Pedro Miguel Lamet
La frialdad y
desconocimiento mutuo es que en un mundo hipercomunicado crecen como setas los
solitarios, que buscan de continuo compañía en un teléfono móvil o un perro.
La
consecuencia es que en medio de impactos prometedores de la publicidad y
ofertas de amor y sexo de fin de semana estamos convirtiéndonos en una sociedad
gélida, donde apenas nos hacemos compañía especialmente cuando se trata de los
ancianos y solitarios.
Durante
el reciente encuentro en Roma promovido
por el Pontificio Consejo para la
Cultura y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
Humano Integral, que analiza “El Bien Común en la Era Digital”, el papa
Francisco ha dicho a los participantes:
"El beneficio indiscutible que la humanidad puede obtener del
progreso tecnológico dependerá de la medida en que las nuevas posibilidades a
disposición, sean usadas en modo ético"
Sabias
palabras, porque las ventajas de la tecnología sin duda representan un avance,
pero a veces hay que constatar hasta qué punto este progreso está separándonos
más y deteriorando nuestra convivencia.
Por ejemplo,
los vecinos de antes eran casi de la familia. Se ayudaban, se regaban las
plantas, se atendían en algún apuro desde la falta de azúcar a llamar a una ambulancia. Hoy en la mayoría de
las grandes ciudades son unos perfectos desconocidos. Valgan como botones de
muestra las recientes noticias de personas encontradas muertas durante meses y
a veces años incluso hasta la momificación sin que nadie se entere. Para
remediarlo incluso están saliendo aplicaciones para que, a través del
Smartphone, conozcas a tus vecinos. Algo
que antes era obvio y natural.
El
origen de esta frialdad y desconocimiento mutuo es que en un mundo
hipercomunicado crecen como setas los solitarios. Otro índice significativo de
este nuevo fenómeno es la multiplicación
de perros. Como la convivencia se hace difícil, las parejas aguantan
poco unidas y cada vez hay más familias monoparentales, se busca un animal que
acompañe y no chiste. Para comunicarnos nos bastan las redes sociales, el email y sobre todo el WhatsApp: ¡la
manera más fácil de hablar con alguien sin mirarse a los ojos y no “perder
tiempo” con él!
La
consecuencia es que en medio de impactos prometedores de la publicidad y
ofertas de amor y sexo de fin de semana estamos convirtiéndonos en una sociedad
gélida, donde apenas nos hacemos compañía especialmente cuando se trata de los
ancianos y solitarios. Es verdad que la soledad, cuando es elegida y desde una
psicología madura, puede ser fecunda, como sucede con la soledad creadora del
místico, el artista o el poeta. Pero como decía Gustavo Adolfo Becquer, “la
soledad es muy hermosa…, cuando se tiene junto a alguien a quien decírselo”.
El
problema que analizamos aquí no es la soledad en sí misma ni los diversos tipos
de soledad, sino la soledad impuesta por un modelo de sociedad tecnificada que
ha postergado la tertulia de sobremesa, la charla en familia, el contacto
directo con los amigos, vecinos, compañeros de trabajo, incluso la
confidencialidad de pareja.
La
clave está no tanto en estar solo, sino el saber estarlo. Porque, si se vive en
profundidad, nadie está realmente solo, pues el cosmos no existiría sin la
intercomunicación de todas las cosas. Al fin de cuentas unos dependemos de
otros. Lo que es necesario abolir y erradicar es un egoísmo devastador y además
mal entendido. Pues solo el amor que hace salir de uno mismo nos desarrolla,
solo el querer, aunque sea gratuitamente y sin palabras nos hace personas.
Soledad
de soledades
¿y todo
soledad? No.
Yo
canto por soledades.
el cantar ya es compañía,
cerré
un momento los ojos
y era
tu voz la que oía.
Quizás
estos versos de Gerardo Diego nos ayuden a cerrar los ojos por unos instantes a
la comunicación tecnológica y abrirlos a la presencia, aprender a comunicarnos
en el silencio para volver a empalmar corazones desde lo hondo y superar la
palabra hueca, los esmoticones y el frenesí del chat, con la palabra llena de una relación
cabalmente humana
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