El pasado lunes, 26
de septiembre, se firmó el acuerdo definitivo de paz entre el Gobierno
de Colombia y las FARC. Lo celebro doblemente, pues el azar o la vida ha
querido que estos días me encuentre en Bogotá por otros motivos,
académicos. Celebro esta paz y todas las paces. La paz es el motivo
primero, la madre de todas las cosas.
Hace trece años. Recuerdo aquellos “pelaos” que de la mañana a la noche jugaban en la playa de Moñitos, en el Caribe colombiano. ¿Qué habrá sido de ellos? Recuerdo aquella niña de 6 años que iba llorando de noche con un cesto de plátanos sobre la cabeza, a las afueras del campo de desplazados de Cincelejo y sus míseras casetas. ¿Qué será de ella? Y aquel joven guerrillero cosido a balazos por los soldados del ejército a la puerta de la capilla franciscana de Yunguillo, resguardo inga, Caquetá arriba, ya en la Amazonía, y a su madre Rosa con su hijo pequeño junto a sí, agotadas todas las lágrimas, rezando con nosotros y compartiendo luego nuestra pobre mesa, ¡qué noche más triste! ¿Qué será de Rosa y de su hijo Camilo? Que vivan en paz.
“Paz definitiva” será mucho decir después de 52 años de guerra ininterrumpida y cruel, entre otras cosas porque son incontables las personas que jamás recuperarán la humilde felicidad perdida: más 220.000 muertos y tantos dramas por cada muerto, 40.000 desaparecidos, cerca de 7 millones de desplazados, forzados a abandonar su trocito de tierra, su sustento, su alegría, obligados a irse sin rumbo y sin nada, y cientos de miles de heridos en su cuerpo, muchísimos más en su alma… A pesar de todo, ¡enhorabuena, querida Colombia! Enhorabuena y gracias, Sr. Presidente Juan Manuel Santos, y Sr. Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko.
Claro que no basta con firmar un acuerdo de paz para que haya una
paz verdadera. No habrá paz que merezca este nombre mientras no
desaparezcan las grandes injusticias estructurales -ligadas sobre todo a
la propiedad de la tierra- que provocaron la guerra, y mientras no se
ponga término a las poderosas mafias asesinas en que la guerra derivó:
el narcotráfico omnipresente y el aparato paramilitar,
político-económico, que ha infiltrado todas las instituciones del
Estado, que ha extorsionado y asesinado y sigue asesinando impunemente.
¡Ojalá desaparezcan todas las causas y excusas de la guerra, que se ha
convertido en la mayor injusticia por ambos lados! ¡Ojalá hoy gane
rotundamente el referéndum sobre el acuerdo de paz!
Serán demasiados -con el expresidente Álvaro Uribe al frente- quienes votarán que no. Quienes quieren la paz de los vencedores y los vencidos, pensando que algún día podrán vencer. Puede que así fuera, o puede que no. Lo seguro es que, entretanto, habría más muertes, más dolor, más injusticia. No buscan la paz, sino la victoria. No saben, o no quieren saber, que no hay mayor victoria que la paz en justicia, la justicia en paz. Aunque no sea la paz perfecta, sino la paz posible, el inicio de otra historia.
El presidente español no asistió al solemne acto de la firma, y no es difícil averiguar por qué. La razón no está en Colombia sino en su propio estado español. Él y su gobierno han actuado como si no quisieran que ETA se desarme y se disuelva de manera ordenada y segura. Negociaron con ETA mientras mataba. Cuando ETA, por diversas razones, hace cinco años decidió cesar definitivamente, este Gobierno puso obstáculos, endureció leyes, detuvo mediadores internaciones. Nos dicen ahora que Colombia no es España, que allí ha habido una guerra civil y aquí terrorismo. Siempre les oí decir que las FARC eran terroristas. ¿Será que buscan la victoria y no la paz?
