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lunes, 21 de marzo de 2016

El silencio de los buenos: Gabriel Mª Otalora

"NO vengáis a Europa”. Este es el actual eslogan para esta Unión Europea tutelada por la codicia de los poderes financieros y los burócratas sin alma. No es mía su paternidad porque la frase la pronunció el pasado 4 de diciembre el polaco Donald Tusk en calidad de presidente del Consejo Europeo, resumiendo a la actual Europa que va contra las normas de Derecho Internacional referidas al asilo político, amén de actuar como una carga de profundidad inmoral oficial contra ese millón cada vez más largo de personas que huyen de los pogromos y la guerra que les ha dejado sin nada.



Ahora es Jean Claude Junker, actual presidente de la Unión Europea, quien nos da una nueva lección de cinismo al proclamar que si la expulsión de los refugiados a Turquía es ilegal, habrá que cambiar las leyes en los parlamentos turco y griego. El gobierno danés, por su parte, ya anunció hace un tiempo que “confiscará” los ahorros a los refugiados. Eslovenia, Croacia o Polonia, sus odios y las vallas y muros de la vergüenza… Todo esto nos ciega y aísla de tal manera que impide ver el problema como nuestro.

El resultado está siendo la voladura del proyecto europeo basado en la idea original mediante una implosión causada desde la propia UE que, además de estar incumpliendo su propia legislación comunitaria, huye hacia adelante echando por la borda los ideales con los que se le identificaba en el mundo. Y además se olvida de su historia migratoria durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX, precisamente por la falta de trabajo y por la miseria en que vivían millones de habitantes de los países que hoy conforman la UE: irlandeses, alemanes, españoles, italianos, escandinavos...

Está más que demostrado que las medidas de control y las barreras no modifican las motivaciones de los individuos que quieren migrar cuando saben que su esperanza de vida puede aumentar en varios años al igual que sus ingresos. Sobre todo si en sus países de origen solo han conocido la miseria, el horror y la muerte. Pero la ceguera egoísta europea no tiene luces suficientes para ver la torpeza infinita que puede ocasionar un efecto rebote que haga perder el control de la situación: esas personas en busca de asilo hoy actúan heroicamente buscando un mundo mejor, pero mañana, en su terrible frustración de ser rechazados sin contemplaciones, son el mejor pasto para extremismos como el del Estado Islámico, en busca de nuevas víctimas a las que convertir en verdugos.

Hace muy poquito todavía, en diciembre de 2012, la Unión Europea aceptaba el Premio Nobel de la Paz. Tracatrá. José Manuel Durao Barroso, entonces presidente de la Comisión Europea, definía el proyecto europeo como “la piedra angular de nuestro enfoque multilateral de la globalización: una globalización basada en los principios hermanos de la solidaridad y la responsabilidad mundiales”. Y yo me pregunto: ¿no existe nada que pueda cambiar el corazón humano ante la legalización de la barbarie aparte de la contemplación horrorizada de los efectos de las guerras? ¿Dónde está, al menos, la indignación evangélica pública de los obispos europeos que deberían seguir a su pastor Francisco? ¿Dónde escuchamos la denuncia profética de la Conferencia Episcopal Española, que sale a la calle como lo hizo con la ley del aborto? ¿Por qué no se plantan en la calle exigiendo ayuda y asilo para estas personas tratadas peor que cosas inservibles? ¿A qué están nuestros obispos vascos? De momento, solo se han pronunciado así Cáritas, Confer, el Sector Social de la Compañía de Jesús y Justicia y Paz.

El silencio de los buenos es lo que más preocupaba a Martin Luther King. El silencio de los buenos.


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