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domingo, 4 de marzo de 2018

Las mujeres en la vida de Jesús

Leonardo Boff

Jesús es judío y no cristiano, pero rompió con el antifeminismo de su tradición religiosa. Considerando su gesta y sus palabras se percibe que se mostraba sensible a todo lo que pertenece a la esfera de lo femenino en contraposición a los valores de lo masculino cultural, centrado en la sumisión de la mujer. En él se encuentran, con frescor originario, sensibilidad, capacidad de amar y perdonar, ternura con los niños, con los pobres y compasión con los sufridores de este mundo, apertura indiscriminada a todos, especialmente a Dios, al que llama Papá (Abba). Vive rodeado de discípulos, hombres y mujeres. Desde que inicia su peregrinación de predicador, ellas lo seguían (Lc 8,1-3; 23,49; 24,6-10; cf. E. Schlüsser-Fiorenza, Discipulado de iguales, 1995).



En razón de la utopía que predica –el Reino de Dios– que es la liberación de todo tipo de opresión, rompe varios tabús que pesaban sobre las mujeres. Mantiene una profunda amistad con Marta y María (Lc 10,38). Contra el ethos del tiempo, conversa públicamente y a solas con una hereje samaritana, causando asombro a los discípulos (Jn 7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida prostituta, Magdalena (Lc 7,36-50). Son varias las mujeres que se beneficiaron de su cuidado, como la suegra de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín, resucitado por Jesús (Lc 7,11-17), igualmente la hijita muerta de Jairo, un jefe de la sinagoga (Mt 9,18-29), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia, cuya hija psíquicamente enferma fue liberada (Mc 7,26) y la mujer que sufría de un flujo de sangre desde hacía doce años (Mt 9,20-22). Todas fueron curadas.

En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente pobres como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10), la viuda que echó dos centavos en el cofre del templo y era todo lo que tenía (Mc 12,41-44), la otra viuda, valiente, que se enfrentó al juez (Lc 18,1-8). Nunca son presentadas como discriminadas sino con toda su dignidad, a la altura de los hombres. La crítica que hace de la práctica social del divorcio por los motivos más fútiles y la defensa del lazo indisoluble del amor (Mc 10,1-10) tienen su sentido ético de salvaguarda de la dignidad de la mujer.

Si admiramos la sensibilidad femenina de Jesús (la dimensión anima), su profundo sentido espiritual de la vida, hasta el punto de ver su acción providente en cada detalle de la vida como en los lirios del campo, entonces debemos también suponer que él profundizó esta dimensión a partir de su contacto con las mujeres con las que convivió. Jesús aprendió, no sólo enseñó. Las mujeres con su anima completaron su masculino, el animus.

En resumen, el mensaje y la práctica de Jesús significan una ruptura con la situación imperante y la introducción de un nuevo tipo de relación, fundado no en el orden patriarcal de la subordinación, sino en el amor como mutua donación que incluye la igualdad entre el hombre y la mujer. La mujer irrumpe como persona, hija de Dios, destinataria del sueño de Jesús y convidada a ser, junto con los hombres, también discípulas y miembros de un nuevo tipo de humanidad.

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