Refugiados sirios cantando el Padre Nuestro en arameo. NO a la guerra. Paris y Siria solo diferentes en una "P" y en miles de bombas, de refugiados.
Ética y legalidad en tiempos de guerra: Etikarte
LA gravedad de
los atentados perpetrados en París el viernes 13-N de 2015 ha provocado
en los máximos dirigentes franceses reacciones que anuncian cambios en
la legalidad vigente para adecuarla al “estado de guerra”. Cambios para
que las máximas autoridades de la República puedan decidir sin trabas
sus actuaciones contra quienes planeen y ejecuten ataques contra la
vida, los bienes y los valores sustantivos de los franceses. Del
ejercicio de esa mayor libertad de las autoridades galas se pretende
impedir el éxito de quienes planean y ejecutan atentados contra los
ciudadanos franceses.
Se han escrito muchos miles de artículos sobre el 13-N en los diarios de nuestro entorno. Y en un 15% de ellos pueden hallarse referencias expresas a la cuestión de las leyes o a la legalidad vigente que afecta a la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, no llegan ni al 0,5% los artículos en los que explícitamente se plantea la cuestión de la ética. Ante un crimen tan horrendo, que ha sido asumido como propio por el Estado Islámico, que además amenaza con nuevos y más graves atentados, la reacción es ir a por él, lo antes posible y de la forma más contundente, para destruir al enemigo por los medios que sea. No parece que sea razonable ocuparse de finuras éticas al responder a un enemigo cuyo código es la desestabilización total de la República Francesa. Y sin embargo…
En tiempos de guerra, aunque no lo parezca, la deliberación ética es tan necesaria como la intervención eficaz. La razón es sencilla: la peor estrategia bélica es la que contamina del mal cuya erradicación justifica la guerra, multiplicando sus raíces, aunque se gane una batalla. Y ésta es la pregunta trascendental: ¿Cómo debemos reaccionar para que Caín no mate a Abel? ¿Cómo deben reaccionar los hijos de Abel para no engendrar Caínes que multipliquen la tragedia de la destrucción mutua entre los hijos e hijas de una tierra común? Y… la pregunta más difícil: ¿Quién es Caín y quién es Abel? ¿Qué hay de Caín y qué hay de Abel en cada persona y cada pueblo?
No debe entenderse esta pregunta como la del acomodado y descomprometido intelectual europeo que no quiso enterarse a tiempo de los crímenes de Hitler y de Stalin, declarándose a posteriori como su más enérgico opositor. Partiendo de considerar que lo ocurrido en París es un crimen de lesa humanidad cuyos autores deben ser castigados con todo el rigor de la justicia, lo que importa es que la respuesta más severa en tal sentido vaya precedida de un análisis para definir con acierto lo ocurrido. Declarar que nos hallamos en estado de guerra sin previamente definir con precisión la fuente del mal a combatir puede llevarnos a cometer errores que lo multipliquen.
Debe evitarse, en primer lugar, declarar como enemigo genérico al mundo musulmán, principalmente a aquellos musulmanes que huyen de la guerra y de la barbarie en sus propias tierras. Precisamente debe abrirse un camino diametralmente opuesto: hay que acordar con ellos, colaborativamente, las condiciones en las que podamos contribuir, de un lado, a facilitar que puedan hallar un modo humanamente digno para vivir y convivir en libertad y, del otro, a trabajar juntos contra la utilización criminal de las creencias religiosas y pertenencias identitarias para reclutar gentes que se dediquen a matar a sus semejantes.
Este principio es un valor ético universal en la mejor tradición democrática europea. Y además, en el contexto de la nueva forma de la guerra popular global que se está ensayando en Europa a través de estrategias como la del Estado Islámico, la aplicación de dicho principio vacía de recursos a sus instigadores. La alta dirección de Al Qaeda (del Daesh y de otros nombres en que se diversifique y se deslocalice a futuro) desea que sus enemigos atacados reaccionen contra las comunidades de fe o de cultura en las que captan sus militantes para, de esta manera, incrementar sus caladeros de nuevos comandos y bombas-humanas. Por ello, el enfrentamiento con un enemigo de esta naturaleza sólo tendrá éxito si se implican de manera tan enérgica como sabia y a largo plazo personas capaces de liderar la liberación interna de sus propias comunidades (de fe y/o de pertenecía) de esa espiral de terror engrasada con la sangre de sus propios hijos.
