estos tiempos convulsos
¿son para invitar a la contemplación? Sostengo que sí. Pero
“contemplar” tiene muy poco que ver con mirar algo ociosa y vagamente, y
no tiene que ver más con un tranquilo monasterio que con el trajín de
la ciudad, ni con la vida retirada más que con la vida en la brecha.
Las palabras tienen su historia, sus tribulaciones y
búsquedas. El término latino contemplare significaba originariamente la
observación del vuelo de las aves por parte de los adivinos de oficio;
lo hacían desde el templum, un espacio delimitado pero abierto en el
campo o en el bosque. Creían que el futuro estaba decidido por los
dioses o por el Destino (Fatum, Moira) y se podía descifrar mirando,
entre otras cosas, el vuelo de los aves. Luego cerraron los templos,
espacios abiertos a la intemperie, con piedras, leyes y miedos. El
templo se convirtió en morada de “Dios” o de los dioses, en edificio
sagrado separado del mundo profano. La contemplación se contrapuso a la
acción y se convirtió en cosa de especialistas: augures, sacerdotes o
monjes.
Devolvamos al término su plenitud de sentido. Aprendamos a
mirar el cielo y la tierra, lo invisible en lo visible, lo posible en lo
real. Advirtamos las amenazas y las oportunidades del mundo en que
vivimos. Miremos en el presente las señales de otro futuro mejor, para
hacerlo real. Abramos los ojos, no sea que merezcamos el reproche del
profeta Isaías, que el profeta Jesús hizo suyo: “Por mucho que miran, no
ven; por más que oyen, no comprenden”. Abramos los ojos de fuera y de
dentro, hasta que veamos que no hay ni fuera ni dentro, hasta que
descubramos con claridad meridiana que todos los seres compartimos la
misma luz y la misma noche, hasta que el dolor de los demás transforme
nuestra mirada.
Contemplar es ver lo invisible. Desde hace pocos años sabemos
que la materia-energía física observada en el universo solo constituye
aproximadamente un 4% de la materia-energía existentes: el resto está
compuesto por materia oscura (22%) y energía oscura (74%), desconocida.
Si no hubiera más materia que la observada -que me perdonen los físicos
este torpe lenguaje-, las estrellas y las galaxias no se atraerían como
se atraen; y si no hubiera más energía que la observada, las galaxias no
se expandirían como se expanden. Por lo demás, la materia es en el
fondo energía, que nadie sabe lo que es, ni de dónde ni por qué. Pero
es. Y es como una parábola del misterio de cuanto es. Lo esencial es
invisible. Lo invisible es lo esencial. Contempla el Misterio invisible
en todo lo que ves, con ojos nuevos. “Dichosos vuestros ojos porque
ven”, dijo Jesús.
Contemplar es atender. Atender es mirar y vivir con atención.
Atender es dejar que el Misterio de la realidad se revele plenamente en
todo cuanto es: en la hoja que cae, en el vuelo del pájaro, en el clamor
de los refugiados en nuestras fronteras. Atender es hacer silencio,
calmar emociones, liberarse de apegos, de saberes, creencias y esquemas
mentales. Atender es ver a Dios en cada ser, el Todo en cada parte, y
sentirse uno con todos los seres. Atender es dejarse acoger en el
Corazón bueno de todo, y acogerlo todo con buen corazón. Atender es
sintonizar, simpatizar, compadecerse y cuidar al herido. Atender es
mirar la realidad con lucidez y con entrañas, y así recrearla. Como Dios
en el Génesis: “Miró Dios y vio que todo era bueno”. Atender es crear.
Y eso es contemplar. Una contemplación que no se traduzca en compasión y
compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un
compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa (no
digo religiosa), no es libre ni liberador, no crea. Donde se da lo uno
se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro. Nuestra sociedad
necesita contemplativos por la misma razón por la que necesita
militantes, y necesita militantes por la misma razón por la que necesita
contemplativos. ¿Cuál es la razón? Que un mundo todavía invisible ha de
hacerse realidad.
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