Leonardo Boff
En los días actuales vivimos tiempos tan
 atribulados políticamente que acabamos psicológicamente alterados. No 
ver caminos, andar a ciegas, a la deriva como un barco sin timón, nos 
quita el brillo de la vida. Acabamos olvidando las cosas esenciales.
Quien leyó mi último artículo, ¿El Brasil actual tiene arreglo?,
 encuentra allí el trasfondo de esta reflexión sobre Dios. En momentos 
así, sin ser pietistas, nos volvemos hacia aquella Fuente que siempre 
alimentó a la humanidad, especialmente en tiempos sombríos de crisis 
generalizada. Sentimos saudades de Dios. Esperamos luces de Él. Y más 
aún: queremos experimentarlo y sentirlo desde el corazón en medio de la 
turbulencia.
Si miramos la historia, constatamos que 
la humanidad siempre se preguntó por la Última Realidad. Se daba cuenta 
de que no podía saciar su sed infinita sin encontrar un objeto infinito 
adecuado a su sed. No conseguiría explicar la grandeza del universo y 
nuestra propia existencia sin aquello a lo que convencionalmente se 
llama Dios, aunque tenga otros mil nombres según las diferentes 
culturas. Hoy, con un lenguaje secular, proveniente de la nueva 
cosmología, hablamos de la «Fuente Originaria de donde vienen todos los 
seres».
A pesar de esta búsqueda incansable el 
testimonio de todos es que “nadie ha visto nunca a Dios” (1 Jn 4,12). 
Moisés suplicó ver la gloria de Dios, pero Dios le dijo: “No podrás ver 
mi rostro porque nadie puede verme y seguir viviendo” (Ex 33, 20). Si no
 podemos verlo, podemos identificar señales de su presencia. Basta 
prestar atención y abrirnos a la sensibilidad del corazón.
Me impresiona el testimonio de un 
indígena cherokee norteamericano que habla de alguien que buscaba 
desesperadamente a Dios pero no prestaba atención a su presencia en 
tantas señales. Cuenta él:
«Un hombre susurró: ¡Dios, habla 
conmigo! Y un ruiseñor empezó a trinar. Pero el hombre no le prestó 
atención. Volvió a pedir: ¡Dios, habla conmigo! y un trueno resonó por 
el espacio. Pero el hombre no le dio importancia. Pidió nuevamente: 
¡Dios, déjame verte! Y una enorme luna brilló en el cielo profundo. Pero
 el hombre ni se dio cuenta. Y, nervioso, comenzó a gritar: ¡Dios, 
muéstrame un milagro! Y he aquí que nació un niño. Pero el hombre no se 
inclinó sobre él para admirar el milagro de la vida. Desesperado, volvió
 a gritar: ¡Dios, si existes, tócame y déjame sentir tu presencia aquí y
 ahora. Y una mariposa se posó, suavemente, en su hombro. Pero él, 
irritado, la apartó con la mano».
«Decepcionado y entre lágrimas siguió su
 camino. Vagando sin rumbo. Sin preguntar nada más. Solo y lleno de 
miedo. Porque no supo leer las señales de la presencia de Dios».
La consecuencia de su falta de atención 
produjo su desespero, soledad y pérdida de enraizamiento. Lo opuesto a 
creer en Dios no es el ateísmo, sino la sensación de soledad y desamparo
 existencial. Con Dios todo se transfigura y se llena de sentido.
En medio de nuestra enmarañada situación
 política actual, buscamos una verdadera experiencia de Dios.  Para eso,
 tenemos que ir más allá de la razón racional que comprende los 
fenómenos por las ramas, los calcula, los manipula y los incluye en el 
juego de los saberes de la objetividad científica y también de los 
intereses políticos como los actuales. Ese espíritu de cálculo piensa sobre Dios pero no percibe a Dios.
Tenemos que tener otro espíritu, aquel que siente a Dios: el espíritu de finura y de cordialidad, de admiración y de veneración. Es la razón cordial o sensible, que siente a Dios desde el corazón.
Dios es más para ser sentido a partir de
 la inteligencia cordial que para ser pensado a partir de la razón 
intelectual. Entonces nos damos cuenta de que nunca estábamos solos. Una
 Presencia inefable, misteriosa y amorosa nos acompañaba.
¿No será por eso no acabamos nunca de 
preguntarnos por Dios, siglo tras siglo? ¿No será por eso que siempre 
arde nuestro corazón cuando nos entretenemos con Él? ¿No será el 
adviento de Él, del sin Nombre y del Misterio que nos habita? ¿No es por
 eso que creemos que hay siempre una solución para nuestros problemas?
Estamos seguros de que es Él cuando ya 
no sentimos miedo pues Él es el verdadero Señor de la historia. Y osamos
 esperar que un destino bueno surja de la oscuridad actual, bajo la cual
 sufrimos.

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