Esta tarea debe arrancar de un discernimiento intelectual y espiritual en el seno de cada comunidad implicada -también la nuestra-, buscando las bases éticas para una colaboración honesta y verdadera en beneficio común, superando la tentación de reducir la solidaridad a un simple intercambio de egoísmos cortoplacistas o meras ayudas materiales. En esa búsqueda podrá hallarse lo mejor de cada tradición espiritual y de cada identidad cultural, poniéndola al servicio de los demás. Un compromiso que es exigencia para todos.
Se han escrito muchos miles de artículos sobre el 13-N en los diarios de nuestro entorno. Y en un 15% de ellos pueden hallarse referencias expresas a la cuestión de las leyes o a la legalidad vigente que afecta a la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, no llegan ni al 0,5% los artículos en los que explícitamente se plantea la cuestión de la ética. Ante un crimen tan horrendo, que ha sido asumido como propio por el Estado Islámico, que además amenaza con nuevos y más graves atentados, la reacción es ir a por él, lo antes posible y de la forma más contundente, para destruir al enemigo por los medios que sea. No parece que sea razonable ocuparse de finuras éticas al responder a un enemigo cuyo código es la desestabilización total de la República Francesa. Y sin embargo…
En tiempos de guerra, aunque no lo parezca, la deliberación ética es tan necesaria como la intervención eficaz. La razón es sencilla: la peor estrategia bélica es la que contamina del mal cuya erradicación justifica la guerra, multiplicando sus raíces, aunque se gane una batalla. Y ésta es la pregunta trascendental: ¿Cómo debemos reaccionar para que Caín no mate a Abel? ¿Cómo deben reaccionar los hijos de Abel para no engendrar Caínes que multipliquen la tragedia de la destrucción mutua entre los hijos e hijas de una tierra común? Y… la pregunta más difícil: ¿Quién es Caín y quién es Abel? ¿Qué hay de Caín y qué hay de Abel en cada persona y cada pueblo?
No debe entenderse esta pregunta como la del acomodado y descomprometido intelectual europeo que no quiso enterarse a tiempo de los crímenes de Hitler y de Stalin, declarándose a posteriori como su más enérgico opositor. Partiendo de considerar que lo ocurrido en París es un crimen de lesa humanidad cuyos autores deben ser castigados con todo el rigor de la justicia, lo que importa es que la respuesta más severa en tal sentido vaya precedida de un análisis para definir con acierto lo ocurrido. Declarar que nos hallamos en estado de guerra sin previamente definir con precisión la fuente del mal a combatir puede llevarnos a cometer errores que lo multipliquen.
Debe evitarse, en primer lugar, declarar como enemigo genérico al mundo musulmán, principalmente a aquellos musulmanes que huyen de la guerra y de la barbarie en sus propias tierras. Precisamente debe abrirse un camino diametralmente opuesto: hay que acordar con ellos, colaborativamente, las condiciones en las que podamos contribuir, de un lado, a facilitar que puedan hallar un modo humanamente digno para vivir y convivir en libertad y, del otro, a trabajar juntos contra la utilización criminal de las creencias religiosas y pertenencias identitarias para reclutar gentes que se dediquen a matar a sus semejantes.
Este principio es un valor ético universal en la mejor tradición democrática europea. Y además, en el contexto de la nueva forma de la guerra popular global que se está ensayando en Europa a través de estrategias como la del Estado Islámico, la aplicación de dicho principio vacía de recursos a sus instigadores. La alta dirección de Al Qaeda (del Daesh y de otros nombres en que se diversifique y se deslocalice a futuro) desea que sus enemigos atacados reaccionen contra las comunidades de fe o de cultura en las que captan sus militantes para, de esta manera, incrementar sus caladeros de nuevos comandos y bombas-humanas. Por ello, el enfrentamiento con un enemigo de esta naturaleza sólo tendrá éxito si se implican de manera tan enérgica como sabia y a largo plazo personas capaces de liderar la liberación interna de sus propias comunidades (de fe y/o de pertenecía) de esa espiral de terror engrasada con la sangre de sus propios hijos.
Esta tarea debe arrancar de un discernimiento intelectual y espiritual en el seno de cada comunidad implicada -también la nuestra-, buscando las bases éticas para una colaboración honesta y verdadera en beneficio común, superando la tentación de reducir la solidaridad a un simple intercambio de egoísmos cortoplacistas o meras ayudas materiales. En esa búsqueda podrá hallarse lo mejor de cada tradición espiritual y de cada identidad cultural, poniéndola al servicio de los demás. Un compromiso que es exigencia para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario