Carta post sinodal “Amoris laetitia”:
las puertas, de nuevo, entreabiertas
Jesús Martinez Gordo
Facultad de teología de
Vitoria – Gasteiz
Han pasado más de dos años
y medio desde que Francisco abriera la Iglesia a una reconsideración de la pastoral familiar
y de la moral sexual. Con la publicación de la Exhortación Apostólica
postsinodal “Amoris laetitia” el 8 de abril de 2016 las puertas, entonces abiertas
de par en par, han quedado, finalmente, entreabiertas o entornadas.
Algo es algo… Y más, después
de tantos años de rigor doctrinal y moral, de “verdades innegociables” y de permanentes
llamadas a la heroicidad, por coherencia con un magisterio eclesial que a
muchos católicos se antojaba discutible y, por ello, mejorable.
En el origen de este
último tiempo de “puertas abiertas y entornadas” se encuentra una histórica
rueda de prensa de Francisco en el avión que le trasladaba de Rio de Janeiro al
Vaticano (Jornadas Mundiales de la
Juventud) el 29 de julio de 2013.
En aquella ocasión, el
papa dejó, a preguntas de los periodistas, tres consideraciones que han marcado
los primeros años de su pontificado.
Según la primera de
ellas, había que revisar la imposibilidad de una plena incorporación eclesial
de los divorciados vueltos a casar civilmente: “si el Señor no se cansa de
perdonar, decía, nosotros no tenemos otra elección que ésa”. “Los ortodoxos,
apuntaba, tienen una praxis diferente. Ellos siguen la teología de la
“oikonomia” (misericordia), permiten una segunda posibilidad”.
Seguidamente, les manifestaba que su antecesor en Buenos Aires, “el
cardenal Quarracino, solía decir que la mitad de los matrimonios eran nulos
porque se casan sin madurez, se casan sin darse cuenta de que es por toda la
vida, quizás se casan por motivos sociales…”. Era una consideración que abría
otro frente, hasta el presente, fuente de muchos sinsabores: “revisar” “el
problema judicial de la nulidad de los matrimonios”, habida cuenta de que “los
tribunales eclesiásticos no bastan para eso”.
Pero la conversación no
se quedó, siendo ya mucho, en estas dos consideraciones. El papa Bergoglio
comunicó a los periodistas allí presentes que había que cambiar el trato y la
actitud ante la homosexualidad: “Si una persona es homosexual y busca al Señor
y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. La sorpresa fue
mayúscula, tanto por el contenido de lo dicho como por el tono empleado.
Francisco era, sin duda alguna, un papa con perfil propio. Sus gestos, su
manera de comunicar y afrontar los problemas evidenciaban que se tenía delante
a un sucesor de Pedro con entrañas pastorales; diferente, a la vez que complementario
con el perfil desplegado por sus antecesores: marcadamente moral, en el caso de
Juan Pablo II, e indudablemente teológico, en el de Benedicto XVI.
Este papa, pastoralista,
con “olor a oveja” y “callejero” (como gustaba llamarse, cuando llevaba una
vida sencilla y austera en medio de la gente), era consciente de las crecientes
(y a veces insuperables) dificultades de muchos católicos para seguir a la Iglesia en lo, hasta
entonces, propuesto como moral familiar y sexual. Y también de que la
desafección y sangría que padecía en algunos lugares la Iglesia, no solo obedecía al
secularismo, sino también a su obsesiva exigencia de una moral familiar y
sexual, frecuentemente, inmisericorde.
Pero, además, estas tres
declaraciones venían acompañadas de una confesión de indudable calado: quería
que éstas y otras cuestiones que hubiera que afrontar fueran abordadas a partir
de lo que se podría llamar “el principio misericordia”. Su cercanía con el
Evangelio y con la gente le había llevado a percatarse de la centralidad de la
misma en la vida cristiana y de su indudable resonancia (y acogida) entre los
hombres y mujeres de buena voluntad.
Finalmente, les
comunicaba que pensaba escuchar el consejo de ocho cardenales, (el entonces llamado
G8), con los que se iba a reunir del 1 al 3 de octubre de 2013, sobre este asunto
y, por extensión, sobre “cómo seguir adelante en la pastoral matrimonial”.
