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domingo, 27 de noviembre de 2016

Sueño con que el papa se levante y diga

Hay cosas más importantes que soñar, pero yo sueño también con que una mañana, en alguna de sus homilías diarias de Santa Marta, el papa se levante y diga: 


“Que la paz esté con vosotros y vosotras todas. Jesús nos envió a anunciar la paz y a curar, como peregrinos del mundo, sin alforjas ni bolsa ni bastón. Nos llamó a ser Iglesia de hermanas y hermanos, Iglesia hermana y compañera de todos los pobres y heridos de la Tierra. 

Yo soy uno más en la Iglesia, pero la gracia o el azar quisieron ponerme aquí como obispo de Roma y como papa, cargado de ropajes y poderes excesivos. Pido perdón por los graves daños causados a la Iglesia por el papado. Hoy pido perdón, en particular, por el desafortunado título de mi reciente exhortación: Misericordia et misera (“La misericordia y la miserable”). No debí hacer mía esa expresión de San Agustín, tan hiriente para la mujer. No debí decir “la miserable”, en femenino. No debí presentar a la mujer como símbolo de la “miseria” y de la “culpa” humana ante Dios, como ocurre tantas veces en la Biblia. La mujer adúltera. La mujer como sola culpable del “pecado grave” del aborto, que Dios le “perdonará” solamente si se confiesa con un clérigo varón. Soy falible, ya lo veis. Lo siento. Mujeres, os pido perdón. 

Quiero ser uno más. Ha llegado el momento de soltar el lastre histórico que nos impide ser discípulas/os itinerantes de Jesús, profetas soñadores y subversivos como él. Os propongo que revirtamos todas las estructuras que impiden que la Iglesia sea pobre, libre y hermana, sin olvidar el pasado ni atarnos a él, sin atarnos ni siquiera a nuestras Escrituras sagradas, sino dejándonos inspirar e impulsar por ellas hacia adelante. Es hora de que la Iglesia sea enteramente democrática, separe los diversos poderes y se gobierne por un sistema más representativo de la voluntad de la gente que las democracias actuales, rehenes del sistema financiero. 

Los dogmas del poder absoluto y de la infalibilidad del papa, definidos en el siglo XIX, ya no tienen sentido, simplemente

Quiero que demos un gran paso adelante en el camino hacia el ecumenismo en el que llevamos un siglo encallados
Y porque todo papa es falible como yo, quiero que empecemos por el papado. Este año de Lutero que acabamos de inaugurar es una buena ocasión para que el papa deje ya de ser “el obstáculo más grave sin duda en el camino del ecumenismo”, como afirmó Pablo VI en 1967. Los dogmas del poder absoluto y de la infalibilidad del papa, definidos en el siglo XIX, ya no tienen sentido, simplemente. No nos perdamos en sutiles disquisiciones para hacerles decir lo contrario de lo que dicen a oídos de cualquiera; ni siquiera es necesario derogarlos formalmente, sino reconocerlos sin más como esquemas lingüísticos de otros tiempos hoy inservibles. Y seguir adelante.
Y para seguir adelante por un nuevo camino, quiero dimitir y dimito de todos los títulos y atributos que el sueño de grandeza ha ido imputando al obispo de Roma: Sumo Pontífice, Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, Santo Padre... 
Quiero despojarme de todos los fastos y oropeles vaticanos. Y de ningún modo quiero ser ya el presidente de un Estado con todo este aparato de nuncios y embajadores y sujeciones al poder. 

Quiero que nadie sea obispo por designación del obispo de Roma, y que todo obispo/obispa sea representante de su comunidad cristiana, que ésta lo/la elija solo para un tiempo de una manera que deberemos concretar entre todos. Quiero que, de la misma manera, el obispo u obispa de Roma sea elegido por los cristianos y cristianas de Roma, y que ya no vuelva a tener poder sobre los demás obispos de la Iglesia que llamamos “católica”, cuánto menos sobre las demás Iglesias que llamamos “hermanas separadas” y que debemos llamar “hermanas” sin más. 

Quiero que demos un gran paso adelante en el camino hacia el ecumenismo en el que llevamos un siglo encallados. Es un pequeño paso sencillo. Basta con que todas las Iglesias nos reconozcamos las unas a las otras, con todas sus particularidades, como verdaderas Iglesias de Jesús. Que nos reconozcamos en profunda comunión espiritual y evangélica, aunque nuestras doctrinas e instituciones sean diversas. Y que, desde el mutuo reconocimiento fraterno y sororal, las Iglesias inventen otras estructuras de “comunión”, de representación y coordinación que les parezcan más convenientes. 

Hermanas, hermanos, volvamos a Jesús. Comencemos de nuevo en su nombre.

Joxe Arregi

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