Abenduko izarrak

jueves, 5 de enero de 2012

Congotik Arratiara

Xabier Goikouria abade "zeaniztarrak" Kilima izeneko eskutitza kontakizuna idazten dau. Hona hemen La boda izeneko kontakizun zoragarria, samurtasunez idatzia.

LA BODA
Queridos amigos y amigas,
Samba Rosine era la pequeña de una familia de cinco hermanos que habíamos recibido como regalo hacía como unos 20 años. Su padre trabajaba de chofer en la empresa minera.


Muy aficionado a todo lo que pudiera tener alcohol terminó haciéndose persona “non grata” en la empresa porque entre los días que no estaba en estado de conducir un camión y los que tenía que permanecer de descanso para que se le pasara el peso de la “carga” que llevaba encima, eran casi tantos los días de trabajo como los ausentes y prefirieron contratar a otro en su lugar. Se marchó a buscar trabajo a otra parte del país y le dejó a su mujer con los cinco churumbeles, prometiéndole que en cuanto encontrara trabajo la llamaría para volver a formar la familia que en ese momento se disgregaba.


La mujer comenzó a bregar con los cinco, intentando darles de comer todos los días pero no siempre lo conseguía. Pasaba el tiempo sin tener noticias de su marido. De vez en cuando la atacaban negros nubarrones sobre lo que tendría que hacer con los críos. Empezó a recurrir al círculo familiar, un día iba donde una tía, otro día donde un cuñado, al día siguiente acudía a casa de una amiga, pero esa situación no podía seguir durante mucho tiempo, porque los críos eran majísimos pero comían como limas y cinco bocas que se añadían de repente al escaso puchero de la familia de acogida, hacía que las sonrisas del momento del encuentro se transformaban en gestos de indiferencia y muecas de cansancio por las que hacían ver que tendrían que buscar la solución en otra parte.


Al final, incapaz de aguantar impasible los lloros de los cinco como consecuencia del hambre que mordía sus entrañas, y en vistas de que el marido seguía sepultado en su silencio, no se le ocurrió otra solución que llevar los cinco hijos al alcalde del pueblo y decirle que como representante del gobierno, en último término es él quien tiene que hacerse cargo de sus hijos porque ella se encontraba al borde de la desesperación, y sin más explicaciones desapareció de su vista.


Xabier Goikuriaren argazkia misioen erakusketan
El alcalde quedó perplejo de la osadía de aquella madre, y espantado de la carga que le había caído, él que ya tenía una numerosa descendencia y tampoco contaba con espacio suficiente para alojarlos decentemente. La primera noche, los cinco durmieron en el despacho del alcalde, pero al día siguiente, viendo su incapacidad para hacerse cargo de lo que le habían entregado, llamó a nuestras puertas para que le socorriéramos en ese apuro que le privaba de la tranquilidad. Aquí no existen orfanatos, asilos o residencias para personas sin hogar. Cada cual tiene que apañárselas por su cuenta para poder salir adelante.


La pequeña de los cinco se llamaba Samba. Un niña preciosa que tendría unos cuatro años. Tenía unos ojos tristes, el pelo lacio y como rubio, el vientre abultado, los huesos de la cara se encontraban como pegados al pellejo, las piernas como cañas. Era la que peor se encontraba de salud de los cinco hermanos. Tenía los clásicos rasgos de la malnutrición y de la enfermedad del hambre, padecía Kwashiokor en estado agudo.


Su estómago, desacostumbrado a la comida no admitía alimento alguno, todo lo devolvía, tuvimos que ingresarla en el hospital donde permaneció un mes entero hasta que el organismo comenzó a volver a la normalidad y pudo digerir los alimentos. Estos cinco no eran los únicos que vivían con nosotros. Por aquel entonces yo creo que serian unos 12, unos huérfanos, otros recogidos de la calle y algunos escapados de sus casas porque el padre había expulsado a su mujer y la nueva esposa no admitía a los hijos de la mujer anterior, a quienes les hacia pasar un pequeño purgatorio, y dos hermanos, un chico y una chica, que andarían por los 10 y 12 años, que prefirieron escaparse de casa y vivir la fraternidad de las bandas callejeras.


