no puedo llamarte
criminal como pueblo ni como ciudadanía del Estado, pero a tu gobierno
no puedo dejar de calificarlo así, con todas las letras: criminal,
asesino, genocida. Es una ignominia para ti que te represente ante el
mundo, pero eres responsable de haber elegido y de mantener en el cargo a
quien lo dirige.
Son
muchos en tu seno los ciudadanos -árabes y judíos- como los movimientos
sociales que denuncian sus crímenes, el robo sistemático de las mejores
tierras y de las fuentes de agua de Palestina, la cruel parcelación de
su territorio, los prepotentes asentamientos, los vergonzosos muros y
vallas erigidas con la fácil y falsa excusa de la seguridad, los
humillantes controles a los que tiene sometido a los palestinos, el
espantoso gueto en el que los ha encerrado, la terrible desproporción de
sus represalias violentas ante la respuesta violenta, cada vez más
comprensible, de muchos palestinos desesperados, expulsados de sus
tierras o prisioneros en ellas sin agua ni electricidad…
No se
trata de crímenes cometidos por un movimiento terrorista incontrolado,
sino del terror ejercido impunemente por vuestro Estado, apoyado en su
superioridad militar, en el amparo incondicional de su aliado americano y
en los conflictos internos de sus adversarios árabes y musulmanes. Son
muchos en vuestro pueblo los que se oponen a todo ello, pero no son
bastantes, no son la mayoría, ni siquiera llegan a ser una minoría
fuerte. No podéis eludir vuestra responsabilidad colectiva.
Por supuesto,
también los palestinos deben asumir su responsabilidad para enderezar
vuestra historia, vuestro drama inseparable, y construir un futuro para
ambos, con una capital compartida tal vez. Pero en tus manos está la
llave principal. Reconoce que la creación de vuestro estado
independiente en 1948 no será justa sino el día en que se repare la
injusticia consumada contra el pueblo palestino, y devuelvas las tierras
conquistadas en 1967 y encuentres solución a sus refugiados. Solo ese
día tu fundación dejará de ser la Nakba (“Catástrofe”) de Palestina, y
solo entonces tendrás seguridad.
Escucha las decisiones de las
Naciones Unidas, por patéticas e inoperantes que sean a menudo, vetadas y
desactivadas como son por el poder americano, tu arrogante Goliat
amigo, enemigo del planeta. Escucha a tus propios profetas de ayer o de
hoy. Escucha las palabras dirigidas a Caín por la Voz del Innombrable en
el Berexit o Génesis de la Biblia, el primer libro de tu Torá, tu ley
de vida: ¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita
desde la tierra (Gn 4,10). Hoy se dirigen a todos nosotros, y a ti,
desde el fondo de la tierra, la tierra de todos. La sangre de Abel, el
justo, es hoy la sangre de tus hermanos palestinos, la sangre de los 108
asesinados por tus balas -12 niños entre ellos- en la reciente
conmemoración palestina de la Nakba que tuvo lugar hace 70 años, la
sangre de ese bebé de 8 meses muerto por inhalación de gases
lacrimógenos, la sangre de los 12.000 heridos por tus monstruosas balas
que trituran el hueso y destruyen tendones, músculos, nervios y
arterias. Vuestro primer ministro, mientras tanto, baila ante las
cámaras con la ganadora de Eurovisión.
¿Dónde está tu hermano?
preguntó la Voz. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?, dijo Caín.
Sí, eres el guardián de tu hermano. Responde, Israel, de tus actos y
omisiones, responde de tus votos y silencios. Y no olvides lo que David
Grosman, uno de tus más grandes escritores, que perdió a su hijo Uri en
la guerra con la milicia chií libanesa en la guerra de 2006 y que
defiende a Palestina tanto como a Israel, dijo recientemente: “No
seremos verdaderamente libres hasta que los palestinos también lo sean”.
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