1.- Primeros
vientos… huracanados
La suerte estaba echada. Solo quedaba por
ver cómo ponía en marcha lo comunicado y cómo reaccionaba el sector eclesial que
había gestionado hasta entonces las llamadas “verdades innegociables”.
La primera decisión no tardó en llegar:
el 8 de octubre de 2013, F. Lombardi, Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, anunciaba la
celebración de dos Sínodos (uno Extraordinario, 2014, y otro Ordinario, 2015)
en los que diagnosticar la situación de la familia y ofrecer propuestas de actuación
al papa para afrontar los nuevos desafíos pastorales.
Sin embargo, las
sorpresas no habían acabado. A la inusual convocatoria de dos sínodos, el papa
Bergoglio añadía su voluntad de que estuvieran precedidos de una consulta al pueblo
de Dios.
Era evidente que,
además, buscaba estrenar (en fidelidad al Vaticano II) una nueva forma de gobernar
y de impartir magisterio. La reforma de la curia vaticana en la que estaba
empeñado venía acompañada de un cambio radical en la manera de entender y
ejercer el papado. Y ésta pasaba por escuchar el parecer del pueblo de Dios, el
llamado “sensus fidei” o “sensus fidelium”. Otra sorpresa de enorme calado.
Pero nadie, ni Francisco
ni su equipo de trabajo, eran ingenuos. Todos ellos sabían que los nubarrones,
los vientos huracanados y los “desmarques” públicos aparecerían más pronto que
tarde.
Y así fue, a pesar del énfasis
puesto en señalar que no se trataba de cambiar el magisterio sobre la familia o
sobre la indisolubilidad del matrimonio, sino de “escuchar los problemas y
expectativas que están viviendo hoy en día tantas familias” con el fin de “mostrarse
cerca de ellas y ofrecerles de forma creíble la misericordia de Dios y la
belleza de la respuesta a su llamada” (Bruno Forte, secretario especial).
El primero en saltar
críticamente a la palestra fue, nada más y nada menos, que el cardenal G. L. Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (L’Osservatore Romano, 23.X.2013):
el recurso a la “oikonomía” o a la misericordia -sostuvo en aquella ocasión- acaba
propiciando una práctica incoherente con la voluntad de Jesús de un matrimonio
indisoluble. Por eso, sentenciaba, no es de recibo que se levante la
prohibición de comulgar, confesarse y asumir responsabilidades eclesiales a los
divorciados y casados civilmente.
Pero este
posicionamiento es rápida y públicamente contestado por otros dos “pesos
pesados”: los cardenales R. Marx y O. Rodríguez Madariaga con una inusitada contundencia;
tanto que dejó perplejos a una buena parte del mundo teológico y a la gran
mayoría de los católicos.
Y, por si
alguno tuviera todavía dudas de que esto iba en serio el 26 de noviembre de 2013
el papa Francisco recupera en la Exhortación Apostólica
“Evangelii Gaudium”–siguiendo a Juan XXIII- la diferencia entre “la sustancia”
de la fe y su “expresión”[1].
Y, un poco más adelante, recuerda que “a menudo nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana,
es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG,
47).
A partir
de este momento, son muchos los que empiezan a darse cuenta de que el asunto va
en serio y de que, efectivamente, se han vuelto a abrir de par en par las puertas
de la Iglesia,
cerradas a cal y canto durante los pontificados anteriores en todo lo referente
a la moral sexual y la pastoral familiar; aunque no solo, como es sabido.
El debate
quedaba abierto para todos y, como era bien notorio, sin cortapisas.
Tal
convicción resultaba nuevamente confirmada cuando Francisco invitaba al cardenal W.
Kasper a exponer su posición (favorable a que los divorciados casados
civilmente pudieran integrarse eclesialmente, sin reserva de ninguna clase) en
un consistorio de cardenales (20 de febrero de
2014). En el transcurso de su intervención, el cardenal se manifestaba,
incluso, partidario de que estas personas no solo pudieran participar
plenamente en la eucaristía, recibir el sacramento de la reconciliación y
desempeñar responsabilidades eclesiales sino, también a que se les
abrieran las puertas para tener “una segunda oportunidad”, siguiendo la praxis
de los ortodoxos[2].
