Don Bittor Igorren lagunekaz Arrtiako misiolariei egindako omenaldian |
Hileta, Urkiolan, apirilak 26, egunean, ordu batetan.
Jesús Martínez Gordo
Hoy, 24 de abril de
2018, me acaban de comunicar que ha fallecido, a los ciento dos años, Bittor
Garaygordobil (Abadiano, Bizkaia, 1915), uno de los poquísimos obispos vivos
que participaron en el Concilio Vaticano II y un impulsor de la teología de la
liberación latinoamericana.
Ordenado sacerdote en
1943, fue destinado a la parroquia de San Pedro de Deusto (Bilbao) de donde pasó
a ser formador del seminario de Vitoria para partir, poco después (1948), a
Ecuador formando parte del primer equipo de ocho misioneros que se encuentra en
el origen de las misiones diocesanas vascas. Una vez ordenado obispo (1964),
presidió la Diócesis de Babahoyo, participó en el Concilio Vaticano II y,
asociado, con otros prelados latinoamericanos (Monseñor Leónidas Proaño, al
frente), promovió su aplicación e impulsó lo que poco después será tipificado
como teología de la liberación. Son iniciativas que no gustan al gobierno
ecuatoriano ni a la administración estadounidense que lo asesora. Como
consecuencia de ello se produce la detención de dieciséis obispos (Riobamba,
1976) y la amenaza, en el caso, de Bittor, de expulsión del país, algo que
finalmente se logra parar. En 1982 entiende que ya no se necesita su servicio y
presenta, después de 34 años en Ecuador, la dimisión a Juan Pablo II. Regresa a
Bizkaia, incorporándose al equipo del Santuario de Urkiola donde reside hasta hace
un par de años en que se retira a la residencia sacerdotal de Begoña. Es allí donde
acaba de fallecer. A lo largo de estos años “jubilares” fue invitado a
intervenir en diferentes foros.
En una de estas
ocasiones tuve la suerte de escucharle hablar sobre la relación entre economía
y seguimiento de Jesús. Lo hizo llamando la atención sobre la
corresponsabilidad de los allí presentes en el apuntalamiento de un sistema
financiero radicalmente injusto y violento, es decir, recordando, que también
éramos corresponsables de la explotación y del sometimiento –aunque fuera de
manera inconsciente y casi colateral- de los pobres y de la persistencia de su
miseria y sufrimiento. La liberación, sostuvo ante nuestros atónitos oídos, no
es una tarea que concierna única y exclusivamente a los pobres. Lo es, por
supuesto, de ellos. Pero lo es, sobre todo, de quienes controlan el mundo de la
economía y de las finanzas y también de quienes disponemos, por ejemplo, de
unos ahorros y formamos (o aspiramos a integrar) una satisfecha clase media. ¿A
quién de los presentes, preguntó, le preocupa saber en qué actividades
“lucrativas” o “rentables” están colocados sus ahorros, sean pocos o muchos?
Más aún, ¿quién conoce que los intereses que está cobrando por el dinero
depositado en el banco o en la caja de ahorros es muy probable que tengan enormes
dificultades para ser calificados como limpios porque no han servido para
financiar, por ejemplo, el negocio de las armas o porque no han resultado de
explotar a las personas o de haber maltratado la naturaleza y de otras tantas y
tantas barbaridades que –amparadas en el sacrosanto dogma de la rentabilidad y
en nuestra inconsciencia- se prefieren ignorar?
La teología de la
liberación –vino a decir- no era tanto un problema urgido por la superación de
unas complicadas relaciones con la Congregación para la Doctrina de la Fe o una
acerada crítica a la concepción jerárquica de la Iglesia o el fruto envenenado
de una entrega –tan supuesta como ingenua- a la ideología marxista
cuanto una propuesta que tocaba directamente el modo de vida de todos y de cada
uno de los allí presentes. ¡Mira tú por dónde! tenía mucho que ver (¡y de qué
manera!) con nuestro bolsillo y con la manera de administrar los pocos o muchos
dineros de que disponíamos (¡quien los tuviera, por supuesto!). Bittor no sólo
reivindicaba un inusual modo de hacer teología (porque vinculaba economía y
seguimiento de Jesús a partir de los crucificados de este mundo), sino que,
además, recuperaba la dimensión aguijoneante (profética) que brota de la
asociación de Dios con los parias de todos los tiempos y lugares.
Evidentemente, la teología de la liberación era denuncia del capitalismo
salvaje y de cualquier proclividad
autoritaria.
Pero también una renovada y, a la vez, tradicional forma de seguir a Jesús que
tenía que ver (y mucho) con la administración de los ahorros y con nuestra
búsqueda -interesadamente “ciega”- de beneficios. Luego, más tarde, nos pudimos
percatar de que era una consideración en la que se incubaba lo que, finalizando
el siglo, cuajaría (primero en Italia y luego entre nosotros) en la llamada
banca ética.
Argazkian: Don Bittor Palenque eleizea eregiteko beharrak ikusten, | Manuel Sesma eta Maximo Gisasolagaz |
En el País Vasco (como
en tantos otros lugares del mundo) hay muchas personas que son un ejemplo vivo
de sabiduría, gracias, precisamente, a sus muchos años bien llevados. Bittor ha
sido una de ellas. Y lo ha sido por su presencia solidaria en algunas de las
mil batallas que han marcado para bien los últimos decenios de la Iglesia y de
nuestro mundo. Y también por su libertad para reconsiderar posicionamientos
considerados frecuentemente intocables y que, una vez, repensados, han sido
fuente de una grata y liberadora novedad.
Es evidente que Dios también
quiere con Él a buena gente. Bittor ha sido, mientras ha compartido vida, mesa,
proyectos e inquietudes con nosotros, uno de ellos. Sospecho que ya estará
preguntado a quien reconocemos como el principio y fundamento de toda misericordia
por algunos de los que, además de compartir con él fe, planes y preocupaciones,
dedicaban un tiempo a disfrutar del mus. Y me da que cuando los encuentre,
acabará pidiendo un sitio en el que seguir disfrutando de dicho juego para
siempre. Y, a partir de ahora, sin perder jamás.
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