«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (
1 Co 12,26). Estas
palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar
una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos
sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de
clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas heridas de
dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en
sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes.