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domingo, 5 de abril de 2020

Diez meditaciones en tiempo de coronavirus: Mikel Martínez

El sacerdote vasco, párroco de Nuestra Señora del Carmen de Indautxu (Bilbao), comparte algunas de las reflexiones que ha ido escribiendo durante este tiempo de confinamiento y anima a que cada cual haga un pequeño diario de los sentimientos que le suscita

 ¡Hola a todos! Espero que tanto tú como los tuyos os encontréis bien; y que estéis afrontando este tiempo de confinamiento obligatorio con espíritu positivo, orden, paciencia, solidaridad y creatividad.
Han pasado ya unos cuantos días desde que el Gobierno declaró el estado de alarma, y nuestra vida ha cambiado de una manera que nunca habíamos imaginado. A lo largo de las últimas semanas he ido escribiendo estas reflexiones que ahora paso a compartir contigo.

1. Una agenda inútil y absurda

Nos encontrábamos haciendo planes para esta próxima Semana Santa cuando un bichejo microscópico, pero terriblemente infeccioso para nuestro organismo, ha desbaratado no solo cuanto pensábamos hacer, sino también todo cuanto estábamos haciendo. Él solito nos ha sacado de nuestras rutinas particulares, y nos ha impuesto una rutina general: el confinamiento en nuestras casas.
Recordando lo que hice ayer, me doy cuenta que no tiene mucho que ver con lo que tenía apuntado en la agenda. Y si miro la agenda hoy, descubro que lo que escribí en su día apenas se corresponde con lo que estoy haciendo. Y así, esa agenda llena de tareas y compromisos que hace poco consultábamos varias veces al día, de repente se ha convertido en inútil y absurda. Inútil, porque mientras dure esta situación hay quehaceres y citas a los que no podemos responder. Y absurda, porque la situación creada requiere de un ‘planning’ distinto. Un ‘planning’ que nos permita distribuir el tiempo de otra manera, con unas propuestas completamente distintas a las que escribíamos estos días atrás.
Nos pasamos la vida haciendo planes; pero casi nunca pensamos en lo frágil que es el soporte que nos permite llevar a cabo esos planes. La vida y la salud son ese gran soporte que nos permite llevar a cabo todo cuanto soñamos, proyectamos, decidimos y realizamos. Pero ese gran soporte es enormemente frágil. No dependen de nuestros méritos, ni de nuestros cuidados y esfuerzos. Como nos dice Jesús en el evangelio: “¿Quién de vosotros, por más que se esfuerce, puede añadir una sola hora al tiempo de su vida?” (Lc 12, 25).

2. La vida es frágil e insegura

Aunque las personas mayores son el colectivo con mayor riesgo de ser afectadas por el COVID-19, conocíamos que, el día 18 de marzo, fallecía por su causa un guardia civil, Pedro Alameda, de 37 años de edad, que no presentaba patologías previas. Una epidemia como esta nos ayuda a reconocer que la vida es frágil e insegura para todos, y en todas las etapas de la vida.
Francisco de Rojas, en su obra ‘La Celestina’, escribió: “Ninguno es tan viejo, que no pueda vivir un año más; ni tan joven, que no pueda morirse hoy”. Es una frase rotunda, pero llena de verdad. Pero preferimos soslayar esta verdad. ¿Cómo lo hacemos? Coleccionando cosas, fundamentalmente bienes. Esos bienes nos ofrecen la falsa seguridad de contar con algo a lo que recurrir en caso de que nos vengan mal dadas. Pero la verdad es que cuando nos sobreviene una enfermedad grave o una epidemia como esta nos damos cuenta de lo poco que vale la tarjeta de crédito.

3. Gigantes con pies barro

El ser humano, que ha sido capaz de fecundar un óvulo con un espermatozoide fuera del útero, de clonar una oveja a partir de una célula adulta, o de realizar la secuenciación completa del genoma humano… contempla hoy, con una mezcla de perplejidad y estupefacción, cómo un agente microscópico, infeccioso y acelular es capaz de alterar por completo su vida. Esto pone de manifiesto, al propio tiempo, nuestra grandeza y fragilidad.
Somos como aquel gigante con pies de barro que soñó el rey Nabucodonosor II, y cuya interpretación le dio el profeta Daniel (Cf. Dn 2, 26-45). La epidemia provocada por el coronavirus nos ayuda a bajarnos de ese pedestal al que impulsados por la soberbia, la vanidad y la arrogancia nos habíamos subido sin apenas darnos cuenta.

