Los tres únicos integrantes de esta comunidad, que surgió en la isla de Izaro en 1422, se mudarán a otros conventos, escribe Alba Carcamo en El Correo Español.
La historia de la comunidad franciscana de Forua arranca allá por 1422, cuando cuatro frailes dirigidos por Martín de Arteaga abrieron un convento en la isla de Izaro. Casi la totalidad de sus instalaciones fueron pasto de las llamas durante un ataque pirata en 1596, del que no terminaron de reponerse. Abandonaron definitivamente el islote en 1719 y se trasladaron a la localidad en la que permanecen a día de hoy. Pero 305 años -en una trayectoria similar a las clarisas de Gernika, que se asentaron también en 1422 en la villa foral y han cerrado este año sus puertas- y la secularización de la sociedad, con una evidente falta de vocaciones, pondrá fin en septiembre a esta comunidad.
«No sé cómo lo haremos; nunca he cerrado una casa», confiesa Jesús Mari Madariaga, responsable del grupo y el más joven de los tres religiosos, de entre 72 y 92 años, que permanecen en el convento. La decisión de abandonar el recinto «no ha sido fácil», pero en ocasiones hay que asumir la realidad y tomar decisiones difíciles. Cuando él llegó en 2009 estaban seis, «más jóvenes y con proyectos», pero ahora ve que «estamos bajando, también en salud, y la vida comunitaria, en familia, se queda algo pobre porque somos muy pocos».
Por eso han decidido «integrarnos en otros lugares», Félix Bilbao y Pedro Urriolabeitia en el convento de Bermeo y Madariaga en el de San Francisco, en Bilbao. En estos quince años ha sido «duro llevar a algunos hermanos a nuestra enfermería, que es como una residencia, en Bermeo». Pero la edad no perdona, y poco a poco se iban deteriorando. El responsable de la fraternidad, sin embargo, lo último que quiere es ser «fatalista», así que mira, tanto al pasado como al futuro, con alegría.
De lo que ha sido la comunidad destaca su «historia impresionante». Los franciscanos, dice, «hemos sido una referencia muy importante», tanto «en lo religioso» como «en lo social, en lo compartido con el pueblo de Forua, con el que tenemos muy buena relación y hemos estado muy bien integrados, colaborando con las fiestas, y con otro tipo de actividades y cuestiones».
Distingue Madariaga dos grandes etapas en la localidad. Hace una referencia rápida a lo sucedido en su primer asentamiento, una casa «que quedó un poco en ruina» y en la que vivieron «revoluciones, guerras carlistas, expulsiones de los frailes, la Desamortización... un ir y venir». La segunda fase, que ha tenido «la historia más inclusiva», empezó en 1889 en unos terrenos cedidos por Dolores de Calabria y «donde se consolida la comunidad». Levantaron el convento, la iglesia o el Colegio Seráfico para que los estudiantes de Humanidades se formaran para ser religiosos. «Han pasado cientos de personas», rememora. De hecho, recuerda que en esos tiempos en los que bullía la actividad, «aquí vivían hasta 70 personas». «¿Qué hacemos tres ahora en una casa tan grande?», se pregunta.
Vecinos de otros municipios acudían a confesarse con los franciscanos de Forua. Luego, ellos, a petición de los sacerdotes de Busturia, Murueta, Elantxobe... se desplazaban a ayudarles a confesar ya fuera en Semana Santa o en Cuaresma. «El padre Félix, que ha estado casi toda la vida aquí, iba con la bicicleta; luego con la moto y después con un 600», asegura. Hasta que, a solicitud de la Diócesis y ante la falta de vocaciones, empezaron a trabajar en las parroquias y a pasar tiempo en las residencias de mayores, donde daban «servicio con ilusión y ganas».
Los fieles, que les rindieron un homenaje el día de San Ignacio, no quedarán desatendidos, sino que «tendrán dos nuevos sacerdotes». Y, si bien Madariaga cree que «sin frailes quedará un agujero» en la comarca, en estos años han creado «un equipo grande de laicos, sobre todo laicas, que valen más que nosotros».
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