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sábado, 2 de junio de 2012

¿Por qué no o por qué sí hablar con ETA?


El tema del diálogo del Gobierno español con ETA sigue siendo de plena actualidad. Está unido con el logro de la paz. Pero no todos piensan lo mismo. Nota de Arratia: el próximo 16 de junio celebramos la rogativa del valle de Arratia a Urkiola con el lema Bakea eskatu, bakea zabaldu. Como aportación a ese día traemos esta reflexión de Etikarte.


El pasado mes de abril, ETA dirigía un comunicado a la Comisión Europea, manifestando su deseo de que urgiera a los gobiernos español y francés, a fin de que respondieran positivamente al llamamiento hecho en la Declaración de Aiete, para dialogar y superar "las consecuencias del conflicto". Por otra parte, es conocida la postura mantenida por el Gobierno español y, con él, también por el francés, de no negociar con ETA en tanto esta no realice su desarme y anuncie su propia disolución. De ahí la razón de ser de la pregunta: "¿Por qué no o por qué sí dialogar con ETA?

El Gobierno, se dice, no debe negociar con terroristas porque sería indigno situarse al mismo nivel; más aún, habiendo sido ETA derrotada por las Fuerzas de Seguridad. Sentándose en la misma mesa con ETA, el Estado manifestaría una debilidad que no existe. No se pueden hacer concesiones políticas a los terroristas, cuya recompensa no puede ser otra que el cumplimiento de las sanciones penales previstas en las leyes. La remisión de las penas solamente puede realizarse tras un arrepentimiento personal e individualizado, para cuya manifestación no es necesario el diálogo, basta la expresión unilateral del delincuente, a tenor de las leyes. El diálogo con ETA implicaría el menosprecio de la dignidad de las víctimas. Cualquier diálogo que fuera más allá de la desaparición de ETA y la eliminación de las consecuencias del conflicto, podría ser interpretado como una concesión al nacionalismo vasco separatista. En todo caso, la renuncia definitiva a la lucha armada debe quedar asegurada como decisión unilateral e incondicionada por parte de ETA.

En contraposición con este modo de pensar, no faltan quienes, al margen de cualquier aproximación favorable a la política de ETA, creen que se debe recurrir al diálogo para acabar definitivamente con la violencia de ETA y sus consecuencias. La primera constatación sería su voluntad de renunciar al uso de la violencia para el logro de objetivos políticos, cuya veracidad está sostenida por sus declaraciones en el ámbito del Estado y en instancias internacionales. En particular, el valor de estas declaraciones hechas a tales instancias y a diversos cuerpos de mediación, no deben ser ignorados. En el logro de la paz para el Pueblo Vasco y para los estados francés y español han de utilizarse todos los recursos que lleven a ese fin, superando las dificultades de menor importancia, que puedan oponerse. La insistencia de ETA en que el diálogo con el Gobierno debe ser sobre problemas técnicos y no políticos, es una manifestación sustancial de ETA, de dejar en las instancias civiles el logro de los objetivos estrictamente políticos. La opción de la izquierda abertzale por las vías políticas, con exclusión de cualquier colaboración militar por parte de ETA, la compromete de tal forma que cualquier renuncia de ETA a las vías políticas, sería interpretada como una traición a la causa vasca.

¿Qué decir ante estos dos posicionamientos contrapuestos que, tal como se plantean, pueden parecer, en la práctica, incompatibles? ¿Es verdad que la contraposición es absolutamente insuperable? o, por el contrario, ¿es posible hallar la sabiduría política, inspirada por los valores de la verdad, la justicia y la libertad de todos? Así lo creemos.

En primer lugar, las razones que tratan de sostener el no dado al diálogo del Gobierno con ETA, son muy relativas. No son razones absolutas, sino relativas en función de algo fundamental para la convivencia: la paz. Dialogar con el que delinque no debería implicar ni indignidad ni debilidad en la autoridad, con tal que quien lo hace sepa estar en su sitio, exigiendo que esté en el suyo a quien con ella dialoga. Dialogar no significa necesariamente negociar. 
Puede ser una manifestación de la firmeza de quien actúa desde el poder, incluso desde la magnanimidad y, junto con ello, la manifestación del reconocimiento de la dignidad de la persona que delinque. Puede ser la expresión de la voluntad común de abrir caminos para la reconciliación, en una convivencia respetuosa de los derechos de las víctimas. No tiene por qué significar lesión alguna a la ley penal estrictamente cumplida y abierta a la amplitud de sus justas interpretaciones, compatibles con el cumplimiento de sus fines sociales. El diálogo con ETA puede servir también para situar en sus verdaderas dimensiones jurídicas, sociales y personales, la política a seguir con sus presos, eliminándose así toda forma de enfrentamiento contrario a la pacificación. 

Tampoco debe ser interpretado como expresión de una condescendencia con posiciones nacionalistas-separatistas que, por su misma naturaleza, se deben separar de toda forma de violencia armada. Por el contrario, el diálogo puede servir para desmontar el fantasma de cualquier concesión política vista como fruto logrado por esa violencia. Mediante el diálogo, ETA ha de descubrir que la violencia no es políticamente eficaz y que los objetivos políticos del llamado conflicto vasco, deben buscarse por otros caminos.

El planteamiento del diálogo entre el Gobierno y ETA es correcto desde la exigencia del derecho que, tanto el Pueblo Vasco como los estados español y francés, tienen a vivir en paz. Solo desde el reconocimiento de este derecho deben ser superados los obstáculos y las renuncias que el diálogo implica.

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