Siempre supimos que los enemigos más
acérrimos del nacionalismo periférico eran acérrimos nacionalistas
españoles, pero solían encubrirlo con pomposas apelaciones a la
ciudadanía universal. "No somos un pueblo, sino ciudadanos", enfatizaban
con aire superior. Sospechábamos lo que querían decir,
Primero a los vascos, a los vascos-vascos, luego a los otros:
los de fuera, los emigrantes, los sin papeles. Esos no son ciudadanos.
De pronto se ha olvidado la "ciudadanía universal", si alguna vez
interesó. No quiero ni imaginarme la rechifla y la tormenta que hubieran
sacudido a España entera si, en lugar de Antonio Basagoiti, presidente
del PP vasco, hubiera hablado así Juan José Ibarretxe cuando fue
lehendakari nacionalista.
Cuando Basagoiti dice que la salud -o el pan y la casa, la
cultura y el cuidado- "primero para los vascos", no es que se haya
vuelto de pronto nacionalista vasco. ¡Qué va! Es que para él son vascos
aquellos que tienen papeles del Estado español. Y punto. Los demás no
son vascos, ni son legales, ni son ciudadanos. La ciudadanía, la
dignidad humana y el derecho lo da el Estado con un papel. Lo demás -ha
dicho también Basagoiti con desdén-, es "buenísimo" ilusorio, es irreal.
Está bien que sepamos dónde está cada uno y a qué llama realidad.
Se acabó, pues, la ciudadanía universal. Lo de los derechos
humanos universales era para quedar bien. Lo que cuenta es la ciudadanía
del Estado, impuesta a muchos contra su voluntad y negada a otros
muchos también contra su voluntad. Y ahí están las fronteras y las
aduanas; ahí está el ejército para que nadie pueda salirse del Estado
aunque quiera salirse, y la policía de las aduanas para que nadie pueda
entrar aunque quiera entrar. ¿Esa es la realidad? Dura y triste realidad
para los "otros". Es la versión inicua del nacionalismo, por mucho que
lo llamen "patriotismo constitucional", citando a Jürgen Habermas los
más cultos.
Nos denominamos especie Sapiens Sapiens, dos veces sabia.
Creíamos que lo más humano era cuidar del "otro", no solamente del
propio. ¿Acaso no cuidan todas las especies animales a los propios
miembros? ¿Acaso no cuidan todas las madres a sus criaturas: la leona a
sus cachorros y el pájaro a sus polluelos? ¿Acaso no cuidamos
instintivamente la pupila de nuestros ojos? Creíamos que lo más humano
era cuidar del otro, hacerse prójimo del herido del camino, como nos
enseñó Jesús, y que eso es lo divino.
¿Estábamos equivocados? ¿Tendremos que seguir a bendiciendo
Estados y ejércitos, con la fuerza como último argumento? ¿Tendremos que
aplicar en política el darwinismo más duro, con la lucha por la
supervivencia propia como última razón? ¿Tendremos que suscribir
ciegamente la moderna hipótesis biológica del "gen egoísta"?
No. Nos resistimos. En nombre del aire puro -tibio aire del
sur- de esta mañana de mayo, y de las primeras golondrinas que
sobrevuelan Arroa, sin pasar por aduanas. En nombre de la palabra
bíblica: "Cuidarás del inmigrante sin papeles, pues tú también fuiste
inmigrante sin papeles". En nombre de Jesús que dice en el evangelio de
Tomás: "Ama a tu hermano como a tu alma; cuídalo como la pupila de tu
ojo". En nombre de Dios.