4. Ciudadanos ejemplares… y no tanto

El sábado 14 de marzo, en la comparecencia ante los medios del presidente del Gobierno, me gustó la alusión al ejemplo de generosidad que nos dieron nuestros mayores durante la pasada crisis económica, y cómo de sus pensiones salió el dinero para llenar la despensa, cubrir gastos o pagar la manutención de los nietos universitarios. Y la invitación que nos hizo a demostrar ahora lo que aprendimos de su ejemplo y de su amor: protegiéndoles y velando por ellos protegiéndonos.
La verdad es que la ciudadanía, mayoritariamente, está teniendo un comportamiento ejemplar. No solo cumpliendo las normas que las autoridades sanitarias y el Gobierno han decretado, sino preocupándose por los demás. Así, hay personas que cada día pasan, puerta por puerta, preguntando a sus vecinos mayores solos si están bien, si necesitan que les hagan algún recado, o que les bajen la basura. Desde aquel sábado 14, todas las noches a las 20 h. salen muchas personas y familias a las ventanas y balcones de sus casas para reconocer con un largo aplauso la entrega y el valor con que están realizando su trabajo los sanitarios y demás profesionales de servicios básicos. El miércoles 18, la epidemia se cobró la primera vida entre el personal sanitario. Se llamaba Encarni, tenía 52 años, y era enfermera en el Hospital de Galdakao. Había atendido al primer paciente que murió en Bizkaia a causa del COVID-19, y se contagió.
Pero este virus nos está retratando a cada uno como somos. Pues hay ciudadanos que prefieren hacer acopio de papel higiénico, de leche, de huevos, etc. como si se fuera acabar el mundo. “¡Insensato! Si mañana caes con el coronavirus, ¿de qué sirve todo lo que has acaparado?” (cf. Lc 12, 20). Hay jóvenes que se ofrecen como voluntarios en Cáritas, el Banco de Alimentos u otras ONG. Hay personas que donan sangre, escriben cartas de ánimo a los enfermos que están hospitalizados e incomunicados, o llevan a cabo otras acciones altruistas. Pero hay también personas desalmadas que hacen correr bulos que tratan de sembrar el miedo, o tratan de robar a ancianos solos haciéndose pasar por inspectores de no sé qué institución inventada, o tratan de timar a través de Internet.

5. No quedarnos en la superficie más visible

El sábado día 21, la televisiva Olga Viza contaba en ‘Radio Nacional de España’ que había ido el día anterior a visitar un familiar que está enfermo por otro problema en un hospital, y le llamó la atención el aplauso que los médicos y las enfermeras tributaron al personal de limpieza del centro. Y añadía Olga: “El personal que hace la limpieza en los hospitales está tan expuesto o más al contagio que los médicos y las enfermeras. Es un equipo enorme; pero nosotros solo vemos una parte, la que resulta más visible”. Abrimos un grifo en casa y sale agua o pulsamos un interruptor y se enciende la luz… pero ¿hemos caído en la cuenta en la cantidad de personas que hay detrás de cada uno de esos “milagros”?
La vida siempre presenta varias capas, pero nosotros, en muchas ocasiones, nos quedamos en la superficie. En estos momentos, hay muchas personas arriesgando su vida para que todo discurra con normalidad (barrenderos, basureros, proveedores de artículos de primera necesidad, almacenistas, transportistas, dependientes de grandes superficies, cajeras, policías, técnicos de centrales eléctricas, conductores de medios de transporte público, etc.). Sin embargo, quienes aparecen en los medios de comunicación son los inconscientes que ponen en riesgo su vida y la de las demás tontamente. Como esos dos jóvenes que hacían botellón con otros que lograron huir en un parque público en Silleda (cerca de Santiago de Compostela).

6. Crisis sanitaria, económica y laboral

El coronavirus, al amenazar la salud de todos por igual, trae consigo una crisis sanitaria. Pero, además de producir un incremento extraordinario en el gasto sanitario y farmacéutico, está generando una crisis económica que, hoy por hoy, es muy difícil de cuantificar. El cierre temporal de empresas supone pérdida de productividad y de riqueza. El cierre de fronteras y la suspensión de celebraciones (Fallas, Semana Santa…) repercute de modo directo y muy fuerte en la hostelería, el turismo (el 20% de nuestro PIB), y el comercio (los autónomos tienen que afrontar unos gastos fijos sin tener ningún ingreso).
Por otra parte, las familias se van a ver obligadas a echar mano de unos ahorros que quedaron muy menguados con la crisis anterior. El plan económico presentado por el presidente de Gobierno paliará en parte la situación, pero la recuperación económica será lenta y asimétrica. La hostelería y el turismo tardarán en recuperarse, pues dependerá de cómo evolucione la epidemia no solo en nuestro país, sino también en los países de procedencia de los turistas que nos visitan (el año pasado batimos el récord: nos visitaron 82,8 millones de turistas).
Todo esto deviene en crisis laboral: muchas empresas se verán obligadas a hacer reestructuración de plantillas, muchos autónomos no podrán mantener a flote sus negocios, y muchos trabajadores irán al paro. Como consecuencia de todo esto, la clase media se verá “adelgazada”, y el país se endeudará más de lo que ya está. Quienes compren la deuda serán quienes decidirán. Así que superaremos la epidemia por coronavirus, pero seremos un país más pobre y con un Estado de Bienestar con menos prestaciones.