Ya no extrañaba que la
propuesta de W. Kasper, a pesar de ser notorio que detrás de ella se encontraba
el papa, fuera criticada con total libertad y argumentando, en su contra, una
supuesta carencia de fundamento escriturístico, patrístico, dogmático y
jurídico. Pero tampoco sorprendía que contara con muchos (y cualificados)
defensores que, partiendo de la argumentación y datos aportados por los
críticos, la fueran confirmando punto por punto, a la vez que desmontando su supuesta
inconsistencia.
2.- Grietas en el dique de contención
Y es así como, después
de más de cuatro decenios, se comienza a valorar la
aportación conciliar sobre la doble finalidad del matrimonio (la procreación y
la mutua comunicación del amor, GS 51) y se toman en consideración las
enormes grietas que presentaba el dique de contención
construido por Pablo VI en contra del control artificial de la natalidad
(“Humanae vitae”, 1968).
Siendo ésta una parte de
la música de fondo que suena en las declaraciones (y decisiones) de Francisco,
no extraña que en el Sínodo extraordinario (2014) se manifieste una mayoritaria
(aunque insuficiente) aceptación de sus propuestas. El peso de la inercia
heredada, la fuerza de las convicciones (más que de las argumentaciones) y los
temores de toda índole sobrevuelan en un aula sinodal que deja las puertas,
abiertas de par en par por Francisco, entornadas. Y que las deja así, a la espera
del próximo sínodo ordinario.
Lo más sonado de este primer
encuentro, al menos mediáticamente, es lo referido a los homosexuales. En la “Relatio”
sometida a los padres sinodales se puede leer, encendiendo todas las alarmas
del sector rigorista, que la
Iglesia, “sin negar las problemáticas morales relacionadas
con las uniones homosexuales, toma en consideración que hay casos en los que el
apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de
las parejas” (nº 52). Es evidente que se está mirando esta singular relación con
unos nuevos ojos, inéditos para la gran mayoría de los obispos allí reunidos.
Bruno Forte, redactor de
dichos párrafos, es duramente criticado el 14 de octubre por el cardenal
sudafricano Wilfrid Napier, durante una rueda de prensa. Cree que ha puesto a la Iglesia en una posición
irreversible, habida cuenta de que “el mensaje ya ha salido”. Hay gente,
prosigue el cardenal, que puede entender que “eso es lo que dice el Sínodo, que
esto es lo que dice la Iglesia”.
Llegados a este punto, “ya no hay corrección posible. Todo lo que podemos hacer
es intentar limitar los daños”.
Es evidente que decae la
posibilidad de una aproximación amable a la relación homosexual y, con ello, se
evidencia que el papa va a tener más oposición que la prevista en un primer
momento. Esta constatación viene acompañada de otras que también tienen su
importancia, aunque no hayan sido recogidas de igual manera por los medios de
comunicación: se da el visto bueno a propiciar una visión positiva (y no solo
recelosa) de la familia y de la moral sexual y se aprueba revisar las causas de
nulidad. Queda pendiente de una segunda consideración el asunto de los
divorciados vueltos a casar civilmente.
3.- Primeras decisiones
Francisco, en
cumplimiento de lo acordado, promulga el 15 de agosto de 2015 dos “Motus
proprios” (“Mitis Iudex Dominus Iesus”, para la Iglesia latina y “Mitis et
misericors Iesus”, para las Iglesias Orientales) mediante los que, a la vez que
reforma el trámite eclesiástico de nulidad del matrimonio (haciéndolo más
breve, simple y barato), transfiere a los obispos una amplia capacidad de
intervención. Al proceder de esta manera, activa, en nombre de la colegialidad,
una descentralización del gobierno eclesial sobre una cuestión que, en algunos puntos,
había estado reservada exclusivamente a la Santa Sede desde los
tiempos de Pablo VI[3].
Sin embargo, se trata de
unas primeras decisiones que, nuevamente, provocan un debate sobre su idoneidad
doctrinal y sobre la consistencia de las garantías que han de presentar estos
procesos abreviados. La, a partir de
este Sínodo extraordinario, minoría sinodal no da tregua a un papa que, como el
actual, entiende que les ha vendido y traicionado.
Es cierto que, si se
retoma la famosa rueda de prensa del año 2013, se ha acogido la inquietud referida
a la necesidad de acelerar los procesos de nulidad. Y también que se ha hecho bajo el prisma de la misericordia y sin mayores problemas, aunque no falten
críticas.