Samba estudió en la escuela primaria, terminó luego la secundaria y optó por hacer informática en la universidad. Durante todo este tiempo se fue transformando físicamente. Con el paso del tiempo fue dejando sus rasgos de niña para tomar los de señorita y sus andanzas me dejaban un tanto intranquilo. Tenía el ejemplo de dos de las chicas mayores de casa, que olvidándose de los consejos que se les había brindado en no pocas ocasiones, prefirieron hacer la vida por su cuenta. Una se escapó y por mucho que la insistimos para que volviera no quiso hacerlo y al poco tiempo terminó en brazos de un militar quien no tardó en hacerle un hijo.


Otra, se quedó prendada de los miramientos de un miembro de la coral en la que los dos cantaban y se marchó con él para crear un hogar en un barrio un tanto separado de nuestra casa. Temía que Samba siguiera los gritos del instinto o los consejos de las que volaban por sus propias alas y, una y otra vez trataba de inculcarla principios sanos que la mantuvieran al margen de toda aventura. Y así fue pasando el tiempo, hasta que un día, no hace mucho, vino a mi encuentro y me dijo: “Baba, tengo novio”.

Eso fue para mi motivo de alivio y de alegría y después de relatarme quién era, cómo era, de qué tribu, algunos detalles de su familia, dónde trabajaban etc., me dijo que por navidades vendría acompañado del novio y parte de su familia para presentarse oficialmente y pedir su mano.


No quedaba mucho tiempo y tuvimos que ponernos en movimiento. Las monjas estaban también implicadas, ya que la cuadrilla de críos había crecido con el apoyo de uno y el auxilio de otros. En este caso yo era el “padre” y una monja sería la “madre” para dar un tono de normalidad al encuentro. La primera labor consistía en encontrar a uno que hiciera de testigo de nuestra parte y que defendiera nuestros intereses. Él seria quien llevara la voz cantante en las discusiones que se podrían entablar a lo largo de la ceremonia.


Le ofrecimos la responsabilidad a un cristiano de la parroquia, que aunque no pertenecía a la misma tribu, sin embargo era de la misma provincia y no tendría ninguna dificultad en enterarse de cómo se casaban los de la familia del marido. Ella era de una tribu y el marido de otra y había que preparar el acontecimiento sin que ninguno de los dos se sintiera menospreciado. Tuvimos nuestras reuniones para estudiar cómo y dónde se podría efectuar ese inicio del matrimonio porque ellos, que venían de Lubumbashi, nos avisaron que llegarían unas 20 personas. Nos enteramos bien de las diferentes etapas que se desarrollan normalmente en estos acontecimientos y de la dote a exigir para que se lleve a cabo este compromiso.



Llegó por fin el día señalado. Samba se adelantó un par de días para ayudar a las monjas en los preparativos e invitar a sus amigas. Aparentemente estaba tranquila. Habían elegido un sábado como día para celebrar el comienzo del matrimonio. Vendrían por la mañana y la familia de la chavala tenía la obligación de preparar la comida para todos. La víspera del día señalado, tanto en nuestra cocina como en la cocina de las monjas se había organizado un serio zafarrancho de combate. Se oía el entrechocar de marmitas llenas de verduras en plena cocción, los cocoricós de los gallos que caían desangrados, las alubias borboteando sobre los braseros que sirven de cocinas, los pequeños de la casa estorbando por todos los sitios para ver si no caía algo que llevarse a la boca. Se veían caras sudorosas pero alegres, contentas por el trajín que llevaban en la cocina.

Y mientras las hermanas pequeñas se agotaban en los quehaceres domésticos, “la novia” descansaba en el convento de las monjas en plácidas conversaciones con las religiosas y escuchando músicas suaves para calmar los ánimos. Una de las costumbres de la familia del novio consistía en que tenían que asar las gallinas enteras, incluso con la cabeza, y no tenían que ser compradas en carnicería sino que tenían que llegar vivas a casa y prepararlas en ese momento. La familia del novio tenía prioridad a la hora de comer y todo lo que se había preparado tenía que serles ofrecido y no sólo ésto, sino que al término de la comida, se llevarían los restos.