Poco antes de su muerte, de su Pascua, Francisco de Asís, el Hermano Poverello y pacífico -el martes día 4 de octubre celebramos su fiesta- supo que había un grave enfrentamiento entre el obispo y el podestá o alcalde de Asís. Lucha de poderes. Francisco los convocó a la Porciúncula y les rogó humildemente que hicieran las paces. Así lo hicieron, pidiéndose perdón. Entonces Francisco añadió una estrofa a su Cántico de las criaturas: “Loado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor”.
¿Y tú, y yo? No podremos sanar nuestras heridas ni vivir en paz mientras haya odio en nosotros o queramos vencer. Mientras no perdonemos y no nos perdonemos.
Hace trece años. Recuerdo aquellos “pelaos” que de la mañana a la noche jugaban en la playa de Moñitos, en el Caribe colombiano. ¿Qué habrá sido de ellos? Recuerdo aquella niña de 6 años que iba llorando de noche con un cesto de plátanos sobre la cabeza, a las afueras del campo de desplazados de Cincelejo y sus míseras casetas. ¿Qué será de ella? Y aquel joven guerrillero cosido a balazos por los soldados del ejército a la puerta de la capilla franciscana de Yunguillo, resguardo inga, Caquetá arriba, ya en la Amazonía, y a su madre Rosa con su hijo pequeño junto a sí, agotadas todas las lágrimas, rezando con nosotros y compartiendo luego nuestra pobre mesa, ¡qué noche más triste! ¿Qué será de Rosa y de su hijo Camilo? Que vivan en paz.
“Paz definitiva” será mucho decir después de 52 años de guerra ininterrumpida y cruel, entre otras cosas porque son incontables las personas que jamás recuperarán la humilde felicidad perdida: más 220.000 muertos y tantos dramas por cada muerto, 40.000 desaparecidos, cerca de 7 millones de desplazados, forzados a abandonar su trocito de tierra, su sustento, su alegría, obligados a irse sin rumbo y sin nada, y cientos de miles de heridos en su cuerpo, muchísimos más en su alma… A pesar de todo, ¡enhorabuena, querida Colombia! Enhorabuena y gracias, Sr. Presidente Juan Manuel Santos, y Sr. Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko.
No habrá paz que merezca este nombre mientras no desaparezcan las grandes injusticias
Serán demasiados -con el expresidente Álvaro Uribe al frente- quienes votarán que no. Quienes quieren la paz de los vencedores y los vencidos, pensando que algún día podrán vencer. Puede que así fuera, o puede que no. Lo seguro es que, entretanto, habría más muertes, más dolor, más injusticia. No buscan la paz, sino la victoria. No saben, o no quieren saber, que no hay mayor victoria que la paz en justicia, la justicia en paz. Aunque no sea la paz perfecta, sino la paz posible, el inicio de otra historia.
El presidente español no asistió al solemne acto de la firma, y no es difícil averiguar por qué. La razón no está en Colombia sino en su propio estado español. Él y su gobierno han actuado como si no quisieran que ETA se desarme y se disuelva de manera ordenada y segura. Negociaron con ETA mientras mataba. Cuando ETA, por diversas razones, hace cinco años decidió cesar definitivamente, este Gobierno puso obstáculos, endureció leyes, detuvo mediadores internaciones. Nos dicen ahora que Colombia no es España, que allí ha habido una guerra civil y aquí terrorismo. Siempre les oí decir que las FARC eran terroristas. ¿Será que buscan la victoria y no la paz?
Poco antes de su muerte, de su Pascua, Francisco de Asís, el Hermano Poverello y pacífico -el martes día 4 de octubre celebramos su fiesta- supo que había un grave enfrentamiento entre el obispo y el podestá o alcalde de Asís. Lucha de poderes. Francisco los convocó a la Porciúncula y les rogó humildemente que hicieran las paces. Así lo hicieron, pidiéndose perdón. Entonces Francisco añadió una estrofa a su Cántico de las criaturas: “Loado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor”.
¿Y tú, y yo? No podremos sanar nuestras heridas ni vivir en paz mientras haya odio en nosotros o queramos vencer. Mientras no perdonemos y no nos perdonemos.
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