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jueves, 26 de mayo de 2011

Lavarse las manos. Sobre Munilla & Pagola

EL señor Munilla ha declarado que, puesto que el juicio doctrinal sobre el libro Jesús. Aproximación histórica de José Antonio Pagola está en manos de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, a él no le queda otro papel que el de esperar al dictamen de los jueces. Mientras tanto, no pierde oportunidad para manifestar el poco interés que le suscita el libro en cuestión, escrito por uno de sus feligreses más señalados, escribe Sebastián García Trujillo hoy en DEIA.


Al poco de ser elegido obispo de San Sebastián, declaró que no lo había leído (¿Desprecio? ¿Desconfianza? ¿Ignorancia supina?), lo que ya han hecho, con entusiasmo y aprovechamiento crecientes, en torno a 100.000 personas en todo el mundo. Además, no ha realizado ningún esfuerzo por hacer ver a sus compañeros de la Conferencia Episcopal española el despropósito que es denunciar dicho libro a la Congregación vaticana, a pesar de contar con el nihil obstat de su predecesor en la sede episcopal de Donostia.

La antropología y teología que se manifiestan en este proceder del señor Munilla se asemejan, en mi opinión, a la que mostraron la casta sacerdotal de Jerusalén, una parte del pueblo judío y hasta Poncio Pilato en vida de Jesús de Nazaret.

En efecto, el sumo sacerdote, en representación de los sacerdotes del templo, sostenía que era mejor que muriera uno solo (que, por cierto, andaba realizando muchas señales de salvación) por el pueblo (Jn 11, 47-50). Poncio Pilato, aunque se percató de que los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia (Mc 15, 9), se lavó las manos -¡Dios mío, el parecido es demasiado evidente!- y a pesar de reconocer que no había encontrado culpa alguna en Jesús (Mt 27, 24; Jn 19, 4), lo entregó a los sacerdotes quienes, a una con los guardias, gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! (Jn 19, 6), incitando así a la plebe para que comenzara a gritar: ¡Crucifícalo! (Mc 15, 13) por la simple razón de que lo hacían el sumo sacerdote y el ejército.

En resumen, que para el señor Munilla, en la Iglesia católica son más fiables los jueces (de los que Jesús desconfió en más de una ocasión) que los acusados, aunque sean inocentes, la ley que la veracidad de un escrito y la institución (¿anquilosada?) que los ciudadanos (en nuestro caso concreto: la iglesia que los fieles): "¡Galatas insensatos! ¿Quién os ha hechizado...? Una cosa quiero que me expliquéis: ¡Habéis recibido el Espíritu por cumplir la ley o por haber escuchado con fe?" ( Gal 3, 1-2).

La actitud del señor Munilla -y sus valedores- en el caso de José Antonio Pagola muestra que actúan según los principios de una antropología premoderna y en base a una teología viejo testamentaria como si para ellos el progreso contrastado de la sociedad y la novedad radicalmente salvadora del mensaje de Jesús de Nazaret ("No he venido al juzgar al mundo, sino a salvarlo" (Jn 12, 47) fueran algo irrelevante.

Cualquier ser humano que se precie -y más si se manifiesta cristiano, y aún más si es erigido pastor de una comunidad cristiana- debe tener muy claro que si ha de opinar sobre una persona -y lo ha de hacer si esa persona pertenece a su comunidad y es acusada- debe tratar de conocer las obras (escritas) de este, hacerse una opinión crítica de sus posiciones y, si lo descubre inocente, defenderle ante toda institución, aún la más sagrada... porque la defensa de un inocente es más importante que la defensa de la propia Iglesia, como nos enseñó Jesús que defendió los derechos de los pobres y perseguidos por encima de los derechos del templo.

