Por
Vicente Reale*
Es de
suponer que todos estamos informados. El domingo 5 del mes en curso comenzó en
Roma el Sínodo convocado por el papa Francisco a fin de debatir sobre la
problemática actual de la familia, Sínodo que ha finalizado -en esta primera
fase- el pasado domingo. Entre la variedad de tópicos que se trataron, se
encuentran: la múltiple configuración de las familias o uniones parentales en
la actualidad, el sentido de la sexualidad como expresión del amor y transmisora
de la vida y la posibilidad o no de permitir la comunión eucarística a los
divorciados y vueltos a unir en una segunda pareja.
El
significado de la palabra sínodo evoca el "caminar juntos”; es una reunión de
la comunidad católica para analizar, debatir, proponer y asumir desafíos (en
nuestro caso, sobre el hoy de las familias). Han concurrido alrededor de
doscientos obispos delegados de distintas naciones y responsabilidades, más de
una docena de matrimonios y algunos expertos en la materia.
Este
Sínodo fue convocado por Francisco a comienzos de este año y fue precedido por
una consulta a todos los católicos, consulta que se realizó entre fines del año
pasado y principio de éste y que constaba de 39 preguntas que todas las
diócesis debían responder a fin de preparar el instrumento de trabajo.
Como
era de esperar, entre los asistentes al sínodo existe un caleidoscopio de
opiniones y posiciones: desde las más conservadoras hasta las más innovadoras.
Lo que es bueno, porque así se hace visible la pluriformidad de la comunidad
católica y porque puede ayudar a "afinar la puntería” hacia posiciones más
compartidas, teniendo siempre presente -como lo ha expresado el Papa- el "bien
de las personas”.
Algunas
reflexiones
1. "El
Evangelio no es un museo, no es un código penal, no es un código de doctrinas y
mandamientos. Es una realidad viviente en la Iglesia y nosotros tenemos que
caminar con todo el pueblo de Dios y ver cuáles son sus necesidades. Algunos
cardenales temen que haya un efecto dominó y que, si se cambia un punto, todo
colapse”. (Card. Kasper)
2. En
el tema del matrimonio -como en todos los temas cristianos- se debe hacer un
discernimiento a la luz del Evangelio. No se puede, simplemente, tomar una
frase del Evangelio de Jesús y de ahí deducirlo todo. Hace falta entender "todo
el mensaje del Evangelio” y luego diferenciar qué es doctrina y qué disciplina.
La doctrina no se puede cambiar. La disciplina, sí.
3.
Viene al caso recordar, aquí, la actitud de Jesús frente a la mujer que había
cometido adulterio. La ley del Antiguo Testamento (Sacrosanta Ley de Moisés)
ordenaba que las mujeres infieles fueran apedreadas hasta provocarles la
muerte. Jesús enfrenta a dicha ley y a quienes la sustentaban y salva a la
mujer, pidiéndole que no vuelva a cometer infidelidad.
4.
Cuando se debate sobre matrimonio y familia es necesario escuchar a la gente
que vive esta realidad. Realidad que es, al mismo tiempo, personal y social.
No se
puede decidir sólo desde arriba, desde la jerarquía de la Iglesia y, especialmente,
no se pueden citar viejos textos del último siglo; hay que observar la
situación de hoy, hacer un "discernimiento en el espíritu” y llegar a
resultados concretos. Ésta es la aproximación que hace Francisco, mientras que
otros parten de la doctrina y utilizan, después, un método deductivo que
siempre es genérico y que no contempla la vida concreta de cada pareja o
situación.
5. Es
demasiado frecuente que, cuando la jerarquía eclesiástica y la teología
católica se refieren a asuntos cuya temática determinante es el derecho de
propiedad, el dinero, el capital, el lucro y la acumulación de bienes, las
enseñanzas teológicas y magisteriales suelen quedarse en el ámbito de lo
especulativo, lo genérico y lo meramente exhortativo. Mientras que cuando la
jerarquía y la teología plantean y pretenden resolver los problemas y las
situaciones que afectan a la relación amorosa entre las personas, la respuesta
magisterial y teológica no se limita a la especulación doctrinal, ni siquiera a
la exhortación, sino que aterriza pronto en la decisión, que se traduce en
norma, en ley, que prohíbe o impone, incluso con severos castigos a quienes no
se atengan a ellas. Algunos, irónicamente, expresan esto diciendo que "la
Iglesia se mete en la cama de las personas, pero no se mete en la casa de las
personas”.