7. Nuestras vergüenzas, al descubierto

Es muy loable el trabajo que están realizando los profesores con sus alumnos a través de sistemas ‘online’, con el fin de que niños y niñas puedan continuar adquiriendo conocimientos, y el curso académico se vea lo menos perjudicado posible. Sin embargo, muchos padres y madres con hijos en Primaria (es donde más se visibiliza el problema) tienen serias dificultades para funcionar con el ordenador y ayudar a sus hijos en las tareas académicas. Y es que hay una parte significativa de la población que, por falta de medios, de formación o de interés, es tecnológicamente “analfabeta”.
Y este es un problema serio en tres sentidos: 1) El que la gente esté todo el día con el móvil en la mano viendo fotos o mandando wassap no significa que sepan funcionar con un ordenador: confundimos utilización con capacitación; 2) Disponemos de unos medios tecnológicos que poseen una capacidad muy superior a la que tienen las personas para utilizarlos de forma provechosa. Si se me permite la imagen, tenemos botas de siete leguas; pero muchas personas poseen unas piernas que solo les permiten dar pasos de cincuenta centímetros. En el futuro inmediato corremos el peligro de que los medios tecnológicos y la ambición por progresar nos lleven a creer que lo deseable es posible; y, en aras de tal empeño, dejemos atrás a muchas personas y familias. Sería terrible que ahora nos empeñemos en no dejar a nadie atrás y, una vez superada la epidemia, y aceptado el teletrabajo, las plataformas digitales y otra serie de avances tecnológicos, nos olvidemos de los que no son capaces de adaptarse a las nuevas tecnologías. 3) La pobreza, además de económica, es educativa y afectiva. Quien no tiene medios para formarse y carece de amor corre la carrera de la vida con una enorme desventaja. En semejantes condiciones, la pobreza no solo se padece, sino que, además, se transmite de padres a hijos.

8. Días de miserias y mentiras

A medida que pasan los días, el confinamiento se nos va haciendo más cuesta arriba a todos. El pasado 19 de marzo, una mujer de 35 años era asesinada en su domicilio de Almassora (Castellón) por su compañero delante de sus dos hijos menores. En una situación así, de convivencia extensa e intensa, los casos de violencia doméstica aumentarán. Y también saldrán a la luz adicciones, dobles vidas, y otras miserias que algunas personas mantienen ocultas.
Tenían planes urdidos y mentiras que les funcionaban en su “normal” sistema de vida. Pero, a partir de la declaración del Estado de alarma, quedó rota esa normalidad y, a medida que se prolongue la presente situación de confinamiento, resultará difícil urdir mentiras, y lograr que todos los elementos encaje sin que los demás se den cuenta de eso que hasta ahora han logrado mantener en secreto o disimular. Habrá personas que sufrirán al verse engañadas o utilizadas, y cuando volvamos a la normalidad muchas relaciones de amistad, parejas y familia se habrán roto.
Estos días está circulando a través de wassap la declaración de una científica española a un grupo de periodistas: “Ustedes le dan a un futbolista 1 millón de euros por mes, y a un biocientífico 1.800 euros por mes. Y ahora están buscando un tratamiento para este virus; pues busquen a Cristiano Ronaldo o a Messi para que encuentren la cura”. Se trata de una falsa noticia (no se cita el nombre de la científica, ni los periodistas a los que hace la declaración. De ser cierta, les hubiera faltado tiempo para contar todo con pelos y señales). Sin embargo, el bulo contiene una gran verdad de fondo: el futbol en nuestro país está sobrevalorado. Es cierto que entretiene, entusiasma, satisface, y da trabajo a miles de personas; pero es un disparate que un futbolista pueda ganar cuarenta veces más que un presidente de gobierno, cien veces más que un médico o mil más que un maestro cuando la responsabilidad de un presidente de gobierno, de un médico o de un maestro es mucho más grande y de mayor calado. Dado que nos vamos a tener que apretar todos el cinturón ¿No habrá llegado el momento de reestructurar económicamente el futbol en primera y segunda división? ¿Cómo se puede entender que un país que se ve empobrecido por una epidemia tenga una liga de futbol que maneja un presupuesto económico superior a Investigación y Universidades, lucha contra la droga, o contra la violencia de género?