Hay, además, a
diferencia de los sínodos anteriores, una importante percepción: los obispos
participantes en el sínodo han constatado que no se ha activado la estrategia
-al parecer, muy habitual en los anteriores- de tener que escuchar “eso o lo
otro no le gusta al papa” o “no es compartido por él” con el propósito de
bloquear su libertad de palabra y condicionar las votaciones. En este sínodo se
ha podido hablar con libertad. Y al posibilitarla, se ha emitido el mensaje de que
la reforma se va a realizar en clave de sinodalidad, de colegialidad y de corresponsabilidad,
es decir, con garantías de futuro. El tiempo de un magisterio y de un gobierno
marcadamente unipersonal y autoritativo empieza a pertenecer más al pasado que
al presente. He aquí otro importante mensaje de este papado en el transcurso del
sínodo extraordinario.
Así pues, la pastoral familiar,
la moral sexual y el gobierno eclesial van, en esta ocasión, de la mano. Ya
poco importa el desembarco en los días previos a la apertura del mismo de cinco
cardenales, acompañados de algunos teólogos, manifestándose en contra de reconsiderar
la situación de los divorciados casados civilmente, una cuestión que, previa consulta,
nuevamente, al pueblo de Dios, se retomará en el siguiente encuentro sinodal.
A la finalización de
este Sínodo extraordinario parece cerrarse una de las puertas abiertas por el
papa Bergoglio (la referida a los homosexuales). Y otra, la de agilizar y
descentralizar las nulidades está lista para cuajar jurídicamente. Queda, sin
embargo, la impresión (y hasta la convicción, como así se va a comprobar en
breve) de que la referida a los divorciados vueltos a casar va a tener un
recorrido muy complicado, cosa que no sucede con la tocante a una nueva pastoral
familiar y moral sexual en clave positiva.
Los primeros aires que
entran por las puertas que Francisco ha abierto provocan reacciones encontradas
porque son percibidos como vientos huracanados. Estas puertas, proclama la
minoría rigorista, no tendrían que haberse abierto.
4.- El precio que hay que pagar
La preparación del Sínodo
ordinario no solo está presidida por la publicación de los “motus proprios”
reseñados, sino también por un intenso debate sobre la homosexualidad y los divorciados
vueltos a casar. No faltan estudios escriturísticos, patrísticos, dogmáticos y teológicos,
en particular, sobre esta última situación.
Más allá de la desigual consistencia
de dichas aportaciones, lo realmente importante durante la celebración de este sínodo
es la urgencia, por parte de los dirigentes del mismo, en sacar adelante, con
la proporcionalidad requerida (dos tercios), lo referido a los divorciados
vueltos a casar. Y hacerlo tratando de sumar algunas de las voluntades de la
parte más rigorista que, a estas alturas, ya se sabe que se localizan en África,
en el este europeo y en Estados Unidos.
La estrategia que se activa es múltiple: evitar que
en el texto aparezca la expresión “divorciados vueltos a casar” y, sobre todo, fundar
el consejo que se redacte en el magisterio de Juan Pablo II (carta postsinodal “Familiaris
Consortio”, 1981), en el Catecismo de la Iglesia católica e, incluso, en la misma jurisprudencia
canónica. Es así como se saca adelante, con indudables modulaciones, la primera
y más importante cuestión planteada por el papa Francisco en la famosa rueda de
prensa del año 2013. El precio que se paga es el de aparcar la homosexualidad. No
era prudente hacerlo, confesará uno de los redactores de la “Relatio”, vistas las
reacciones que provocó esta vía en el sínodo anterior[4].
Así pues, la propuesta de una pastoral misericordiosa
para con los divorciados vueltos a casar que les permita incorporarse
plenamente a la Iglesia
tiene, a partir de ahora, las puertas abiertas, pero no será automática. Se
requiere un discernimiento y un acompañamiento, caso por caso. Es así como se
evita transmitir una imagen de división entre el sínodo y el papa y se deja más
entornada que cerrada la puerta para que el sucesor de Pedro se posicione al
respecto en una carta postsinodal. Evidentemente, el margen de maniobra que le queda
no es muy amplio, pero parece suficiente para iniciar un giro que, en su indudable
modestia, puede ser importante para la pastoral familiar y para la moral sexual.