6. En
los problemas relativos a la familia, la Iglesia debería tener siempre presente
que, por lo menos hasta el siglo IV, los cristianos siguieron los mismos
condicionamientos y usos -por lo que concierne al casamiento- que el entorno
social en que vivían. Lo cual quiere decir que los cristianos de los primeros
siglos no tenían conciencia de que la revelación cristiana hubiera aportado
algo nuevo y específico al hecho cultural del matrimonio en sí. Es seguro que
"el casamiento ante el sacerdote como exigencia obligatoria”, apareció por
primera vez hacia el año 845, y se justificaba por razones de derecho civil, no
por argumentos teológicos. Es a finales del siglo XII, en 1184, cuando se habla
formalmente y por primera vez del "matrimonio como sacramento”, en el Concilio
de Verona.
7. Por
tanto, si la Iglesia no vio dificultad alguna en adaptarse a las leyes civiles
y laicas de los pueblos y culturas en los que fue creciendo y a los que se
ajustó sin poner oposición o resistencia, ¿por qué ahora, cuando el
cristianismo es una institución de ámbito, no ya europeo, sino global, vamos a
rechazar que la Iglesia acepte e integre en su vida los usos y costumbres, las
tradiciones y normas de conducta, que en cada momento y en cada país se vean
más convenientes?
8. Las
indicaciones y soluciones que se puedan aportar a los problemas planteados al
Sínodo, concretamente: la problemática del divorcio, la aceptación por parte de
la Iglesia de las uniones entre personas del mismo sexo o el uso de
anticonceptivos, son cuestiones de suma importancia para cientos de miles de
personas y que se pueden resolver sin atentar ni poner en cuestión para nada la
teología cristiana del matrimonio. La Iglesia puede hoy resolver estos
problemas "modificando la legislación canónica actual”, sin traicionar para
nada su fe y su tradición.
9.
Sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar, es un reto que hay que
afrontar con creatividad y mirada abierta. "No hay divorcios, hay personas
divorciadas”, y a cada una habrá que darle una solución. No todos los
matrimonios fracasados son nulos pero muchos sí lo son. Por ello, sería
conveniente utilizar y agilizar más los procesos de nulidad. Según estadísticas
emanadas del Vaticano, más de 40% de los matrimonios contraídos en la Iglesia
son nulos por falta de condiciones esenciales y constitutivas del mismo.
10.
Frente a los divorciados y vueltos a formar pareja, muchos nos preguntamos si
la Comunión Eucarística es un "premio” para los perfectos o es una "ayuda” para
el que la necesita. No debemos olvidar que la Comunión tiene un "efecto
sanador”. Y, especialmente la gente que vive en situaciones difíciles, necesita
la ayuda de la gracia y necesita los sacramentos.
Francisco a los participantes del Sínodo
– "Con
la parábola (de la Viña de Dios) Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes
y a los ancianos del pueblo, es decir, a los "sabios”, a la clase dirigente. A
ellos ha encomendado Dios de manera especial su "sueño”, es decir, su pueblo,
para que lo cultiven, cuiden de él, lo protejan de los animales salvajes. El
cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la viña con libertad,
creatividad y laboriosidad”.
–
"También nosotros estamos llamados, en el Sínodo de los Obispos, a trabajar por
la viña del Señor. Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas
brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente… Sirven para
cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su
proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de
la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por
la humanidad”.
–
"Hermanos, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón
y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la "paz de Dios, que supera
todo juicio”, como dice san Pablo (Filip. 4,7). De este modo, nuestros
pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un
pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios
(Mat. 21,43).
*El
autor es sacerdote católico.
Fuente: Adital
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