeladas, etc.-, y otro problema son las cantidades de comidas que se quedan en los platos. Sin duda, sería muy interesante generalizar la tendencia que se observa en Europa, aunque aquí todavía no tanto, de que el cliente pueda llevarse a casa los alimentos no consumidos.
Las pérdidas y desperdicio de alimentos no solo representan, desde una perspectiva global, una oportunidad desaprovechada de alimentar a una población mundial en aumento sino que, en el actual contexto de crisis económica, en el que la sociedad atraviesa momentos difíciles y debido al cual se ha incrementado el número de personas en situación de vulnerabilidad social, la reducción de este desperdicio alimentario sería un paso preliminar importante para combatir el hambre y mejorar el nivel de nutrición de las poblaciones más desfavorecidas.
El problema ético y algo más
Además del problema ético y nutricional que supone que una cantidad considerable de alimentos en buen estado se desaproveche cada día, se plantea el impacto ambiental, en términos de cantidad de recursos naturales finitos, como los recursos hídricos, la tierra o los recursos marinos utilizados para la producción de estos alimentos no consumidos. La propuesta de Economía Circular, cuyo objetivo a largo plazo es que la Unión Europea se convierta en una sociedad del reciclado, plantea medidas para reducir el despilfarro de alimentos, incluida una metodología de medición común, una indicación de fechas mejorada y herramientas que permitan alcanzar el objetivo de desarrollo sostenible de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos a más tardar en 2030.
¿Qué se debe hacer ante tanto derroche?
En primer lugar, resaltaría que el despilfarro alimentario es una problemática que se caracteriza por su transversalidad, es decir, se origina en todos los eslabones de la cadena agroalimentaria. En este sentido, las soluciones para reducir el desperdicio de alimentos para que sean eficaces deben de contemplar la coordinación de esfuerzos que deriven en una mayor articulación del sistema alimentario.
Pero también es precisa la actuación del sector público y especialmente de las autoridades competentes, que pueden adoptar medidas legislativas y reglamentarias de obligado cumplimiento, con el apoyo de las correspondientes campañas de información y divulgación.
En lo que respecta a las instituciones vascas, desde las tres diputaciones forales se viene trabajando desde hace un tiempo en varias direcciones, como con el establecimiento de convenios de apoyo y colaboración con los bancos de alimentos, comedores sociales, y organismos benéficos, acuerdos con las sociedades que gestionan los mercados mayoristas, etc., así como la realización de campañas de información y concienciación, entre las que destacaría la Semana Europea de Prevención de Residuos (EWWR), que se celebra anualmente y que es promovida por el Organismo de Coordinación de Residuos Urbanos de la CAPV, en el que participan el Gobierno vasco y la Sociedad Pública de Gestión Ambiental (IHOBE), y las diputaciones forales.
Pero, sin duda, se requiere más. En este sentido, y como una asignatura pendiente para la próxima legislatura vasca, es necesario aprobar por parte del Parlamento de Vitoria-Gasteiz y regular legalmente el desperdicio de alimentos, el aprovechamiento de los excedentes alimentarios y la constitución de una cadena solidaria de alimentos, establecimiento de un sistema de penalizaciones ante el incumplimiento de las obligaciones legales que fueran establecidas.
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