no nos faltan medios
para el esparcimiento y la diversión, pero algo fundamental nos falla:
vivimos cada vez más cansados. Y no es infrecuente que aquello mismo que
nos podría descansar, como el deporte, lo convirtamos en competición
agotadora, o que de unas soñadas vacaciones volvamos estresados. ¿Qué te
pasa que estás tan cansada, pobre humanidad?
Pon atención en la vida y en las palabras. Cansar viene de la confluencia de dos verbos latinos: quassare (dar golpes, agitar) -de donde viene, por cierto, cascar: las palabras no engañan- y campsare
(doblar, abatir). Golpeados, agitados, doblados, abatidos. Es imposible
vivir cansados y sin saber descansar. Las neuronas se dañan, la salud
se arruina, el aliento vital se sofoca y se extingue. ¿A dónde vas,
especie humana que te llamaste Sapiens? ¿Dónde hallarás una unidad muy
especial de cuidados intensivos para recuperar tu aliento?
Abramos
los ojos, observémonos. Cuanto más nos cansamos, menos descansamos, más
incapaces nos volvemos de aflojar la carrera, de seguir huyendo de
nuestro propio centro y de la compasión con todas las criaturas. Y
cuanto menos descansamos, más cansamos, más nos irritamos, menos
toleramos. Mirad el hemiciclo del Congreso, templo de la crispación o de
la hipocresía. Mirad por aquí esta campaña electoral, esas derechas
cada vez más extremas que supuran mentira y agresión. Son vergüenza para
la ciudadanía, y a la vergüenza nos arrastran. Están cansados, y nos
cansan hasta el hastío y la extenuación. Y la Iglesia calla.
Miremos el mundo, su inquietante panorama. Esta civilización incivil,
este ritmo asfixiante y loco, este sistema económico infame que nos
hemos impuesto y nos impide encontrar un lugar de paz en la tierra común
de los vivientes. Cuanto más avanza la humanidad y cuanto más poderosos
nos hacemos, más tememos, más rivalizamos sin tregua. Cuanto más
tenemos, más queremos. Cuanto más ganan unos pocos, más numerosos son
los que padecen una mayor pobreza. Cuantas más máquinas fabricamos, más
horas trabajamos, y cuanto más trabajamos, más necesidades inútiles nos
creamos. Cuanto más poseemos, más competimos, en guerra todos contra
todos y contra nosotros mismos. Y cuanto más general se vuelve la
guerra, menos son los que ganan y más son los que pierden, hasta que
todos lleguemos a perderlo todo. La codicia nos ha ganado.
La
humanidad, nacida del Sol y de la Tierra, vive en el momento más crítico
de su historia. Hermanos del aire y del agua, del laurel en flor y del
zorzal que canta, nos hemos convertido en sus peores enemigos. Nos
apoderamos del fruto del árbol del bien y del mal. Hemos olvidado que
somos tierra humilde, humus, hermanos, humanos. Quisimos ser el Dios
omnipotente que no existe sino en nuestra imaginación. Nos aferramos al
ego que no somos. Y hasta aquí nos ha conducido nuestro error. Y el
error se volverá catástrofe planetaria, si no corregimos este rumbo al
abismo. Lo peor no ha quedado atrás: se presenta ante nosotros, y podrá
hacerse realidad. Los desahuciados de sus casas, los exiliados de sus
patrias por el hambre y la guerra, siempre unidas, los expulsados de
todas las patrias por el egoísmo son el síntoma y el precio de la
impiedad. En el grito de la Tierra y de los pobres suenan todas las
alarmas.
Si queremos vivir, hemos de convertirnos, volver al hogar
desertado. Descansar por fin, recobrar aliento. Reposar en la fuente de
la vida, respirar en la calma de nuestro ser, uno con todo. Recuperar
la armonía. Redescubrir la sabiduría y hacer del creciente conocimiento
gnosis o génesis, nuevo nacimiento. He ahí la espiritualidad que nos
apremia, con religión -una religión reinventada- o sin religión alguna,
eso es lo de menos. Sabiduría de la vida, inteligencia espiritual,
espiritualidad integral liberadora, conciencia ecofeminista profunda…
Llámalo como quieras, pero es urgente. No te dañes más y cuídate, oh,
pequeño corazón agitado.
Volvamos. Tal vez todavía estemos a
tiempo. Tal vez podamos aún hacer que amanezca el séptimo día de la
creación, el sábado del descanso creador, del respiro de todas las
criaturas. Recordemos: “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa”.
Con nadie ni consigo compite y, libre su ego, en todo se encuentra y
descansa.
Joxe Arregi
No hay comentarios:
Publicar un comentario