Junto con el “consejo
sinodal” de abrir (y ofrecer) un camino de discernimiento a los divorciados
vueltos a casar, se aprueban otros que, aceptados sin mayores problemas,
permiten comprender algunas de las líneas de fondo que han de vertebrar la
renovación en curso: mostrar “la belleza de la familia” con un nuevo lenguaje;
preparar para el matrimonio y acompañar mejor a los casados; reconocer el lugar
de la mujer en la Iglesia;
enfatizar la inaceptabilidad de discriminar a las personas homosexuales y, lo
que no deja de ser una grata sorpresa, reconocer “los elementos positivos” que
se transparentan en las llamadas uniones estables.
Ahora solo queda esperar
al posicionamiento de Francisco que, finalmente, se comunica el 8 de abril de
2016.
5.- “Amoris laetitia”, la alegría del amor
Las semanas previas a la
publicación de la
Exhortación Apostolica postsinodal “Amoris laetitia” vienen precedidas
por un sinfín de declaraciones. Merecen ser retenidas las del propio papa
Francisco y las del cardenal Ch. Schönborn.
En primer lugar, las del
papa, el 12 marzo 2016, a
los participantes en un curso organizado por el Tribunal de la Rota Romana
instándoles a que los tribunales de la Iglesia agilicen los procesos de nulidad
matrimonial y expresándoles su interés en que “los separados que viven una
nueva unión” puedan participar en la comunidad eclesial: “la Iglesia es madre y quiere
mostrar a todos el rostro de Dios fiel a su amor, misericordioso y siempre
capaz de dar fuerza y esperanza”.
Según el cardenal Ch. Schönborn, existen “semillas de Verdad” fuera de los
confines visibles de la Iglesia Católica[5] y, por analogía, también
de “santificación” “en muchas parejas ‘irregulares’ (incluidas las
homosexuales)”.
5.1.- No todas las puertas permanecen igualmente abiertas
La Exhortación Apostolica postsinodal “Amoris
laetitia” es un largo texto estructurado en nueve capítulos. De ellos, los más
relevantes son el segundo (“realidad y desafíos de las familias”), el cuarto
(“el amor en el matrimonio”) y el octavo (“acompañar, discernir e integrar la
fragilidad”).
El papa señala en la introducción las fuentes de las que bebe: las aportaciones de los dos
sínodos, otras consideraciones
de diferentes Conferencias episcopales y, obviamente, las suyas, muchas de
ellas ya adelantadas en anteriores intervenciones (nº 4).
5.2.- Una nueva manera de magisterio
E, igualmente, apunta los
criterios que marcan lo que se puede entender, a la vez, como un mensaje
fundamental a sus críticos y una nueva manera de impartir magisterio y de
ejercer el papado: existe una doctrina
que debe ser interpretada e inculturada, si se pretende que sea, efectivamente,
observada y aplicada ya que se dan “diferentes maneras de interpretar
algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella”
(nº 3).
Es un primer criterio que viene acompañado de otros de no menor entidad: urge
adoptar (y practicar) la autocrítica.
Sobre todo, cuando, como es el caso, “tenemos dificultad para presentar al matrimonio más
como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar
toda la vida” (37). Y cuando “nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los
fieles, que muchas veces (…) pueden desarrollar su propio discernimiento ante
situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las
conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (Ibíd.). O cuando critica que se ha enfatizado tanto la finalidad procreativa del
matrimonio que se ha acabado oscureciendo “su fin unitivo”, la llamada “a
crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua” (36).
Y después, proponer la belleza del matrimonio: “no tiene sentido quedarnos
en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos
cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la
autoridad” (35. Cf. 201) o caer “en la trampa de desgastarnos
en lamentos autodefensivos” (57). Ha llegado el tiempo de presentar las
motivaciones de la vida familiar, de “provocar la felicidad
de los demás” y, de esta manera, anticipar el cielo en la tierra (129). En esta
longitud de onda se dirige a los padres recordándoles que su afecto y cariño “trae
una chispa del amor de Dios” (172).
Pero la misericordia,
a pesar de todo, es crítica: “Es importante ser claros en el rechazo de
toda forma de sometimiento sexual” (156). Como también lo es aceptar con
sencillez que “el amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar
silencio ante los límites del ser amado”, sencillamente, porque “todos somos
una compleja combinación de luces y sombras”, capaz de recoger en sí “la
ternura de la amistad y la pasión erótica” y pronto a “subsistir aun cuando los
sentimientos y la pasión se debiliten” (120). Es, además una mirada lúcida: “quiero destacar la situación de las
familias sumidas en la miseria, castigadas de tantas maneras, donde los límites
de la vida se viven de forma lacerante. Si todos tienen dificultades, en un
hogar muy pobre se vuelven más duras” (49).
