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sábado, 11 de marzo de 2017

El autobús de las “verdades innegociables”


Jesús Martínez Gordo
Catedrático en teología

           

            Hay quienes lo han calificado, sin paliativos, de autobús transfóbico porque entienden que, al ser una campaña de respuesta a otra que buscaba sacar a la luz el problema de los niños y niñas transgénero, incita al odio. Otros, más cautos, han pedido que la fiscalía investigue si lleva, efectivamente, al odio y que, si así fuera, intervenga el poder judicial. Los líderes de semejante iniciativa, crecidos por la campaña que se les está haciendo, con coste cero, apelan a la libertad de expresión y comunican que, si se les da vía libre judicialmente, van a poner en marcha no uno, sino muchos más autobuses. 

La suya, sostienen, es una legítima intervención buscando desenmascarar -bajo la tapadera de que existen niños y niñas transgénero- la llamada “ideología de género”, es decir, el intento de socializar la idea de que se puede cambiar, en última instancia, de sexo como de vestidos o de peinado. A ellos, les preocupa la defensa del sexo asignado y salir al paso de dicha “ideología de género”. No les inquieta, para nada, que se les tache de ser un colectivo transfóbico. Hace tiempo que pasan de lo “políticamente correcto”. El linchamiento mediático al que están siendo sometidos les recuerda, así se han manifestado, lo que ocurría en los tiempos de la dictadura franquista con los contestatarios al régimen. Exigen por eso, que se respete su libertad a expresarse como crean conveniente y que dejen circular el autobús en cuestión.

A la espera de lo que pueda dar de sí esta confrontación, me parece oportuno abundar en la información facilitada por algunos medios cuando han indicado que detrás de esta iniciativa se encuentran grupos “ultra-católicos”. Yo prefiero llamarlos colectivos partidarios de las “verdades innegociables”. Es una tipificación que señala el punto en torno al cual gira el debate que mantienen desde hace tiempo también en el seno de la Iglesia católica.

En efecto, estos grupos suelen ofrecer un diagnóstico de la situación social y eclesial que se puede sintetizar en los siguientes puntos: se ha puesto en marcha un tipo de “moralidad líquida” que, promovida por relevantes colectivos sociales, es sistemáticamente sometida al dictado de las cambiantes mayorías sociológicas o políticas, oportunamente orquestadas por poderosos grupos de presión mediática. La nuestra es una sociedad presidida por “la dictadura del relativismo”, es decir, plagada de personas e instituciones con problemas para reconocer la diferencia existente entre lo permitido o tolerado por la legalidad vigente y lo éticamente aceptable por su conformidad con “la ley moral natural”, única, universal y por encima de mayorías o minorías. No faltan colectivos eclesiales que, tocados por esta “dictadura relativista”, callan o, lo que es peor, funcionan como tontos útiles de la “cultura líquida” que la genera y ampara. No se dan cuenta de que, al primar la libertad sobre la “ley moral natural”, están haciendo peligrar el futuro del país.

En otros contextos he recordado que estos grupos tienen dificultades para percatarse de que su discurso es percibido como un intento, otro más, por seguir controlando, en nombre de dichas “verdades innegociables”, las conciencias y las voluntades de todos los ciudadanos, al margen de que reconozcan o no, a lo que denominan “ley moral natural”, autoridad para intervenir en su fuero interno, en sus convicciones, en sus decisiones y organización. Y que, procediendo en conformidad con tales “verdades”, se acaba poniendo en peligro la convivencia.

Además, al reaccionar, en esta ocasión, de manera agresiva a una campaña anterior que informaba sobre la existencia de niños y niñas transgénero, han cometido el inmenso error de no prestar la debida atención a la singular situación, frecuentemente desconcertante y dolorosa, de estas personas. La suya es una iniciativa que emite -lo acepten o no- un mensaje de marginación. Parecen tener dificultades para reconocer que, en defensa del sexo asignado, anulan, por el subsuelo reactivo del que brota, el respeto que se merecen los transexuales. Y esto último sí que es un atentado, en la línea de flotación, a “la verdad innegociable” para todo cristiano que quiera serlo en conformidad con lo que Jesús de Nazaret dijo, hizo y encomendó.

Denuncien lo que crean conveniente, incluso, en nombre de la, cada día, más cuestionada -también entre los católicos- “ley moral natural”. Pero, no marginen a nadie. Si lo hacen, aunque sea por omisión, se alejan, y mucho, del Evangelio que, porque debiera ser más determinante que la llamada “ley moral natural”, les tendría que llevar a tener un exquisito cuidado con lo débil y singular; una atención que, en este caso, es doblemente requerida: por tratarse, primero, de niños y niñas y, segundo, con problemas de aceptación de su sexo.


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