Jesús Martínez Gordo
En
2019 hay dos fechas y dos asuntos que, señalados en rojo, van a marcar de
manera definitiva, y más allá de los gestos tenidos hasta el presente, el
pontificado de Francisco y el futuro inmediato de la Iglesia.
Entre el 21 y 24 de
febrero están convocados en el Vaticano los presidentes de todas las
Conferencias Episcopales del mundo por primera vez en la historia para abordar
la tragedia de la pederastia eclesial.
Francisco ya indicó desde el primer
momento, y lo ha vuelto a confirmar en la última felicitación navideña a la
curia vaticana, que la pederastia, además de un pecado, es un delito y que, quienes
lo hayan cometido, acabarán en manos de la justicia. Se prevén pocos cambios en
lo referente a los protocolos vigentes de protección de los menores y de
reparación del daño causado. Los debates, muy probablemente, van a estar
centrados en precisar cuál es la causa más determinante de la pederastia: el
“clericalismo” o abuso de poder, como sostiene el papa, o la “homosexualidad
depredadora” y una “inmoralidad desenfrenada”, como defienden sus críticos. Y,
visto, además, lo sucedido tanto en Chile como con el ex - cardenal
estadounidense McCarrick (Washington), tendrá lugar también otro debate sobre
la determinación de a quién corresponde gestionar los casos de obispos acusados
de mala conducta o negligentes con las normas contra el abuso: al papa a través
del Dicasterio para los Obispos o de la Secretaría de Estado o, más bien, a las
comisiones de expertos independientes encargadas de investigar a los curas
acusados. He aquí la primera fecha marcada en rojo para Francisco. Y, con él,
para la Iglesia.
El próximo mes de
octubre se celebrará el Sínodo de la Amazonía con el objetivo de buscar “nuevos
caminos”, en primer lugar, para una “ecología integral”. Este bioma, en el que
viven tres millones de indígenas, casi 390 pueblos y nacionalidades diferentes
y entre 110 y 130 “pueblos libres” en situación de aislamiento voluntario, es
objeto, tal como se puede leer en el documento preparatorio del Sínodo, de una
“mentalidad extractivista” que, además de atentar contra su rica biodiversidad,
busca anular su multietnicidad, pluriculturalidad y plurireligiosidad. El
cuidado de este “espejo de toda la humanidad” pasa por “un modelo de desarrollo
alternativo, integral y solidario” que, no sometido a los “poderes económicos y
tecnológicos”, incluya una autentica “ecología natural y humana” cimentada en
el destino universal de los bienes. Queda por ver cómo reaccionarán los centros
de decisión económica y los satisfechos ciudadanos del llamado Primer Mundo
ante este empoderamiento al que podrían suceder, no es un disparate, los de
otras “periferias”.
Pero, además, la Iglesia
también quiere buscar “nuevos caminos” para promover el protagonismo de los
pueblos indígenas, la interactuación entre ellos y la inculturación. Crece el
número de comunidades que no pueden ser atendidas por sacerdotes según el
modelo de cura actualmente vigente en la Iglesia latina. Por eso, muchas de
ellas no terminan de ver la diferencia entre el catolicismo y el evangelismo y,
como consecuencia de ello, tienden a pasarse a este último. Emerge con fuerza
la necesidad de abrir “nuevas vías” para que muchas de las comunidades
dispersas por la Amazonía tengan “mejor y frecuente acceso a la Eucaristía”;
una clara alusión al sacerdocio de los casados, los llamados “viri probati”.
¿Confirmaría Francisco esta decisión, en el caso de que fuera aprobada por el
Sínodo? Hay quienes tienen dudas, vista la beligerancia que la derecha eclesial
sigue desplegando desde que los divorciados vueltos a casar civilmente han
podido acceder a la comunión. Y, si la ratificara, ¿sería válida solo para la
Amazonía o para toda la Iglesia universal? Lo que decida o silencie, también
marcará su pontificado; y con él, a toda la comunidad católica.
Existen, finalmente, dos
asuntos sobre los que son previsibles sendos posicionamientos del papa a lo
largo del 2019: el acceso (o no) de las mujeres al diaconado. En el caso de que
se abra esta puerta, ¿lo será a un ministerio que permita acceder al sacerdocio
e, incluso, al episcopado cuando se estime oportuno o se limitará a ser -como
propone el cardenal W. Kasper- a un servicio eclesial que la cierra, aunque sea
de manera provisional? Y está, además,
la ansiada reforma de la curia vaticana. Habrá que ver si en este asunto se da,
o no, un paso adelante. Lo sabremos cuando, leyendo el texto, se compruebe,
entre otros puntos, si dicha curia puede seguir funcionando -tal y como ha
procedido durante los pontificados anteriores- como un diafragma entre el papa
y los obispos o, por el contrario, quedan bien fijadas sus competencias y su
relación de dependencia al respecto.
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