Estos criterios (y mensajes) vienen acompañados de un
modo de impartir magisterio que es bastante más que una simple anécdota: quien
tiene entrañas de misericordia no tiene dificultades para trasladar a los textos
oficiales expresiones escuchadas en el
trato con la gente: “mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible”.
“En mi casa yo no le importo a nadie, y ni siquiera me ven, como si no existiera”
(128). “No me escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está
pensando en otra cosa”. “Hablo y siento que está esperando que termine de una vez”.
“Cuando hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas rápidas para cerrar
la conversación” (137).
5.3.- Realidad y desafíos de las
familias
La explicitación de algunos
de los criterios que presiden esta Exhortación, nos adentra en el capítulo segundo.
Si en el primero expone la familia a la luz de la Palabra, en el segundo analiza
la realidad y los desafíos a los que se enfrenta uniendo su mirada a la de los
padres sinodales. Es un diagnóstico pormenorizado. No es lo más original, aunque
hay detalles que marcan la diferencia.
Basten, como muestra, dos.
“Muchos
no sienten que el mensaje de la
Iglesia sobre el matrimonio y la familia haya sido un claro
reflejo de la predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que
proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los
frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera” (38).
“Se traslada a las relaciones afectivas, apuntará un poco más adelante, lo que
sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y
tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós!” (39).
Así, por ejemplo, los ancianos acaban tratados como un peso descartable (cf.
48); los jóvenes que no son rentables se ven obligados a ir acumulando
frustración tras frustración (Cf. 40) y las mujeres se convierten en el saco de
muchos golpes (Cf. 54). “Pero quien utiliza a los demás tarde o temprano “termina
siendo utilizado, manipulado y abandonado con la misma lógica” (39).
La misericordia no es, para nada, ciega.
5.4.- El amor en el matrimonio y sus
“irregularidades”
El capítulo tercero, que recoge la enseñanza de la Iglesia sobre el
matrimonio es, probablemente, uno de los más flojos, a pesar de aportar la tesis
del cardenal Ch. Schönborn sobre la necesidad de discernir, siguiendo las indicaciones
del Vaticano II, la presencia de las “semillas del Verbo” no solo en las culturas,
sino también fuera del matrimonio canónico (Cf. 77).
El capítulo cuarto es, tal vez, el que mejor recoge el encargo sinodal y la
voluntad papal de exponer con belleza, simpatía, realismo y misericordia el “amor
en el matrimonio”. Y lo es, porque ofrece una visión del amor a partir de la
centralidad de la misericordia y no, como se ha hecho hasta el presente, desde las
llamadas “verdades innegociables”.
Su referencia fundamental, a diferencia de otras aportaciones
magisteriales, es el comportamiento de Jesús con la mujer sorprendida en
adulterio, con la samaritana, con el joven rico; la fuerza veritativa y moral
que se transparenta en la parábola del hijo pródigo y el himno a la caridad de
Pablo (1 Co 13, 4-7).
Leído este capítulo, ya solo resta saber si el papa mantiene, en esta ocasión,
las tesis defendidas el verano de 2013 sobre los homosexuales y los divorciados
vueltos a casar o si las modula, una vez escuchado el parecer de los padres
sinodales. En definitiva, conocer si las puertas, entonces abiertas de par en
par, han tenido que entornarse para no arriesgar la comunión eclesial.
La respuesta a estos intereses se encuentra en los capítulos sexto y, sobre
todo, octavo.
a.- La homosexualidad
Francisco, cuando afronta la cuestión de la homosexualidad, intenta
aplacar, en primer lugar, los ánimos más exaltados recogiendo el “consejo” de
los padres sinodales que, en este asunto, se limitan a recordar (y prolongar
muy cautamente) lo ya dicho en el Catecismo: “toda persona, independientemente
de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con
respeto, procurando evitar ‘todo signo de discriminación injusta’, y,
particularmente, cualquier forma de agresión y violencia”.
