Espiritu Santua Mendekoste Jaia

lunes, 27 de octubre de 2014

Igorre eta Zeanuriko familiak Bartimeoren bidetik

Zeanuriko ume kuadrila
Ondo preparata etorri dira Igorre eta Zeanurikoko umeak aurtengo kurtsoko lehen mezatara. Etxetik fitxa eginda errez azaltzen eben nor zan Bartimeo, itsua zala, Jerikon bizi zala... Jakin bakarrik ez, Jesusi be eskatu deutsie begiak zabal eta argi eukitea!

Famili Meza beti da jai bat. Txalo eta kanta. Otoitza eta zarata. Danok umetu egiten gara. Umetu. Poztu.

Eta famili giro horren poza eta alaitasuna ez dira eragozpen otoitz egiteko, Jesusi eskerrak emoteko
begien bitartez zenbat gauza ikusi daikeguzan azaltzeko. Eta begiak erne eukitea be eskatzeko.

Bartimeo, Jerikoko itsu gizajoa, izan dogu eredu. Behin begiak osatuta, kapea eta dana bertan behera itxi, zutik jarri eta Jesusi jarraitu eutson. Gu be kapaz bagina Jesusi jarraitzeko!

Aldi berean, eskerrak emon behar deutsaguz Igorreko Gaztetxoak taldeko kideei. Eurek lagundu euskuen irakurgai, herri otoitz, ezaugarri eta oroigarrien banaketan. Laster Zeanurikoak hori be egingo dabelakoan gagoz.

Igarri zan KTko saioetan egindako aprobak kanta barriak ikasi eta ihazkoak errepasatzen. 

Eskerrik asko guztioi!


Los ojos de Jesús. Joxe Arregi


La subversión de Jesús empezó en su manera de ver la realidad y de dejarse afectar por ella. La subversión de la vida comienza por la subversión de la mirada, y a la inversa. El corazón siente de acuerdo a lo que ven los ojos, pero los ojos ven de acuerdo a lo que siente el corazón. La realidad subvierte la mirada, y la mirada subvierte la realidad. Ojos que no ven corazón que no siente. Pero los ojos no ven cuando el corazón no siente.


Los ojos de Jesús vieron mucho dolor, y sus entrañas se conmovieron. Vio a su pueblo despojado de la tierra y del mar; la tierra sagrada de los padres pisoteada por la bota del imperio romano, y el mar de Galilea en “mar de Tiberíades”, una ciudad construida y habitada por romanos.

Vio la cultura secular de su pueblo amenazada por el helenismo global imperante; la identidad de las raíces ahogada por el frío universalismo del poder romano.


Vio a Herodes Antipas, rey vasallo de Roma, doblar los impuestos para sufragar sus obras monumentales y hacer méritos ante el poder imperial; y a las familias ahogadas por las deudas y el hambre. Vio a campesinos vender sus parcelitas de tierra y convertirse en arrendatarios, y a arrendatarios que no podían pagar las rentas vio convertirse en asalariados o esclavos.


Vio cómo la explotación, el desempleo, los impuestos excesivos y las deudas impagables enfermaban a la gente. Vio los caminos llenos de enfermos, abandonados a la caridad de los transeúntes.


Vio resquebrajarse la fe y la esperanza de la pobre gente en Dios: campesinos, pescadores, artesanos. Vio cómo entraba en crisis su último recurso, su único sostén: la confianza en el Dios de los padres y de las madres: ¿dónde estaba Dios? ¿Qué era Dios?


Vio también la riqueza injusta, insolente, insultante. Por ejemplo, en sus anuales visitas al templo, vio las mansiones de la parte alta de Jerusalén, donde vivía la aristocracia sacerdotal, lujosos edificios que, según han descubierto recientes excavaciones, estaban decorados con frescos y mosaicos de estilo romano, que poseían piscinas escalonadas revestidas de estuco, provistas de frascos de perfumes elaborados con vidrio fenicio…


Jesús vio y se conmovió. Se conmovió y se indignó. Se indignó y se comprometió en la transformación de aquella realidad doliente. Se comprometió porque sus ojos veían más a fondo, más allá, otro mundo posible.


Esa mirada de Jesús nos seduce. Nos seducen sus ojos cuando los miramos, y cuando vemos el mundo como ellos lo vieron. ¿Qué vemos? Vemos que 147 grupos  controlan el 40% de la economía mundial, que las 85 personas más ricas acumulan el equivalente de lo que ganan 3.057 millones de pobres del mundo. Y vemos, por mucho que no nos lo quieran enseñar, que cada año mueren de hambre en el mundo entre 13 y 18 millones de personas.


Vemos que la desigualdad, lejos de disminuir, va en aumento, y que el orden del mundo es un absoluto desorden: no hay fronteras para el gran capital, pero el gran capital impone fronteras y muros con concertinas allí donde le interesa. Los partidos buscan poder, pero cuanto más poderosos son más se someten a los dictados del Mercado, que es como hoy se llama a la “abominación de la desolación” (Mc 13,14), y una vez que alcanzan el poder se limitan a secundar las órdenes de aquél, las órdenes de Mamón, el ídolo insaciable.


Necesitamos volver a mirar los ojos de Jesús, y aprender a mirar como ellos, con esperanza a pesar de todo, con esperanza activa y transformadora.


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