Cinco piedras conforman un dolmen que da cobijo a Arratiako Ama,
la figura de la virgen, también de piedra, que el sacramentino Juan
José Camarero-Núñez Goenaga colocó en un pequeño santuario levantado en
Areatza, escribe Sandra Atutxa en DEIA.
Es el sueño hecho realidad de un hombre de fuertes convicciones
que encontró en el valle vizcaino, a los pies del Gorbea, el idílico
lugar para vivir y completar su carrera sacerdotal. "Quería que
estuviese terminado para que los arratiarras pudiesen rezar aquí",
cuenta su hermano Periko. Se trata de un espacio de paz, de encuentro
que perdurará para siempre, más allá de su muerte.
El pasado 19 de febrero, a la edad de 80 años, Aita Juan José
iniciaba su último viaje y lo hacía con una sonrisa en su rostro, un
gesto reflejo de paz y de tranquilidad. "Nunca se quejaba. Siempre
estaba bien aunque no lo estuviera. Se fue tranquilo", explica Mariví
Esparta, quien estuvo a su lado incondicionalmente durante buena parte
de su vida. De Aita Juan José destaca su perseverancia, su gran corazón y
su sentido del humor. "Tenía muchas cualidades, era una gran persona.
El otro día me dijo una vecina de Areatza que pensaba que Aita Juan José
iba a ser para siempre", relata Esparta.
Pero Juan José no era eterno y su corazón dejó de latir con los
primeros rayos del sol. Lo hizo sin quejarse, rodeado de sus seres
queridos y en su pueblo de adopción, Areatza. Su vida no fue fácil, sin
embargo, el sacerdote sacramentino natural de la localidad guipuzcoana
de Aia supo sortear los duros momentos con fe y "con esa fuerza interior
que le ayudaba a saltar con habilidad los obstáculos", cuentan sus
allegados. Pero la salud no le acompañó en su peregrinar por la vida,
incluso, una de sus dolencias le privaron de voz lo que le generó
problemas para comunicarse. "Fue lo más duro. Es lo que más le costó
asumir. Pero él sacaba la fuerza para tener voz y siguió dando misa
hasta casi al final de sus días", confiesa Aita Periko. "Le gustaba
hablar, tratar con la gente", recuerda el también sacramentino. Pero
Aita Juan José pudo con ello, a falta de voz para comunicarse, el
sacerdote se expresaba a través de una mirada, de un sentido abrazo o de
un apretón de manos. "Era una persona muy abierta, extrovertida. Todo
el mundo le saludaba, pequeños y grandes... La gente le quería mucho",
recuerda emocionado Periko.
El séptimo de nueve hermanos, Juan José fue un niño nervioso,
con inquietudes y con enormes cualidades para la música. Su primer
contacto con el valle de Arratia fue en los años 50, cuando Juan José
recaló en Areatza para estudiar Filosofía. Posteriormente, viajó a Roma
para sacar el doctorado y fue en la capital italiana donde tomó los
hábitos. Meses después regresó al verde valle vizcaino para dar clases
de Teología. "Siempre tuvo claro que Arratia era su sitio, le encantaba
el ambiente y su gente. Se sentía a gusto y le acogieron muy bien",
explica Periko. Durante años combinó la enseñanza con su trabajo como
párroco en las diferentes iglesias arratiarras. "Fue cura de Arantzazu,
Artea, Areatza...".
Aita Juan José fue el impulsor de las primeras ikastolas en el
valle de Arratia, en una época de dura represión en la que hablar en
euskera era duramente castigado. "Amaba el euskera y aprendió el
arratiano a la perfección", dice Periko. Quienes le conocieron aseguran
que Aita Juan José, siempre desde la razón y desde la justicia de Dios,
dotó a sus sermones de mensajes que "se alejaban del odio y tendían
puentes hacía la tantas veces deseada paz". Sin embargo, no se libró de
la cárcel y sufrió "las injusticias de la sin razón", relatan. "En
Madrid un alto cargo de la Guardia Civil le abrazó y le dijo: Me alegro que esto se haya acabado porque usted no tiene nada que ocultar",
cuentan sus allegados. Le hicieron sufrir, pero nunca habló mal de
nadie y la palabra rencor no existía en su diccionario. En su chaqueta
siempre llevaba una libreta donde apuntaba ideas, frases... Solo la
falta de disciplina y la impuntualidad lograban enojar al sacerdote.
"Pocas veces le he visto enfadado", explican.
Juan José, que cumplió con su misión sacerdotal y religiosa,
será recordado, además, por ser un gran impulsor de la música coral en
la comarca Arratia. El 4 de febrero, víspera de Santa Águeda, el
sacramentino esperó la llegada del coro de Arratia para saludarles desde
el balcón. Estaba delicado de salud, débil, pero ahí estuvo para ver a
la agrupación musical que dirigió durante cuarenta años. El día del
funeral, oficiado por el obispo Mario Iceta y 35 sacerdotes, al final de
la homilía el coro de Santa Águeda rodeó el féretro y le regaló una
canción. "No pude aguantar la emoción", confiesa Periko.
Geroarte Aita Juan José eta egun handirarte.
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