De Lubumbashi a Likasi hay unas dos horas de coche y según nuestros cálculos pensábamos que llegarían hacia las once de la mañana para dar tiempo a efectuar la ceremonia y comer tranquilamente en la alegría del acontecimiento. Sin embargo, llegó la hora y no aparecía nadie. Dieron las doce y recibimos un mensaje de que como algunos de ellos venian a Likasi por primera vez, antes de llegar a nuestra casa querían enseñar el pueblo a los familiares. Las monjas me propusieron que juntamente con algunas de ellas, y el testigo con su mujer, nos adelantáramos a comer algo porque no se sabía a qué hora podrían llegar los invitados. Tuvimos tiempo de comer, echar la siesta, aburrirnos un poco y a eso de las dos llegó la comitiva en varios coches.


Las monjas habían preparado una gran sala para que pudiéramos entrar todos. A un lado el novio y sus familiares y amigos y a otro “el padre” y los de la banda de la novia. Ella estaba encerrada en el convento de las monjas que está apenas unos veinte metros del lugar del encuentro.


Llevábamos como un cuarto de hora hablando en corros, cada uno por su lado, cuando nuestro testigo levantó la voz para decir que veía muchas caras nuevas pero que no sabía cual era el sentido de esa visita. El testigo de la parte del novio tomó la palabra para decir que venían para pretender la mano de una chica que se encontraba en nuestra casa y que se llamaba Resine.


Una vez conocido el motivo, una mujer de nuestro bando se presentó en la mitad de la sala para decirles que teníamos muchas Rosinas y que no sabía por cual de ellas iban sus deseos. Al rato apareció con una chica que la presentó al grupo como si se llamara Rosina y les preguntó si se trataba de ella. El nooo fue categórico. Al poco volvió con otra para hacer la misma operación a la que de nuevo respondieron con otro nooo. Incluso volvió por tercera vez y en vista de que ninguna de las presentadas era de su gusto, les dijo que conocía a una Rosina pero que se encontraba en Lubumbashi y que podría ir a por ella si la pagaban el viaje de ida, para ella sola y de vuelta para las dos.


El testigo tuvo que soltar “la pasta” y la mujer desapareció de nuestra vista. Enseguida se oyeron cantos, las monjas y algunas jóvenes venían en procesión con la verdadera Rosina que hasta entonces había estado escondida en casa de las monjas esperando el momento en el que tenía que aparecer. Y así entraron procesionalmente en la sala. La mujer volvió a preguntar si efectivamente se trataba de la chica que ellos buscaban y al responder afirmativamente, nuestro testigo le dijo al novio, que no tenían ninguna garantía de que la chica estuviera de acuerdo con ese compromiso y que para terminar con las dudas, dejara un sobre en la mesa central y si la chica lo cogía y me lo entregaba sería la señal de que daba su consentimiento.


El novio dejó sobre la mesa central un sobre y Samba lo cogió y me lo entregó como “padre” de la novia. En ese instante, todos los allí presentes irrumpieron en salvas, aplausos, cantos, irrintxis. Yo abrí el sobre discretamente y vi que en su interior había 200 dólares que los puse en manos del testigo porque la ceremonia iba a tener otros momentos importantes, después de lo cual, la novia se sentó a mi lado ya que todavía seguía perteneciendo al “clan” del padre.


Nuestro testigo tomó de nuevo la palabra para pedirles a los de la otra parte que tomaran nota de lo que se les exigía para poder pretender llevarse a la chavala. Varios de entre ellos sacaron un bloc y un bic dispuestos a escribir las peticiones que consistirían la “dote” de la novia y cuando ya los vió preparados comenzó a enumerar la lista de cosas que tenían que satisfacer para mostrar su buena voluntad de quedarse con la novia. Al “padre” tenían que satisfacerle con la compra de unos zapatos, calcetines, un traje, una camisa, un sombreo y 900 $. A la “madre” tenían que ofrecerla unos zapatos, un paño como el que se visten las mujeres, un pañuelo de cabeza, un bolso de mano y una cabra. La cabra es como agradecimiento de los desvelos en criar a su hija y sobretodo, como premio a la virginidad que la ha conservado hasta el momento del matrimonio. Hoy en día ha quedado como una costumbre sin tener demasiado en cuenta la integridad física de la persona. Estas eran nuestras proposiciones, pero ahora ellos tenían que discutir en familia y ver si estaban dispuestos a aceptar lo que se les pedía, o querían discutir algunos puntos de cuanto se les había solicitado.


