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domingo, 19 de febrero de 2017

Iglesia de Gipuzkoa y abusos sexuales: Joxe Arregi

He dudado mucho en volver sobre esta cuestión tan incómoda y dolorosa para mí y para muchos, pero la importancia del asunto, la difusión de ciertos malentendidos y la solicitud de mi entorno más próximo me empujan a ello.


Los malentendidos han sido provocados seguramente por mi propia torpeza, pero en mayor medida, creo, por una clara manipulación de mis afirmaciones. No me extenderé al respecto, pero debo unas aclaraciones. El miércoles 25 de enero, en un artículo de opinión (Comulgando con ruedas de molino) publicado en este periódico, el señor Juan Gorostidi Berrondo citaba unas declaraciones mías escritas para NOTICIAS DE GIPUZKOA a raíz de las conocidas denuncias de abusos sexuales cometidos por un sacerdote de esta diócesis. Tras haber mostrado en primer lugar mi cercanía a las víctimas, había escrito yo un párrafo que comenzaba así: “También me siento muy cerca de JKM…”. El autor del artículo solo recogía este párrafo, pero sin el “también” inicial, con lo cual tergiversaba su sentido, y me presentaba como ejemplo de corporativismo clerical. Serio desliz para un profesor de taichi, maestro en atención.

El pasado martes por la noche, ETB1 emitió en el programa Ur Handitan un reportaje sobre el mismo caso de abusos sexuales, reportaje para el cual Xabier Madariaga me había hecho en mi casa una larga entrevista de hora y cuarto, de la que en el reportaje apenas se recogieron diez minutos, como es normal. Pero durante toda la semana anterior, cada día y a todas horas -según me dijeron, pues no veo la tele-, ETB1 estuvo anunciando la emisión del martes con unas imágenes en las que yo decía solamente: “JKM es una víctima, no me cabe duda”. No se sabía ni de dónde ni a qué venían estas palabras, y provocaban estupor en los oyentes y los predisponían a escuchar quién sabe qué otras barbaridades de mi boca el día de la emisión. Quiero pensar que lo hicieron por inconsciencia, no a propósito. Durante la emisión, unos comentarios míos en los que intentaba dejar claro que unos “tocamientos deshonestos”, objeto de la acusación, no entrañan la misma gravedad que una violación fueron sacadas de su contexto y cuidadosamente colocadas justo detrás del dramático relato de una mujer que de niña había sufrido reiterados abusos por parte de otro sacerdote. Mis palabras, sacadas de su contexto y puestas en otro, se convertían así en irresponsable y grosera banalización de los hechos denunciados. Otra barbaridad, pero ¡qué más da! La tele tiene que provocar sensaciones, emociones, no reflexión. Y hay que vender el programa al precio que sea.

No tienen importancia las críticas y detracciones que he recibido por lo que considero una burda manipulación de mis palabras. Importa el dolor de las personas involucradas en los hechos, empezando por las víctimas, y quiero exponer con claridad mi posición al respecto:

1. Empezando por las víctimas. Siempre lo he sentido y dicho e insisto una vez más. Los que han sufrido los abusos son los primeros a quienes debemos atención, escucha, reconocimiento, cuidado. Justicia sanadora, la única justicia verdadera. Es la justicia que reclamo para ellos, sentado a su lado en silencio, apenado. Y de todo corazón les pido perdón si algunas palabras mías, además del injusto uso que se ha hecho de ellas, les han hecho sentir que desdeño su dolor sagrado.

2. En cuanto a JKM, lo he dicho, sí, y lo repito abiertamente: también él es una víctima. Víctima de su biología, su psicología, su historia. Víctima de un desmedido revuelo mediático. Víctima ante todo y sobre todo del propio sistema eclesiástico clerical, represor de la sexualidad y obsesionado con ella. Un sistema insano e hipócrita, fuera del tiempo y del evangelio, que se lava las manos imponiendo penas “expiatorias” a sus miembros “pecadores”, mientras sigue enseñando la superioridad y el mérito sagrado del celibato, y sigue reclutando para sus seminarios a jóvenes idealistas inadaptados e inseguros, carne segura de represión, pobres eslabones de la cadena de dolor.

3. El dolor, eso es lo que importa. El dolor, primero, de quien ha sufrido abusos; el dolor, también, de quien los ha cometido. No creo ni en la culpa ni en el castigo ni en la absolución penitencial. Ni me creo mejor que nadie. No excuso nada, ni a nadie ni a mí mismo. Quiero pasar de la culpa y de la absolución penal a la responsabilidad que me haga sentirme solidario del otro, de cada uno con su historia y su drama intransferible. Quiero ponerme en el lugar de todas las víctimas, de cada una en singular. Querría escuchar sin prisa la historia de cada una de ellas hasta sentirla como mía y ofrecerle algún alivio.

4. No tengo duda de que los abusos sexuales hay que denunciarlos, y así lo he expresado cada vez que he sido preguntado sobre esto. Pero no cualquier forma de denuncia me parece adecuada, humana, sana. ¿Era necesario difundir a los cuatro vientos, como se ha hecho, el nombre propio y la foto del abusador de nuestro caso para el reconocimiento del dolor y la sanación de las víctimas en primer lugar, pero también del victimario? A eso llamo justicia, la que nos hace justos, sanos, buenos. ¿Era preciso infligirle el daño irreparable que se le ha infligido para que las víctimas se sientan reconocidas, curadas, en paz? Yo creo que no. Pienso que al hacerlo así, por propia iniciativa o por asesoramiento ajeno, han dificultado un auténtico proceso de sanación. Dos días después de los hechos que comento supimos que “un fotógrafo” de San Sebastián había sido acusado ante el juez de abusos sexuales. No conozco su nombre, y me alegro, y no creo que ello obstaculice la curación de sus víctimas, sino al contrario.

5. Por eso me sorprende que nuestra sociedad, tan desarrollada, tan liberal y permisiva, siga todavía tan aferrada a la lógica inhumana, patológica, de culpa y castigo, de “el que la hace la paga”. ¿A quién le beneficia? Todo el mundo se cree inocente y todo el mundo busca culpables, y cuando lo encuentra lo lapida sin piedad. No hemos adelantado en humanidad.

6. Tampoco la institución eclesial ha adelantado en humanidad, y es doblemente grave, pues ella se presenta como maestra de la verdad y modelo de la virtud. No sé si la pederastia está más extendida entre clérigos y religiosos que en las instituciones civiles, pero en su caso resulta doblemente condenable. Y doblemente condenable me parece también que el obispo, como ha sucedido en nuestra diócesis, lo denuncie solo cuando ya era inevitable, y lo haga en una nota de prensa, sacudiéndose toda responsabilidad.

Me cuesta mucho creer que no conociera el problema hace siete años, cuando tomó posesión del cargo episcopal, y que entonces nombrara vicario general a quien ahora acusa públicamente y le impone “penas expiatorias”. ¿Dónde están la verdad y la misericordia evangélicas?

Revolución de la misericordia es lo que necesitamos, y es lo que la Iglesia, si quiere ser de Jesús, debiera anunciar y promover. Erradicar de los corazones y de las estructuras, empezando por las suyas, la lógica del castigo. Y decir a cada persona herida: “Levántate y camina. Cree en ti, vete en paz, vive en paz”. Todo lo demás sobra.

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