A esta primera consideración sucede otra que puede dar lugar a diferentes
(y, es posible que, hasta yuxtapuestas) interpretaciones: es necesario “un
respetuoso acompañamiento, con el fin de que aquellos que manifiestan una
tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y
realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida” (250).
Es cierto que descalifica toda estigmatización o
cualquier atisbo de la misma y que manifiesta su cercanía a las personas
homosexuales. Pero también lo es que no parece aplicar, al menos en esta
ocasión, la lógica comprensiva que se transparentaba en sus declaraciones de 2013
ni la inclusiva que –fundada en las semillas del Verbo (“semina Verbi”)
presentes fuera de la Iglesia
y de situaciones regularizadas- se aplicó en la Relatio del sínodo de 2014
y que sí emplea en esta encíclica cuando aborda la situación de los divorciados
vueltos a casar civilmente. Pero tampoco se ha de ignorar que, a pesar de todo,
pueden “contar con la ayuda necesaria para comprender y
realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”; una indicación en la que es
posible reconocer (aunque haya que leerla despacio) dicha lógica inclusiva.
Parece que las puertas a una nueva relación con las personas
homosexuales, si no se cierran del todo, quedan, al menos, entornadas. Ello no
obsta para reconocer, como recuerdan los padres sinodales y el mismo Francisco,
que no tiene un fundamento sólido equiparar las “uniones entre personas homosexuales con el matrimonio” (251).
b.- Los divorciados casados civilmente
Distinto es el recorrido que presenta (en expresión
del papa) “la situación compleja” de los divorciados vueltos a casar a
civilmente.
En primer lugar, a diferencia de lo sucedido en el Sínodo
de 2015 y en contra de lo transmitido por algunos comentaristas, Francisco cita
explícitamente esta situación. Y lo hace manifestando una indudable voluntad inclusiva:
“a las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles
sentir que son parte de la
Iglesia, que ‘no están excomulgadas’ y no son tratadas como
tales, porque siempre integran la comunión eclesial” (243).
Indica, en un segundo momento, que la posibilidad de una
plena comunión eclesial pasa por “un atento discernimiento y un acompañamiento
con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentirse
discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad” (Ibid.).
Y, finalmente, recuerda, dirigiéndose al sector más
rigorista de la Iglesia,
que “para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un
debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad
matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad” (Ibid.)
Un poco antes ya había reconocido la existencia
“inevitable” de la separación. “A veces puede llegar a ser incluso moralmente
necesaria” (242. Cf. 298). Se refería, como es obvio, a una situación de divorcio
que nada tiene que ver con la provocada por pura frivolidad.
El reconocimiento de que existe una complejidad de realidades,
razones y motivaciones le lleva a analizar lo que tipifica como “ruptura del vínculo”
o escenarios de “fragilidad” (291).
Y, ahora, sí, lo afronta aplicando la lógica inclusiva de las semillas del
Verbo (“semina Verbi”) que preside este apartado, apelando al imaginario de la Iglesia como “hospital de
campaña” y mostrando su
consistencia en la tradición católica, en la encíclica postsinodal “Familiaris
Consortio” de Juan Pablo II, en el Catecismo de la Iglesia católica, en la
normativa jurídica existente y en sus desarrollos posteriores.
Mostrada, en sintonía
con el “consejo” de los padres sinodales, la raíz tradicional de la misericordia
y de su lógica inclusiva, reconoce la diversidad de situaciones entre los divorciados
vueltos a casar y la necesidad de aplicar, en coherencia con dicha diversidad,
el criterio de la gradualidad cuando se pretenda determinar la pertenencia (plena
o no) a la Iglesia
de estas personas.
Es un criterio que ya ha aplicado en el caso de las parejas de hecho y
“uniones estables” cuando les ha recordado (acogiendo también la inquietud del episcopado
africano) que “la Iglesia
les invita a “hacerse cargo con amor el uno del otro” y que, cuando entiendan
que la unión ha alcanzado “una estabilidad notable”, se planteen, “allí donde
sea posible”, un recorrido hacia el “sacramento del matrimonio” (248).
Y,
finalmente, es esta lógica inclusiva la que le lleva a resaltar la necesidad de
“acompañar, discernir e integrar” a las parejas en situación irregular que
deseen una plena incorporación eclesial; lo que quiere decir que no hay, por
tanto, una incorporación automática. Se requiere un discernimiento y un acompañamiento.
