Gernika 1937. Argazkia: euskonews |
En el marco del aniversario del
bombardeo de Gernika, «que pretendía destruir el símbolo de la identidad
de Euskal Herria», el autor analiza con numerosas citas y extractos de
textos históricos las «posiciones contrarias» que suscitó en la Iglesia
vasca. Los dos sectores del clero vasco acudieron al Papa para
restablecer «la verdad sobre los inhumanos bombardeos», en un caso, o
«la victoria completa sobre los enemigos de nuestra Religión y de
nuestra Patria», según los curas y obispos fieles a la jerarquía
española que bendijo «la cruzada y la guerra santa» de Franco. Placer
concluye, desde el símbolo de libertad, dignidad e identidad de Euskal
Herria que representa Gernika, apelando a la Iglesia para que asuma sus
específicas responsabilidades y reconozca el dolor causado. Una reflexión de Félix Placer en GARA.
El atroz bombardeo de la villa de Gernika, ejecutado
por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana el 26
de abril de 1937, precedido por el de Durango el 31 de marzo, fue uno de
los episodios más trágicos de aquella injusta sublevación militar
franquista contra el régimen republicano legítimamente establecido con
la que se pretendía destruir el símbolo de la identidad de Euskal Herria
y aniquilar toda resistencia vasca. Su 75 aniversario reaviva la
memoria de aquella criminal acción de guerra contra un pueblo indefenso y
de las reacciones que siguieron a su destrucción, atribuida por Franco a
los «rojos-separatistas». Entre ellas es importante recordar las
posiciones contrarias que suscitó en la Iglesia vasca.
En contra de aquella denuncia de sacerdotes vascos,
el Cabildo Catedral de Vitoria, con «unanimidad», no tardó en enviar una
carta al «Cardenal Primado las Españas» denunciando la presunta
representatividad de los firmantes del escrito. Achacándoles no
protestar contra el «contubernio rojo separatista», causa de «horribles
asesinatos y sacrílegas profanaciones», rechazaban la atribución de
aquellos bombardeos «al Ejército salvador de nuestra Patria... Aquel
ataque sólo debe ser imputable a quienes los dedicaron para usos
profanos y guerreros».
Por supuesto, en los boletines oficiales diocesanos de aquellos meses no apareció la más mínima mención a Durango y Gernika. Y a los dos días de la destrucción de esta última villa, se celebraba con especial solemnidad la fiesta de San Prudencio, «ángel de la Paz» y se ponía la primera piedra de la supuesta casa del santo.
Por su parte, la jerarquía española bendecía la «cruzada» y «guerra santa» de Franco. En su Carta Colectiva del Episcopado Español (1.7.1937), firmada por la casi unanimidad del episcopado, salvo Mateo Múgica, el cardenal de Tarragona, Vidal i Barraquer, y Javier Irastorza, obispo de Orihuela, la calificaba como «movimiento cívico-militar... de sentido patriótico... para levantar a España y evitar su ruina definitiva... y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión».
El obispo de Vitoria, exiliado en Roma, ya había
denunciado «la destrucción por los nacionales de las villas de Durango,
Guernika, Munguia, Galdacano, por espantosos bombardeos destructores e
incediarios» y «los planes de exterminio que el ejército nacional
preparó desde su levantamiento contra todo los que fuese o le pareciese
que era nacionalismo vasco y hasta su idioma o lenguaje». Sin embargo,
ante un pueblo masacrado y reprimido tras la victoria franquista, su
sucesor inmediato, Francisco Javier Lauzurica (1937-1943), nombrado
Administrador Apostólico de la diócesis de Vitoria, «obispo de Franco»,
se expresó de la siguiente manera en su primera pastoral: «Así mismo
deseamos vuestra total incorporación al movimiento nacional, por ser
defensor de los derechos de Dios, de la Iglesia Católica y de la Patria,
que no es otra cosa que nuestra madre España» (septiembre, 1937). Y no
dudaba en afirmar: «Soy un general más a las órdenes del Generalísimo
para aplastar al nacionalismo».
Precisamente en estos días, memoria de aquellos acontecimientos tan crueles y dolorosos, se conmemora también el 150 aniversario de la creación de la Diócesis de Vitoria (28/4/1862). Su celebración está enmarcada en actos religiosos solemnes que, en palabras de su actual obispo, agradecerán «los abundantes bienes derramados en siglo y medio en nuestro Pueblo» e «invocarán la protección de Santa María... para alentar un futuro de convivencia en paz y solidaridad». Pero esta Diócesis vasca, que entonces abarcaba Bilbao y Donostia, y más allá de sus límites diocesanos actuales, enmarcados por decisiones políticas en provincias eclesiásticas diferentes (Burgos e Iruñea), debe ser hoy memoria y exigencia de reparación y perdón de aquellos silencios eclesiásticos culpables ante los crímenes contra Euskal Herria; y también, de reconocimiento de todas aquellas personas que durante la represión del franquismo lucharon por la libertad de su pueblo y fueron represaliadas por la misma institución diocesana.
Desde el símbolo de libertad, dignidad e identidad
de Euskal Herria que representa Gernika, en estos decisivos y cruciales
momentos y desde la verdad íntegra de las causas y consecuencias del
conflicto político, la Iglesia vasca sigue teniendo una específica
responsabilidad, en fidelidad al evangelio, para reconocer el dolor
causado, avanzar en la reconciliación, ayudar a sanar las heridas
personales y sociales, contribuir a lograr la paz desde la justicia
como también lo proponen y piden los documentos de Aiete y de Gernika.