Hoy ha amanecido como todos los días,
un milagro cada vez. ¡Oh mañana, yo te saludo! Sobre el horizonte del
Andutz, el cielo ha pasado del oscuro al rosado, al violeta, al azul, un
azul muy suave y limpio. En la pradera soleada que baja hasta la
estación de Arroa pastan las vacas plácidamente. Las niñas y los niños
juegan en el patio de la guardería, como si toda la vida no fuera más
que eso, y tal vez no lo es, aunque esa visión aún se nos escapa a los
mayores y pronto la perderán también ellos, los niños. El petirrojo que
canta en los matorrales del riachuelo Narrondo, justo aquí debajo, no
dejará, sin embargo, de cantar mientras queden petirrojos. Y la hoja del
chopo seguirá temblando hasta que un día se desprenda y caiga
suavemente, buscando la tierra de la que brotó. ¡Oh Dios, oh Misterio de
paz en tanta belleza, oh Belleza de la Paz que anhelamos!
Así es cada día, y hoy es uno más, pero no es un día
cualquiera. Es el día siguiente al 20 de octubre, es el "primer día del
resto de toda nuestra vida", la que nos quede. El jueves, a última hora,
ETA anunció el cese definitivo de toda actividad armada y, si de mí
dependiera, haría que las humildes campanas de Arroa y de todas nuestras
ermitas, incluida San Lorente, repicaran cada hora como si fuera el
Ángelus.
Sé que exagero, que el mundo sigue hoy tan afligido como ayer,
que en nuestro pueblo queda todavía casi todo por hacer, casi todo que
construir, mucho dolor que aliviar, muchos rencores que suavizar, queda
la gran casa de la paz por edificar. Pero saludemos este día
infinitamente esperado, tantas veces frustrado, tantas veces reclamado,
este día tan merecido. ¡Dejad que lo celebremos!
Sé también que todo cuanto diga aquí será subjetivo y parcial,
discutible, pero alguna vez tendremos que aprender a expresarnos con
franqueza y respeto, sin que nadie pretenda poseer el monopolio de la
verdad y de la ética, sin que nadie se crea dueño del bien y de la
justicia, sin que a nadie se le niegue su parte de dolor y de razón.
Alguna vez tendremos que reconocernos a nosotros mismos y a los demás el
derecho al error o cuando menos al riesgo de errar. Alguna vez
tendremos que curar el odio y sanar la memoria para seguir construyendo.
Hoy no es un día para pedirnos cuentas, ni siquiera para
rendirlas, sino para dar gracias a todos los que han creído que era
posible y han hecho posible que llegara este día, el día después de ETA.
A todos los que lo han intentado y fracasado. A todos los que han sido
duramente injuriados por seguir creyendo y arriesgando. A todos los que
lo han pagado con su vida. Y a aquellos que lo están pagando con la
cárcel. Hoy es un día para agradecerles a ellos y para volver a creer en
nosotros mismos y en el otro. Es un día para volver a creer en el niño
feliz y bueno que fuimos sin saberlo cuando empezamos en el vientre de
la madre o en el sueño de Dios. ¿Y ese que te ha desgarrado la vida y
que maldices como malo? Haz lo que puedas, pero procura creer también en
él, pues de otro modo, tenlo por seguro, nunca podrás recuperar la fe
en ti mismo, en ti misma. Y sin esa fe no tendrás paz dentro de ti, y
sin paz no podrás vivir.
Hoy tampoco es un día para proclamar vencedores a un lado y
vencidos al otro, aunque esto pueda sonar demasiado duro para muchos que
han sufrido demasiado. Quiero comprenderlos. Pero yo quiero la paz
mejor para todos, y la paz mejor es aquella en que todos ganan. Solo ha
de ser vencido el fanatismo, la amenaza, la imposición, la violencia en
todas sus formas. Pero también los violentos, todos ellos, han de ser
salir ganando, y saberlo.
Habrá tiempo, habrá días, para recordarlo todo, para sentarnos
en corro, como los niños de esa guardería, y escuchar sin prisa y sin
interrupción la historia del otro, y contar la nuestra desde el
principio hasta el fin, aunque nadie conoce en realidad el principio ni
el fin de su historia, pero en ese breve intervalo nos ha juntado la
vida y hemos de seguir tejiendo esta historia en común. Y es seguro que
solo aquel fin que sea bueno para todos será bueno para cada uno, y que
solamente juntos podremos levantarlo día a día ya desde hoy. Habremos de
darnos tiempo para que cada uno desgrane lentamente la historia de sus
dolores, e incluso de sus rencores. Solo así desatará sus nudos, al
narrarse y sentirse escuchado. Solo así podremos reconciliarnos con
nosotros mismos y nuestras heridas, y luego -mejor, al mismo tiempo- con
el otro, también él herido.
Hoy no es todavía el día para eso, pero sí de creer que
podemos hacerlo. Y de aceptar, ya desde hoy, que no tenemos por qué
contar todos de la misma manera nuestra historia común, ni tenemos por
qué coincidir en el juicio del pasado, ni en la opción del presente ni
en el proyecto de futuro. Basta que sea común la voluntad de ser
sinceros con nosotros mismos, de sentir o comprender el dolor del otro y
de erigir juntos otro futuro.
No todo es igual, por supuesto. Y pronto, cuanto antes, habrá
que volver a nombrar uno por uno a todos los muertos, para honrar su
memoria, para reconocer y atenuar el dolor de los vivos, para reparar en
lo posible todas sus pérdidas. Y no habrá que olvidar nada, pero solo
habrá que recordar para restaurar, no para quedar prisioneros del
pasado. Y no habrá que olvidar a nadie, y no porque se haya de equiparar
a todos, sino porque todos necesitan ser dignificados, cada uno a su
manera, cada uno en su lugar. Hay dolor, mucho dolor, en todos los
lados. Y somos muchos, muchísimos, los que tenemos amigos y familiares
que han perdido la vida o sufren en ambos lados, y no podemos olvidar a
ninguno.
Hoy no es un día para igualar a la víctima y al verdugo, pero
sí para recordar que nunca haremos plena justicia a la víctima mientras
no le ayudemos cuanto podamos a no volverse sin darse cuenta verdugo; y
nunca haremos justicia al verdugo, mientras no adoptemos todas las
medidas posibles para que se vuelva humano, hermano. Entonces, no habrá
ningún daño que justificar, pero no habrá tampoco nadie a quien
condenar, pues cada vez que condenamos a alguien, condenamos también con
él una parte esencial de nosotros mismos. Si condenas, te condenas. Es
así de claro, creámoslo. Dios es el Misterio Santo, Indemne, Sano, que
no condena a nadie sino que -por eso mismo- santifica, salva, sana a
todos.
Hoy es un día para creer en El, en la Paz. Aún amanecerán
muchos días, y deberemos poner nuestro grano de arena para que cada día
sea un día para la paz. .