Abenduko izarrak

miércoles, 2 de mayo de 2018

No nos hemos callado

Ziortza 2013

La última declaración de los obispos, con la acusación de «complicidades, ambigüedades y omisiones» frente a la violencia de ETA no deja de ser una acusación de parte y carente de objetividad. ¿O hablan de sus silencios de los últimos ocho años sobre la tortura?

PATXI MEABE, PAKO ETXEBESTE Y ARTURO GARCÍA  Etikarte Fundazioa

Nos hubiese gustado no aparecer en estos momentos, pero nos vemos obligados a hacerlo con cierto pesar, debido a nuestro compromiso con la verdad de los hechos, aunque circunscribiéndonos a un aspecto concreto de dicha verdad histórica: al papel jugado por la Iglesia en el País Vasco en este período de la injusta violencia de ETA.



La declaración de los obispos de Pamplona, Bilbao, San Sebastián, Vitoria y Bayona, valorando «lo que de positivo tiene la Declaración sobre el daño causado de la banda terrorista de ETA después de 60 años de historia de muerte y de de sufrimiento», afirma: «A lo largo de estos años, muchos de los hombres y mujeres que conforman la Iglesia han dado lo mejor de sí mismo en esta tarea, algunos de forma heroica. Pero somos conscientes de que también se han aceptado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones por las que pedimos perdón». 

Ciertamente, la Iglesia necesita pedir perdón. ¿También en este caso? La afirmación de los obispos, al ser calculadamente polarizada y ambigua, conduce a interpretaciones interesadas y deformadoras de lo sucedido. Así, un medio de difusión estatal ha llegado a decir que «el fatuo comunicado de los cinco prelados es toda una constatación del pernicioso papel de la Iglesia en terrenos ajenos a su misión y casi siempre en el lado equivocado».

Se ha afirmado con frecuencia, que la Iglesia en el País Vasco ha estado «demasiado politizada» y lo que es todavía más grave «ha sido insensible al dolor de las víctimas». ¿Qué significa que ha estado «en el lado equivocado»? No es el momento de hacer un análisis histórico sobre el papel que la Iglesia ha realizado a lo largo de estos últimos sesenta años y más. Pero sí constatar la evidencia de que ha sido y es una institución inserta en un contexto determinado y que, como tal, se ha pronunciado clara y explícitamente en concreto sobre la violencia de ETA y el GAL y sin ninguna complicidad en la conculcación de los derechos humanos. ¿Es ésto estar en el lado equivocado? ¿O, más bien, ser fiel a su misión en la lucha por la justicia y la libertad?

En estos últimos 100 años, el País Vasco ha vivido una profunda convulsión y transformación social, económica y política. Una industrialización acelerada ha transformado un contexto rural en una sociedad urbana. La Guerra Civil, el enfrentamiento y la represión política junto con el exilio, el fenómeno de ETA con su violencia ilegítima, la injusticia constatada de la tortura, la expansión de la conciencia nacional y social en amplios sectores, el problema de las víctimas y de los presos, etc., han ido configurando una sociedad próspera en el aspecto económico, pero enfrentada y, no menos, carente de valores éticos básicos. En este contexto se ha insertado la Iglesia. ¿Ha traspasado los límites de su misión? Habría que analizar cada acción, pero en una situación tan compleja, esta acusación de «complicidades, ambigüedades, omisiones» no deja de ser una acusación de parte y carente de objetividad. Ha servido además de pretexto electoral para tapar, más allá de la justicia y la solidaridad, actuaciones políticas interesadas, más que discutibles. 

No está de más recordar, además de la hemeroteca ,'Una ética para la paz' (1968-1992), de más de 800 páginas, y 'Palabras para la paz. Una pedagogía evangélica' (2009), la trayectoria incontestable desarrollada por los obispos vascos desde Añoveros hasta Setién, Uriarte y Blázquez, así como la de tantas comunidades y cristianos de base en la época del franquismo y el postfranquismo. Tampoco se pueden olvidar sus oportunas Cartas Pastorales, y las discretas pero directas gestiones ante instituciones, grupos y personas directamente afectadas por la violencia. 

Pero, a la hora de sintetizar el papel de la Iglesia en estos últimos decenios, no podemos dejar caer en saco roto: la acogida de los nuevos planteamientos del Vaticano II, a la vez que el fortalecimiento de las obras sociales, la formación de militantes comprometidos en el terreno social y político, el papel jugado en la recuperación e impulso de la cultura autóctona, así como la creación de los Secretariado Sociales Diocesanos. Sin el impulso de dichos obispos y el esfuerzo de muchos cristianos comprometidos, junto a otros que no lo eran, probablemente serían impensables muchas realidades sociales, como la creación de empresas cooperativas y la concienciación y capacitación de múltiples líderes sociales, sindicales y políticos, que han coadyuvado al bienestar y prosperidad del país. 

Sin el menor atisbo de autocomplacencia, queremos señalar el papel jugado, estos últimos decenios, por los Secretariados Sociales Diocesanos, con sus explícitas condenas a los injustificables atentados contra los derechos humanos de ETA y del GAL, además de fomentar un sinfín de encuentros, semanas sociales, colaboraciones en la prensa escrita y en la radio, y un silencioso acercamiento a muchas familias de víctimas o de presos. 

Como testigos directos de estos Secretariados Sociales lo decimos con humildad y libertad: que, ante los crímenes de ETA y otras muchas conculcaciones de los derechos humanos, no nos hemos callado jamás, ni hemos sido cómplices ni ambiguos.

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