Algunos miembros de la familia salieron de la sala para tener su conciliábulo y discutir sobre la propuesta que se les había hecho. Así estarían como un cuarto de hora, al cabo del cual volvieron a sus lugares y el testigo tomó la palabra para decir que estaban de acuerdo en todo pero les parecía una exageración la cantidad de dinero que habíamos incluido en la dote. Se les pidió su opinión para saber lo que ellos estaban dispuestos a ofrecer y solicitaron que la cantidad se redujera a 500 $.


Ya sabíamos de antemano que no iban a aceptar lo que se les proponía, pero había que seguir la costumbre e hicimos una especie de pamema como si estuviéramos discutiendo entre nosotros la bajada del dinero que solicitaban. Antes de que ellos dijeran lo que pensaban, sabíamos que pedirían alrededor de esa cantidad y poniendo cara como que cedíamos para hacerles un favor a ellos, dimos nuestro consentimiento ante los aplausos de todos los asistentes. Los 200 $ que estaban en el sobre que le ofreció el chico a la chica entraban en la suma total, o sea que de los 500 $ ya habían adelantado 200 $, el resto quedaba para el día definitivo en el que se celebraría la boda.


Como el acuerdo estaba concluido con el beneplácito de las dos partes, su testigo tomó de nuevo la palabra para decirnos que no era lógico que si todos estábamos de acuerdo en el comienzo de ese compromiso amoroso, la novia siguiera sentada en su bando y que lo normal es que ya ahora viniera a sentarse junto a su futuro marido, como así se hizo, siempre acompañada del griterío de los presentes.


Ya se habían terminado los prolegómenos de la boda. Ahora había que pasar a una parte importante de la ceremonia: la comida. Los únicos que tenían derecho a participar de ella eran los miembros de la familia del marido, pero antes, había que examinar en qué consistía dicha comida y si la habían preparado al gusto de los visitantes. No sólo eso, sino que una persona de nuestra “parte” tenía que presentar cada plato y probar de él para evitar que estuviera envenenado.

Una mujer, la que había presentado a las diferentes chavalas como posibles novias, iba levantando las tapas de las cazuelas y proclamando en voz alta qué es lo que se encontraba en cada cazuela y al mismo tiempo, iba probando de cada una para que los visitantes comieran sin escrúpulos. La comida era abundante, variada, y de categoría: arroz, patatas, varias clases de legumbres, los pollos cocinados a su estilo (enteros), setas, alubias, bukari (pasta de maíz cocida), y un gran bizcocho. Una vez hecha la presentación salimos todos de la sala para dejarles comer tranquilamente.


Ellos venían preparados, porque conocían sus costumbres, y una vez satisfecho su apetito, empezaron a sacar sus cazuelas vacías para llenarlas con el resto de la comida que había sobrado y cuando todo estuvo listo nos hicieron saber que ya habían finalizado la comida.


Se retiraron las mesas de la comida y pronto empezaron a sonar los tantanes y la pista central se llenó enseguida de animados “bailaores” del grupo del novio y de la novia, que no quisieron desperdiciar ese momento de encuentro y ese acontecimiento tan importante sin manifestar su alegría. Así estuvieron como una hora, pero como tenían que volver a Lubumbashi, les esperaban por lo menos dos horas de camino y prefirieron salir temprano por si pudieran tener algún accidente en el camino. Les acompañamos hasta donde habían aparcados sus coches entre cantos y bailes y nos despedimos de ellos en perfecta armonía. Fue un encuentro bonito, sencillo y quedamos hasta el mes de abril, en el que probablemente se volverían a presentar con lo pedido como dote, para poderse llevar a su novia y empezar a formar parte de su “clan”.



Un abrazo
Xabier