Quieren mantener la Iglesia en la zona rural Baserria be kristau
La asignatura ignorada de nuestra Iglesia Gure Eleizearen erronka
Una quincena de
asociaciones, presentes en el medio rural, proponen un estilo de comunidad
cristiana, complementaria a la de las parroquias.
Estos católicos, reunidos
el fin de semana de la Ascensión
en su encuentro bienal, trabajan para que el campo no muera.
Élise
Descamps,
Harol
(Vosges)
La Croix 11.V.2016
Hablan de los refugiados,
de la transición ecológica y de la prevención del suicidio; acogen a los
migrantes, se reúnen con los políticos, se forman para la comunicación
pacífica, leen la Biblia
y organizan los comedores para los más necesitados. ¿Acaso son éstos los problemas
del mundo rural? Pues sí, a pesar de los estereotipos. Estos cristianos rurales,
la gran mayoría de ellos formados en la Acción Católica y buscadores
incansables de un mundo más justo, se ven a sí mismos perteneciendo a la
sociedad lo mismo que los de otros tiempos.
Mylène, Christian, Jean,
Elisabeth y otros cincuenta, procedentes de diferentes “presencias de la Iglesia en el mundo rural”
se reunieron el fin de semana de la Ascensión en Vosges, para su tradicional encuentro
nacional bienal, llamado “Inter-lieux”.
Cristianos, ante todo, comprometidos,
en un ámbito muy concreto: el mundo rural. “Cuando regresé a Lille, donde cursé
mis primeros estudios, y vi la gran cantidad de iniciativas emprendidas por los
católicos, me dije, ¡no es justo quedarse al margen!”
“En Francia, la caída de
la población es cada vez más acusada en los grandes centros urbanos y un
desierto en cuanto se sale de allí. Y lo mismo pasa en la Iglesia”, se lamenta
Elisabeth San-Guily. Para esta treintañera, nacida en una familia burguesa de
Yvelines, instalarse en el campo, en Avesnois (Norte), hace once años, fue, a
pesar de todo, una buena elección, después de sacar el título de ingeniero en
agronomía y el de sociología. “Durante el tiempo de formación agrícola, el
primer año, me enamoré de este medio. Tuve la enorme suerte de encontrarme con
la gente del MRJC (Movimiento rural de la juventud cristiana). Y, desde
entonces, me he sentido muy a gusto con ellos”.
“Su” Iglesia la forman
el CMR (Cristianos en el mundo rural), un grupo musical formado por miembros de
diferentes parroquias, y el Vivier (Vivero), asociación vinculada a la red
informal de lugares atípicos de la
Iglesia en el mundo rural. Es ella quien la co-preside y la
que anima, sobre todo, los cine-fórum. Pero es, de lejos, la única joven, en
medio de una gran mayoría de sexagenarios. “Éstas, apunta, son personas que han
conocido Mayo del 68, el Vaticano II, han hecho grandes cosas, son dinámicas y
quieren transmitir lo que han vivido. ¡Pero, cada día somos menos, sobre todo,
en el mundo rural! Cuando nos reunimos, me imagino la vida dentro de diez años
y, la verdad, se apodera de mí la inquietud”.
De todas formas, la penuria
de sacerdotes, mucho más aguda en el campo, no le hace enloquecer a Mylène
Lambert, 58 años, presidenta del Horizon, en Harol (Vosges). “Me veo
como responsable cristiana. Por supuesto, el sacerdote es el encargado de los
sacramentos, pero ¿quién dice que, gracias a mi compromiso, especialmente con los
extranjeros, no soy yo también una fuente de vida? La dificultad en el mundo rural, es el apego
a las estructuras, y la falta de reconocimiento de que hay una gran diversidad
de personas que están asumiendo, discretamente, muchas responsabilidades”. Se
enfurruña un poco más en lo referente a la falta de misa dominical: “hace
tiempo, la gente no lo tenía tan fácil como ahora para desplazarse, y, además,
la comunidad de proximidad impuesta era la parroquia. Yo, estoy contenta de
formar parte de Horizont, aun sabiendo que dista 55 km de mi casa. No
queda más remedio que reinventar las cosas”, apunta.
Christian Vidal
permanece fiel a su parroquia, a pesar de que fue en La Mondée, (una asociación partidaria
de la unión con el pueblo de Izeaux, en Isère), donde pudo integrarse cuando
llegó a la región. “En el campo, los sacerdotes pasan muy rápidamente,
aspirados por la ciudad, lo que hace que la vida de la parroquia sea
extremadamente frágil”, añade. No faltan quienes manifiestan la enorme
dificultad que supone poner en marcha proyectos o equipos con gente que trabaja
fuera. No hay que olvidar, recuerdan, que ciertas zonas rurales no pasan de ser
simples barrios-dormitorios de las grandes ciudades.
Una cuestión que, por
otro lado, no asusta al padre Jean Sigot, miembro de un equipo de seis
sacerdotes al servicio de un grupo de parroquias en la región de Montargis
(Loiret), con un perfil todavía muy agrícola. Es cierto que tiene que pasar mucho
tiempo en la carretera, pero aprecia, después de haber estado veinte años en la
ciudad, poder acompañar a “comunidades muy pequeñas”, teniendo que ir a visitar,
frecuentemente, en sus casas a los fieles, especialmente agricultores, que
tienen enormes dificultades para encontrarse con el cura.
En su sector, “muy descristianizado”,
la presencia de la Iglesia
no institucional que es Pont de Pierre, y de la que él es el sacerdote
acompañante, facilita, lo dice con alegría, encontrarse con personas muy diferentes,
sean creyentes o no.
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