El tema del diálogo del Gobierno español con ETA sigue siendo de plena actualidad. Está unido con el logro de la paz. Pero no todos piensan lo mismo. Nota de Arratia: el próximo 16 de junio celebramos la rogativa del valle de Arratia a Urkiola con el lema Bakea eskatu, bakea zabaldu. Como aportación a ese día traemos esta reflexión de Etikarte.
El pasado mes de abril,
ETA dirigía un comunicado a la Comisión Europea, manifestando su deseo
de que urgiera a los gobiernos español y francés, a fin de que
respondieran positivamente al llamamiento hecho en la Declaración de
Aiete, para dialogar y superar "las consecuencias del conflicto". Por
otra parte, es conocida la postura mantenida por el Gobierno español y,
con él, también por el francés, de no negociar con ETA en tanto esta no
realice su desarme y anuncie su propia disolución. De ahí la razón de
ser de la pregunta: "¿Por qué no o por qué sí dialogar con ETA?
El Gobierno, se dice, no debe negociar con terroristas porque
sería indigno situarse al mismo nivel; más aún, habiendo sido ETA
derrotada por las Fuerzas de Seguridad. Sentándose en la misma mesa con
ETA, el Estado manifestaría una debilidad que no existe. No se pueden
hacer concesiones políticas a los terroristas, cuya recompensa no puede
ser otra que el cumplimiento de las sanciones penales previstas en las
leyes. La remisión de las penas solamente puede realizarse tras un
arrepentimiento personal e individualizado, para cuya manifestación no
es necesario el diálogo, basta la expresión unilateral del delincuente, a
tenor de las leyes. El diálogo con ETA implicaría el menosprecio de la
dignidad de las víctimas. Cualquier diálogo que fuera más allá de la
desaparición de ETA y la eliminación de las consecuencias del conflicto,
podría ser interpretado como una concesión al nacionalismo vasco
separatista. En todo caso, la renuncia definitiva a la lucha armada debe
quedar asegurada como decisión unilateral e incondicionada por parte de
ETA.
En contraposición con este modo de pensar, no faltan quienes,
al margen de cualquier aproximación favorable a la política de ETA,
creen que se debe recurrir al diálogo para acabar definitivamente con la
violencia de ETA y sus consecuencias. La primera constatación sería su
voluntad de renunciar al uso de la violencia para el logro de objetivos
políticos, cuya veracidad está sostenida por sus declaraciones en el
ámbito del Estado y en instancias internacionales. En particular, el
valor de estas declaraciones hechas a tales instancias y a diversos
cuerpos de mediación, no deben ser ignorados. En el logro de la paz para
el Pueblo Vasco y para los estados francés y español han de utilizarse
todos los recursos que lleven a ese fin, superando las dificultades de
menor importancia, que puedan oponerse. La insistencia de ETA en que el
diálogo con el Gobierno debe ser sobre problemas técnicos y no
políticos, es una manifestación sustancial de ETA, de dejar en las
instancias civiles el logro de los objetivos estrictamente políticos. La
opción de la izquierda abertzale por las vías políticas, con exclusión
de cualquier colaboración militar por parte de ETA, la compromete de tal
forma que cualquier renuncia de ETA a las vías políticas, sería
interpretada como una traición a la causa vasca.
¿Qué decir ante estos dos posicionamientos contrapuestos que,
tal como se plantean, pueden parecer, en la práctica, incompatibles? ¿Es
verdad que la contraposición es absolutamente insuperable? o, por el
contrario, ¿es posible hallar la sabiduría política, inspirada por los
valores de la verdad, la justicia y la libertad de todos? Así lo
creemos.
En primer lugar, las razones que tratan de sostener el no dado
al diálogo del Gobierno con ETA, son muy relativas. No son razones
absolutas, sino relativas en función de algo fundamental para la
convivencia: la paz. Dialogar con el que delinque no debería implicar ni
indignidad ni debilidad en la autoridad, con tal que quien lo hace sepa
estar en su sitio, exigiendo que esté en el suyo a quien con ella
dialoga. Dialogar no significa necesariamente negociar.
Puede ser una
manifestación de la firmeza de quien actúa desde el poder, incluso desde
la magnanimidad y, junto con ello, la manifestación del reconocimiento
de la dignidad de la persona que delinque. Puede ser la expresión de la
voluntad común de abrir caminos para la reconciliación, en una
convivencia respetuosa de los derechos de las víctimas. No tiene por qué
significar lesión alguna a la ley penal estrictamente cumplida y
abierta a la amplitud de sus justas interpretaciones, compatibles con el
cumplimiento de sus fines sociales. El diálogo con ETA puede servir
también para situar en sus verdaderas dimensiones jurídicas, sociales y
personales, la política a seguir con sus presos, eliminándose así toda
forma de enfrentamiento contrario a la pacificación.
Tampoco debe ser interpretado como expresión de una
condescendencia con posiciones nacionalistas-separatistas que, por su
misma naturaleza, se deben separar de toda forma de violencia armada.
Por el contrario, el diálogo puede servir para desmontar el fantasma de
cualquier concesión política vista como fruto logrado por esa violencia.
Mediante el diálogo, ETA ha de descubrir que la violencia no es
políticamente eficaz y que los objetivos políticos del llamado conflicto
vasco, deben buscarse por otros caminos.
El planteamiento del diálogo entre el Gobierno y ETA es correcto desde la exigencia del derecho que, tanto el Pueblo Vasco como los estados español y francés, tienen a vivir en paz. Solo desde el reconocimiento de este derecho deben ser superados los obstáculos y las renuncias que el diálogo implica.
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