Pero está claro que la finalidad del mismo puede ser –si así se desea- la plena
incorporación eclesial, abierta, incluso, a “la ayuda de los sacramentos”. “Recuerdo
a los sacerdotes”, anota a pie de página, “que el confesionario no debe ser una
sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor”. E, “igualmente
destaco que la Eucaristía
‘no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para
los débiles’” (nota 351).
La detallada atención a
todas estas consideraciones le adentran en un texto complejo, lleno de matices
y sumamente enmarañado que acaba rozando la casuística (que tanto ha criticado
en otras ocasiones). Los números en los que analiza el asunto son difícilmente accesibles
para la gran mayoría. Parecen estar escritos solo para los especialistas y, en
todo caso, están urgidos por la necesidad de no dejar ningún flanco abierto a
la crítica de la minoría rigorista.
5.5.- “Todos los divorciados que lo pidan serán admitidos”
Cuando se cotejan los
textos aprobados por los padres sinodales en 2015 con lo transmitido por el
papa en este apartado, se comprueba la veracidad de que “acerca del modo de
tratar las diversas situaciones llamadas ‘irregulares’, los Padres sinodales
alcanzaron un consenso general, que sostengo” (297).
Y también, la verdad, a
pesar del posterior desmentido de F. Lombardi, portavoz de la Santa Sede el 2 de
noviembre de 2015, de la información facilitada por E. Scalfari (fundador y
director durante muchos años del periódico italiano, la Repubblica), extraída
de una conversación telefónica con el mismo Francisco en noviembre de 2015: al
final de los recorridos que se propongan, más rápidos o más lentos, “todos los
divorciados que lo pidan serán admitidos”.
6.- A respirar
La reflexión final que se impone, después de esta
andadura, es, necesariamente, matizada: Francisco va un poco más lejos que
los padres sinodales y se queda corto con respecto a sus declaraciones del año
2013.
En
primer lugar, va un poco más lejos que los padres sinodales porque deja
abierta, en la nota 351, que la incorporación eclesial de estas personas en
situaciones irregulares no está reñida con la participación en la eucaristía y
en la reconciliación y con el desempeño de responsabilidades ministeriales,
previo discernimiento, oportunamente acompañado. Pero se queda corto cuando no
reconoce explícitamente –como así sucede en la Ortodoxia- la
posibilidad de celebrar una segunda e, incluso, tercera “oportunidad”.
En todo caso, la
cerrazón es algo que ya forma parte de la historia de la Iglesia. El
resultado final es una puerta entreabierta que estará entornada hasta
que sea posible que los divorciados vueltos a casar civilmente tengan la segunda o, incluso,
tercera “oportunidad” matrimonial que acepta la Iglesia Ortodoxa
y a la que se refirió Francisco en la famosa rueda de prensa del año 2013.
A favor de ella está la mayoría
de los obispos alemanes. Enfrente se encuentran, entre otros, el cardenal Müller, prefecto para la doctrina de la Fe, y el influyente cardenal de
Guinea, R. Sarah, que arrastra a una buena parte de las iglesias africanas. Y,
por supuesto al cardenal R. L. Burke, además de a un sector del episcopado de la Europa del Este.
En la aplicación de esta
Exhortación postsinodal la
Iglesia católica puede vivir situaciones complicadas en un
futuro que, a partir de ahora, ya no es lejano, a la vez, que muy interesante.
La reforma de la Iglesia está, desde el 8 de
abril de 2016, modestamente en marcha.
Dios
guarde a Francisco muchos años. Tantos, como necesarios sean para que pueda
dejar abiertas muchas más puertas en la Iglesia. Y no solo las referidas a la pastoral familiar
y a la moral sexual
[1] FRANCISCO, Exhortación
Apostólica, “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, nº 41
[2] Cf. J. MARTINEZ GORDO,
“Estuve divorciado y me acogisteis”: VIDA NUEVA
[3] C. PEÑA GARCIA,
“Profunda renovación de las nulidades matrimoniales canónicas”: VIDA NUEVA 2956
(2015) 19-25
[4]
Cf. J. MARTINEZ
GORDO, “Dios sínodos bajo el primado de la misericordia”: VIDA NUEVA 2976
(2016) 28-29
[5] Cf. AG 11; LG 17
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