EUTSI berrituz, un grupo de 
cristianas y cristianos de Gipuzkoa, convoca un encuentro por la paz en 
Arantzazu para el próximo sábado 26 de Noviembre. Eutsi berrituz es un 
buen nombre y lema: "Perseverar renovando", o "Resistir reformando". 
Perseverar y resistir renovando ¿qué? Esta sociedad resignada, este 
mundo atemorizado, esta Iglesia paralizada en el pasado. Y esta paz 
insegura que volvemos a soñar. Les felicito por la iniciativa y os animo
 a sumaros el día 26, por el sitio que es -Arantzazu, lugar de espinas, 
lugar de perdón, lugar de paz- y por la causa que les lleva: la paz de 
la memoria, la paz de la justicia, la paz de la bondad, escribe Joxe Arregi en Deia.
   
  
   
   
       Creo en la paz, fruto de nuestra tarea, regalo de Dios. "Que 
los montes traigan paz y los collados justicia", rezaba el salmista 
bíblico, no porque esperase que la paz llegaría por sí misma de los 
montes y de los collados, o del cielo, desde fuera y desde lejos, como 
llega una caravana extranjera. Bien sabía el salmista que la paz y la 
justicia han de germinar en nuestros valles, que todos los dones del 
cielo han de brotar en nuestra tierra, que Dios nace y viene de esta 
frágil arcilla que somos, de este barro que Él/Ella misma anima 
pacientemente.
   
  
   
   
       Creo en todos los peregrinos que, desde hace más de 500 años, 
por calzadas de piedra o caminos de barro, por senderos de ovejas o 
carreteras de asfalto, han subido a Arantzazu orando por la paz. No creo
 en el dios que imaginaban los peregrinos mientras oraban, pero creo en 
los peregrinos y en su oración. No creo en un dios que habita fuera de 
nosotros y que solo cuando quiere atiende nuestras pobres oraciones, 
pero creo en el Dios -¡perdón por el masculino!- que ora y gime y goza 
en nosotros y en el corazón de todas las criaturas. No creo en un dios 
soberano con acceso restringido al que solo llegamos por medio de 
intercesores -Jesús, la Virgen o los santos-, pero creo en el Dios que 
es pura accesibilidad y plena intercesión y absoluto inter-ser 
de todos los seres, santos y heridos como Jesús, María y José. A ese 
Dios han orado en el fondo todos los peregrinos de todas las religiones,
 también en Arantzazu, a pesar y más allá de todas las imágenes.
   
  
   
   
       No creo en la oración que grita para que Dios escuche y 
conceda, pero creo en la oración de quien clama desde el dolor y la 
alegría de la vida, en el corazón que agradece y se lamenta. Creo en la 
oración que nos abre a la confianza y nos dispone a recibir lo que 
agradecemos y a dar lo que pedimos. Creo en la oración que hace ser a 
Dios en nosotros y nos hace ser Dios. Creo que cuando oramos a Dios por 
la paz, Dios ora en nosotros, Dios nos reza: "¡Oh mis sufrientes 
criaturas, acoged la paz, vivid en paz, haced la paz!". Creo que debemos
 orar de tal manera que, al orar, nuestros montes traigan paz y nuestros
 collados justicia, la paz y la justicia germinadas en los valles. De 
tal manera que, al orar, nos hacemos creadores como Dios y anticipamos, 
aunque sea por un instante, el sábado del descanso.
   
  
   
   
       Como Eutsi berrituz, yo también creo en "la defensa eficaz de 
los derechos individuales y colectivos, y la promoción de las vías 
pacíficas para la solución de los conflictos". Creo en "el respeto al 
derecho a la vida, el cultivo de la tolerancia y del diálogo, la 
reconciliación, el perdón y el acercamiento sensible a quienes han 
sufrido violencia, el respeto a la identidad y a la voluntad plural del 
Pueblo Vasco". Creo en todos los esfuerzos que "puedan seguir 
contribuyendo al logro de la paz definitiva en la justicia".
   
  
   
   
       Creo en la paz, aunque nunca haya sido y nunca llegue a ser 
plena hasta que amanezca del todo el séptimo día de la creación. Creo en
 cada instante de paz que hace que el tiempo se expanda hasta el fin de 
los tiempos, cuando el lobo y el cordero habitarán juntos. Creo en cada 
gesto y actitud que promueven la paz. No creo en la paz del poder. Creo 
en el poder de la paz. No creo en la paz de unos contra otros, en la que
 el odio, la venganza y el resentimiento no quedan vencidos en todos, 
pues reaparecerán en la próxima guerra. Creo en la paz hecha por todos, 
como si no hubiera elecciones a la vuelta de la esquina. Creo en la paz 
para todos, en la que todos ganan.
   
  
   
   
       Creo en la paz fundada en la memoria. Todos estamos muertos 
mientras no podamos contar a alguien nuestra historia, con todas sus 
sombras, y no sea recogida por alguien como en un vaso precioso para ser
 restaurada e iluminada poco a poco, suavemente. Creo poco en la 
contabilidad de las víctimas; tal vez habrá que hacerla también, aunque 
la lista nunca sea completa. Creo sobre todo en cada historia personal 
concreta. Creo que todos los relatos de dolor han de ser escuchados, uno
 a uno, cada uno como si fuera único, con compasión, con calma, sin 
prisa. Y no creo en la memoria que se empeña en seguir aferrada al 
pasado y a todas sus heridas. Perdón, también creo en esa memoria 
herida, mientras no sea posible otra cosa, pero creo en la sanación de 
la memoria capaz de resistir y de esperar, de renovar y de crear. Creo 
en la memoria del futuro, en la fe compartida de otro porvenir común y 
posible. Creo en la memoria sanada que nos hace revivir.
   
  
   
   
       Creo en la paz de la justicia. La paz es el fruto de la 
justicia. Pero no creo en la justicia del castigo y de la venganza, sino
 en la justicia que busca dar a cada uno -primero a la víctima, pero 
también al victimario- aquello que necesita para vivir y ser mejor, en 
paz. Creo en la justicia empeñada no en que el delincuente expíe, sino 
en que se humanice. Creo en la justicia interesada no por dictaminar 
acerca de la culpa, sino por promover la responsabilidad que transforma.
 Creo en la justicia inspirada por este sencillo y elemental criterio, 
la regla de oro de toda conducta justa: "Trata a tu prójimo como 
querrías ser tratado por él". Ponte en el lugar de la víctima. Ponte 
también en el lugar del encarcelado. Esa regla no falla nunca, y la 
entiende cualquier niño. ¿Será mucho pedir que la entiendan los partidos
 políticos y aquellas/os que pasado mañana serán elegidos para 
representarnos? Claro que es muy difícil atenerse a esa regla. Por eso 
es tan difícil vivir en paz. Pero mucho más difícil aun es vivir sin 
paz.
   
  
   
   
        Creo en la paz, como todos los peregrinos de Arantzazu y de 
todos los lugares. Creo en la paz que brota de nuestra oscura, sagrada 
tierra. Creo en la paz que baja del cielo, como baja la luz al amanecer 
desde la cumbre del Aloña hasta el valle de Beilotza.y que sube como 
sube al atardecer la sombra tranquila de Iturrigorri hacia la peña de 
Zabalaitz a la entrada de Urbía. Desde Dios hasta Dios, de paz en paz.