Por tanto, sostener, como hace el señor Munilla, que su tarea en el caso de Pagola se reduce a "ayudar a disponernos personal y comunitariamente para acoger con plena apertura y confianza la decisión última de la Iglesia" sea esta cual fuera, es una dejación irresponsable del deber del presidente de un grupo que ha de defender la verdad antes que la ley y a la persona por encima de la institución. Esta dejación en una sociedad bien organizada le invalida para desempeñar puestos de responsabilidad.

De la actitud del señor Munilla se deduce que, si la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, en cuya historia judicial se registran no pocos y graves errores, dictamina que el libro de José Antonio Pagola es condenable, el señor Munilla, como un ciudadano irresponsable y sin criterio, gritará "¡Condénesele!" independientemente de los argumentos que se esgriman. Exactamente lo que sucedió en la condena a muerte de Jesús de Nazaret, víctima inocente.

Esta omisión del señor Munilla, además, puede contribuir a la condena de José Antonio Pagola, lo que sería muy grave en caso de que este fuera inocente, como opinamos miles de fieles que hemos leído el libro, entre los que me encuentro, y un gran número de expertos muy calificados (el Cardenal Ravasi, ministro de cultura del Papa, entre otros). En efecto, los jueces vaticanos, a la hora de emitir sus opiniones, suelen tener en cuenta no solo los argumentos objetivos sobre el escrito en cuestión, sino la opinión sobre el mismo del obispo diocesano, que en este caso hace mutis por el foro (lo que, en último término, no deja de alimentar sospechas).

Mientras tanto, el señor Munilla deforma la realidad de los hechos de modo doloso (lo que es muy grave, al menos en la sociedad civil). Es agua sucia -¿qué me recuerda esta metáfora?- quien mezcla el que Juan María Uriarte remitiera al Vaticano su nihil obstat que supone una decidida toma de postura a favor de la ortodoxia del texto de Pagola, con la apelación de la Conferencia Episcopal española a la Congregación de la Fe, plagada de denuncias y suspicacias sobre el mismo texto. Cobardía se llama esa figura, si es que no es una falacia manifiesta: escudarse en una acción positiva de otro para sostener una postura negativa sobre una determinada cuestión.

Por otra parte, es cinismo decir que se está dispuesto a acompañar a José Antonio Pagola, cuando se le está pisando el tubo del oxígeno. El señor Munilla hace una vivisección entre José Antonio Pagola persona y José Antonio Pagola profesional (teólogo, biblista), que me recuerda la más rancia filosofía escolástica. José Antonio Pagola persona es bueno, pero José Antonio Pagola, comentarista contrastado de la experiencia salvadora de Jesús de Nazaret, es sospechoso.

Si algo hay en los textos de Pagola que los hacen atrayentes -y hay mucho a tenor de los testimonios de muchas personas- es que sus lectores percibimos que sus frases están filtradas a través de una experiencia personal, amasada en el estudio y en la oración cristiana. Eso es lo que los llena de vida y nos los hace útiles. Además, los que estamos viviendo, más o menos de cerca (Bilbao-Donostia), la pasión de José Antonio Pagola por el largo alboroto que algunas personas han montado en torno a su libro sabemos que esta polémica teologal le está produciendo un deterioro manifiesta de su salud personal.

El último párrafo del comunicado del señor Munilla pone de manifiesto una concepción del episcopado más próxima a la vida de los nobles que a la vida de los pastores. El señor Munilla nos manifiesta que su casa está abierta a cuantos quieran hablar con él. El señor espera al siervo que venga a ofrecerle los tributos del trabajo y a consultar las dudas al sabio del lugar. Justo lo que quiso combatir Jesús de Nazaret: "Id a los cruces de los caminos", (Mat 22, 9), "Salid aprisa a las plazas y calles de la ciudad" (Lc, 14, 21)...

Verdaderamente, con cierto retraso quizá, también a los cristianos, como a la sociedad civil, nos están llegando los días de la indignación.

Sebastián García Trujillo es Licenciado en Ciencias Económicas y doctor en Filología.

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