Jesús Martínez Gordo.
Viendo los preparativos de esta cumbre que se va a celebrar del 21 al 24 de febrero, y a la que han sido convocados los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo, así como los responsables de la curia vaticana, se tiene la firme convicción de que el papa Bergoglio es sobradamente consciente de lo que está en juego: “la credibilidad de la Iglesia -ha recordado en diferentes ocasiones- ha sido gravemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero, sobre todo, por la voluntad de disimularlos y ocultarlos”. Por eso, en el conocimiento riguroso de los abusos sexuales a menores y a adultos vulnerables, en la escucha de las víctimas y en la reparación del daño causado no solo se juega la credibilidad de su pontificado, sino, ante todo y, sobre todo, la de la Iglesia. Como también se juegan en la fijación y puesta en funcionamiento de los oportunos protocolos que permitan saber cómo se ha de proceder cuando vuelvan a producirse y que, sobre todo, faciliten su erradicación.
En el transcurso de la preparación de esta cumbre algunos colectivos de víctimas, en un primer momento, estadounidenses y luego de otros países, han pedido poder intervenir en la misma. Sin descartar que lo hagan, la comisión encargada de organizar la cumbre mandaba el pasado 18 de diciembre una carta a los presidentes de las Conferencias Episcopales urgiéndoles a encontrarse con ellas para “reconocer la verdad de lo que ha sucedido”; “aprender, de primera mano, el sufrimiento que han soportado”; “poner a las víctimas en el primer lugar” y “darse cuenta verdaderamente del horror que han vivido”.
Como siempre que, en este pontificado de Francisco, se asiste a un encuentro eclesial de esta o parecida importancia no faltan quienes, aprovechando el altavoz mediático que se pone en funcionamiento, intentan cuartear su liderazgo (sigue siendo la persona que más confianza genera en todo el mundo), encallar la reforma de la Iglesia con la que está comprometido y, de paso, silenciar su palabra libre de toda atadura.
Están quienes intentan salpicarle por el nombramiento del obispo argentino Gustavo Oscar Zanchetta como asesor de la APSA, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, y denunciado por abusos sexuales, de poder y de conciencia por algunos sacerdotes de su diócesis. No ha sido suficiente con que A. Gisotti, portavoz de la Santa Sede, haya comunicado en diferentes ocasiones que se tuvo conocimiento de tales acusaciones un año después de que el papa lo designara para tal tarea ni que, una vez conocidas las denuncias, se haya abierto una investigación al término de la cual se dará cumplida información ni que haya sido cesado en su cargo. Y no faltan quienes se manifiestan decepcionados por su negativa a autorizar el celibato opcional, un asunto que, en su diagnóstico, se encuentra en la raíz de esta tragedia y sobre el que muy probablemente habrá movimientos de calado en el próximo Sínodo de la Amazonía. Ahora, se les responde, no toca debatir sobre esta cuestión o sobre la de promover casados al sacerdocio.
En este momento, lo principal son las víctimas, la reparación del daño causado y la fijación de los protocolos que permitan erradicar y prevenir eficazmente la pederastia en la Iglesia.
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