9. Despojados del último adiós en compañía

El lunes día 16, deberíamos haber celebrado el funeral de una señora mayor que había fallecido el viernes día 13. Pero no se llegó a celebrar porque ya estaba declarado el estado de alerta, y la familia ha decidido aplazarlo y celebrarlo cuando todo esto pase. Sin embargo, a lo largo de todos estos días, y por distintos motivos, las personas se siguen muriendo sin la cercanía de los suyos, y sus entierros se llevan a cabo sin celebración litúrgica.
Esta situación pone de manifiesto –de una manera descarnada y brutal– el carácter insignificante a que queda reducida la vida humana cuando se la despoja de dos dimensiones que le son constitutivas: la relacional y la transcendente. Somos lo que somos gracias a Alguien, ante Alguien y para Alguien. Y somos con otros que nos ayudan a ser, y a los que ayudamos a ser. Sin esta relación con Dios y el prójimo, la vida humana se vuelve tan plana e insignificante como la de un perro o un caballo.

10. ¿Dónde está Dios?

En medio de esta situación hay personas que, como el pueblo judío en medio del desierto, se pueden preguntar: ¿dónde está Dios? Recuerdo que Elie Wiesel, superviviente del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en su libro de memorias ‘La noche’, cuenta cómo tras la fuga de varios presos del campo, los alemanes eligieron arbitrariamente a tres presos, dos adultos y un niño, con el fin de ahorcarlos y dar un escarmiento al resto de los presos. Los SS nos mandaron formar a todos, y los cuellos de los tres condenados fueron introducidos en tres lazos. “Viva la libertad”, gritaron los adultos. Pero el niño no dijo nada. “Detrás de mí, cuenta Elie Wiesel, alguien en voz baja preguntó: ‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?’. Las tres sillas cayeron al suelo… los dos hombres ya no vivían…, pero la tercera cuerda aún se movía…, el niño agonizaba, retorciéndose en la horca… Detrás de mí el compañero seguía preguntando: ‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Dios?’. Y dentro de mí oí una voz que respondía: ‘¿Que dónde está? Ahí está, colgado de la horca‘”.
Podemos reconocer en este relato lo que nos dice el mismo Jesús en el evangelio: “Los justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer o con sed y te dimos de beber? ¿cuándo estuviste enfermo y fuimos a verte? Y Él nos contestará: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más necesitados, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 38-40).
Dios está en cada enfermo afectado por el coronavirus que se encuentra aislado, y en sus familiares que viven con angustia dicha situación. Dios está, también, en cada uno de los profesionales sanitarios que, a pesar de saber el riesgo que corren, fieles a su vocación, atienden a los enfermos. Dios está en las personas mayores que, solas o en las residencias, se encuentran preocupadas y con un cierto miedo. Dios está en esos hijos y nietos que protegen, cuidan y atienden a sus padres y abuelos. Dios está en cada uno de los proveedores de artículos de primera necesidad, almacenistas, transportistas, cajeras, policías, conductores de medios de transporte, basureros, profesores, locutores de radio… que en medio de esta situación nos hacen la vida más llevadera.
Dios está en esas familias donde alguno de sus miembros sufre una enfermedad mental. Dios está en cada persona que ayuda a sus vecinos mayores, y les aporta cercanía y humanidad en este confinamiento. Dios está en esos padres y madres que, a pesar de estar preocupados por su futuro laboral, hacen las tareas de casa, hablan y juegan con sus hijos, y organizan actividades compartidas (ver una película o las fotos de las vacaciones, hacer un karaoke o una velada literaria,…) y tratan así de hacer más llevadero el confinamiento a toda la familia. Dios está en cada persona que sufre, y en quien hace las cosas pensando en los demás.
Espero que estas reflexiones te hagan más llevadero este tiempo de confinamiento. Y me alegraría mucho si te estimulan a poner por escrito tus propios sentimientos o hacer un pequeño diario de estos días, bien solo o en familia.


Publicado en la revista Vida Nueva
https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/diez-meditaciones-en-tiempo-de-coronavirus-mikel-martinez/

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